domingo, 27 de febrero de 2011

Dos formas de leer un artículo o comentario

Forma 1:
-Atenerse a lo que el texto dice.
-Evaluar la consistencia del argumento a partir de la solidez de las premisas y la coherencia entre las mismas y la conclusión.
-Intentar que las emociones que el texto provoca no afecten nuestra capacidad de juzgarlo.
-Evitar que nuestra opinión del autor interfiera en nuestra evaluación del argumento.

Forma 2:
-Inferir lo que el autor piensa yendo más allá de lo que dice.
-Evaluar lo correcto o incorrecto del argumento a partir de la ideología a la que, según nuestra inferencia, el autor pertenece.
-Juzgar al texto a partir de la simpatía o antipatía que nos produce a nivel personal.
-Interpretar lo que el texto dice a partir de lo que sabemos sobre el autor.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Anexo al comentario anterior

En realidad me gustaría que algún kirchnerista me aclarase dos puntos respecto del modelo: 1) Cuáles son las cuestiones prioritarias que se deben atender; 2) qué enfoque, es decir, qué políticas concretas se están implementando para encararlas. Lo que me parece poco convincente es el progresismo de las generalidades y las grandes consignas, así como el que dice "hagamos lo que hagamos, los otros son peores".

lunes, 21 de febrero de 2011

El progresismo, fue

Durante mucho tiempo pensé que este era un gobierno progresista. Aún cuando fuese un progresismo al que yo no apoyaba porque, aunque adhiera a ideas genéricamente progresistas (juicio a los responsables del terrorismo de Estado, mejora de la distribución del ingreso, políticas activas a favor de los más pobres, entre otras cosas), me parecían muy mal llevadas a la práctica. Pero, más allá de ello, reconocía que efectivamente el gobierno había implementado, aunque de una forma que no me gustaba, políticas progresistas. Me parece que hoy en día esto no sigue siendo así.

El "progresismo" de este gobierno se ha convertido en una cuestión tan declarativa y carente de sustancia, que poco aporta a la transformación concreta de la realidad de acuerdo con una concepción progresista. Han aumentado las jubilaciones, es cierto. Ha habido asignación universal por hijo. Ha habido juicio a los responsables del terrorismo de Estado. Estas políticas pueden ser mejores de lo que había antes. Pueden ser mejores que lo que proponen muchos líderes opositores. Pero son poco, demasiado poco como para considerarlas parte de una proyecto de gobierno progresista.

Yo pensaría que una precondición para que un gobierno sea progresista, es que el mismo reconozca los problemas de injusticia social del país y desarrolle políticas para contrarrestarlos. Pero cada vez más este gobierno recurre a consignas y políticas sumamente focalizadas que ocultan los problemas sociales de gran parte de la población. Los arreglos con la CGT, por ejemplo, revisten de beneficios populares aumentos salariales que benefician a los sindicatos poderosos y relegan a millones de trabajadores no sindicalizados. Los juicios a los responsables del terrorismo de Estado restringen la discusión de los derechos humanos, excluyendo el drama de la corrupción policial y el sistema carcelario. Todo esto en un clima de fiesta que busca presentar a la Argentina como atravesando una etapa de felicidad, sostenida, tal como en los noventa, por un sector restringido de la ciudadanía volcado al consumo gracias al dinero proveniente de la soja. Para los que no acceden a ese mundo de clase media y trabajadores sindicalizados, solo queda el paliativo de una asignación por hijo que lucha mano a mano con la inflación. Claro que, al mentir sobre la inflación, se miente también sobre la real situación de la pobreza.

El "modelo kirchnerista" se ha convertido en una fiesta para un sector restringido de la ciudadanía, combinado por ciertas políticas de contención y asistencia a la pobreza que, si bien no contribuyen a solucionar los problemas estructurales de desigualdad y exclusión social, permiten sostener una cierta retórica progresista. Ello ha alcanzado para que el progresismo acepte sin reparos la corrupción, la manipulación de los índices de inflación, el fortalecimiento de las estructuras sindicales no democráticas, y demás elementos difícilmente compatibles con una concepción progresista de la sociedad.

lunes, 14 de febrero de 2011

No hay inflación. La inflación es culpa de los empresarios

Dice Aliverti:

El Gobierno afronta otra vez, debido a las expectativas que pintan el año y la discusión paritaria consecuente, el acecho de la inflación. No le encuentra la vuelta al combate contra los formadores de costos, y encima de eso sigue perdiendo la batalla discursiva porque está instalado que los precios suben porque los precios suben o, peor aún, que la responsabilidad o culpa final es del Estado.

No tiene en cuenta que la posición oficial del gobierno es que no hay inflación. Afirmar a la vez que no hay inflación y que la culpa de la inflación es de los empresarios se parece a lo que en psicoanálisis se denomina un síntoma: hay algo reprimido que se manifiesta al ser bloqueado por razonamientos contradictorios entre sí. Si lo que se quiere reprimir es la idea de que hay inflación por culpa del gobierno, da lo mismo afirmar que no hay inflación o que la misma es culpa de los empresarios: las dos cosas valen a la vez, mientras la "inflación por culpa del gobierno" quede tapada. También pasa que el síntoma siempre requiere culpables externos: los que mienten diciendo que hay inflación cuando no la hay, y los verdaderos culpables de que la haya. Cualquiera que atente contra la represión de lo reprimido.

No parece que Aliverti tenga ningún elemento de juicio para afirmar que las subas de precio suben por culpa de los empresarios. Pero le alcanzará con la idea de que los empresarios siempre quieren ganar más de lo que les corresponde. Me pregunto si con el mismo razonamiento eximiría a Martínez de Hoz por el fracaso de su política económica, o de la convertibilidad, o de lo que sea.

domingo, 13 de febrero de 2011

Paenza y el optimismo respecto de la ciencia

Me pasaron esta entrevista a Adrián Paenza. Hace unos días había leído este artículo de Sarlo. Lo interesante es que los diagnósticos contrastan: Sarlo dice que en la Argentina hay un exceso de estudiantes de humanidades frente a una escasez de estudiantes de ciencias duras, mientras que Paenza dice que hoy en día hay un interés inédito por las ciencias duras. En este caso no voy a referirme a Sarlo sino a Paenza ya que, a mi juicio, las razones para el optimismo que él plantea son más endebles de lo que supone.

Paenza dice que (es el título de la entrevista) "hay un cambio social en torno de la ciencia". En la primera parte de la entrevista, Paenza hace hincapié en un creciente interés social por la divulgación científica, es decir, por la divulgación del conocimiento científico entre quienes no son científicos. Su diagnóstico se basa principalmente en experiencias personales: la difusión de sus libros, de sus programas de televisión y del tamaño de la audiencia en ciertos eventos de los que participa. Paenza concluye a partir de esto que hay más interés por la ciencia que en otros momentos.

Habría que decir antes que nada que el fenómeno de la divulgación (además de Paenza están Felipe Pigna en historia y José Pablo Feinman en filosofía) excede a la ciencia. Hay, en todo caso, un crecimiento de la divulgación en sí, en diferentes áreas del saber, y no específicamente en la ciencia. Por lo tanto, habría que preguntarse en qué consiste el fenómeno de la divulgación, y por qué es tan importante en este momento, para luego meterse con las especificidades de la divulgación científica.

Habría que tener en cuenta, por otro lado, que el crecimiento de la divulgación científica de la que habla Paenza es bastante incierto. Digamos que entre la nada absoluta y algunos miles de ejemplares más un programa de televisión hay una diferencia. Pero algunas miles de personas interesadas por la divulgación científica no es suficiente evidencia de que haya un cambio cultural en ese sentido. En todas las épocas ha habido miles de niños y grandes interesados por la ciencia, y el hecho de que hoy haya un producto que satisface esta demanda no necesariamente dice algo de la demanda en sí. ¿Hay más gente interesada por la divulgación científica? ¿Hay poca gente más interesada? ¿Hay más gente más interesada? ¿O hay la misma cantidad de gente, con igual interés, a la que por alguna razón coyuntural hoy se les ofrece un producto acorde a su demanda?

Démosle a Paenza el beneficio de la duda y supongamos que, efectivamente, hay más gente más interesada en la divulgación científica. ¿Qué nos dice esto sobre las perspectivas para la ciencia en la Argentina? ¿Hay un cambio cultural porque antes había mil interesados en saber algo de física, y ahora cuatro mil o cinco mil? ¿Se traduce necesariamente un interés en la divulgación científica en un interés por la producción científica? ¿Aumentó el número de inscriptos en las carreras científicas? ¿O es que solo hay un mayor número de gente curiosa por saber algo de ese misterioso mundo de la ciencia, como la hay de saber algo de historia y por saber algo de filosofía? Los historiadores y los filósofos suelen temerle a la difusión, entre otras cosas porque cualquiera que trabaje en una disciplina académica sabe que cuando el saber se difunde necesariamente se simplifica al punto de que muchas veces se distorsiona. La difusión científica no es la ciencia, y está lejos de ser seguro que el interés por tener un conocimiento superficial de teorías científicas extremadamente complejas implique un interés por que los científicos sigan desarrollando investigaciones cada vez complejas y difíciles de explicar, o por formar parte de ese mundo, con todo el esfuerzo mental que él, a diferencia de la mayor parte de la divulgación, requiere.

En la segunda parte de la entrevista, Paenza habla sobre el interés del gobierno en la ciencia. De nuevo, su diagnóstico parte de anécdotas personales, pero se extiende a hechos verificables como el aumento del presupuesto al CONICET y la creación del Ministerio de Ciencia y Técnica.

Las anécdotas de Paenza son llamativas. El cuenta que en una reunión Néstor Kirchner le dijo: "los becarios del Conicet ganan 800 mangos... es una barbaridad, cómo van a ganar 800 mangos, vamos a ver qué podemos hacer". Paenza interpreta de esta anécdota que Kirchner estaba más al tanto y más interesado de lo que pasaba en el CONICET que ningún otro presidente anterior. Pero lo que se desprende de las palabras de Kirchner es que es injusto que los becarios ganen poco y que el Estado debe corregir esa injusticia. Habría que preguntarse por qué eso es una "barbaridad" que hay que corregir, y la de tantos otros argentinos que ganan sueldos miserables puede esperar. Las palabras revelan un curioso sentido de justicia antes que una convicción sobre el futuro de la ciencia en la Argentina.

Paenza también menciona una reunión de Cristina con varios científicos, donde ella se mostró interesada e informada (convengamos que de una forma muy superficial) por las investigaciones de cada uno. Tampoco esa anécdota revela mucho sobre el proyecto de los Kirchner sobre la ciencia, sobre su concepción de la importancia de la misma para el desarrollo del país. Paenza solo nos cuenta que Néstor y Cristina demostraron estar al tanto, al menos superficialmente, de algunas cuestiones vinculadas a la ciencia.

Paenza interpreta con demasiado optimismo los episodios que relata, como queriendo inferir de ellos más de lo que ellos en sí mismos permiten, al menos si nos atenemos a su relato. Uno podría fácilmente suponer que Néstor y Cristina, como buenos políticos, saben que si se van a reunir con un periodista o con alguna persona mínimamente influyente, es conveniente saber lo que esta persona quiere escuchar, qué temas le preocupan. Esto no es un pecado de los políticos; es parte de su actividad generar adhesiones en la opinión pública. Pero por eso mismo las personas públicas deben ser precavidas y saber que, cuando un político quiere reunirse con ellas, es en alguna medida para decirles lo que quieren escuchar. Que Cristina se haya informado sobre lo que hacía cada científico antes de una reunión no demuestra más que su interés por mostrarse informada ante ellos, por mostrarse de una cierta manera. Que un presidente y una presidenta estén interesados en cómo se muestran ante los científicos no es insignificante, pero no demuestra conocimiento de la situación, los desafíos y las perspectivas del desarrollo científico.

Yendo al núcleo del asunto, y que menciono al final solo porque, en la entrevista a Paenza, este elemento es el último en ser mencionado: el aumento del presupuesto a la ciencia. Esta es la única variable tangible, que va más allá de las apreciaciones subjetivas mencionadas hasta aquí.

Si bien es evidente que un área tiene más posibilidades de desarrollarse si tiene plata que si no la tiene, la relación entre financiamiento y desarrollo no es automática. Si los recursos no se utilizan de manera eficiente, con objetivos claros y sustentables, es posible que dicha relación sea mínima. Tomando un dato que menciona Sarlo en su artículo y que Paenza ignora: en la Argentina hay un exceso (en términos de la demanda del mercado laboral) de estudiantes de humanidades, y una escasés de estudiantes de carreras científicas y técnicas. Esta, pensaría yo, es una cuestión vital para pensar las potencialidades del desarrollo científico en el país. Sin embargo el gobierno se ha desentendido abiertamente de la política universitaria, ignorando de ese modo un aspecto vital para el desarrollo científico y técnico del país.

El CONICET tiene más plata, y eso ha permitido aumentar salarios y estipendios, dar más becas y desarrollar algunos importantes emprendimientos científicos. Pero no hay una idea clara de qué es lo que el gobierno, y el país que el representa, espera de esa inversión. Una idea genérica de que la ciencia vale la pena y merece ser financiada, por más buena que sea en comparación con las ideas anteriores, no implica una política sustentable ni un cambio social. Una verdadera transformación del lugar de la ciencia en la sociedad implicaría un debate público sobre qué tipo de ciencia quiere tener la Argentina y cuáles son sus objetivos. Ello es algo que ni la divulgación ni el aumento presupuestario pueden suplantar.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El gobierno contra el debate

A diferencia de los que sostienen que en la Argentina de hoy hay un resurgimiento del debate político, yo pienso que lo que hay en realidad es un recalentamiento político que carece de debate. No todo conflicto, sea físico o lingüístico, es un debate. En una cancha de fútbol, por ejemplo, uno ve posiciones diferentes, y hasta estructuras aparentemente argumentales ("ustedes no tienen huevos porque en tal ocasión salieron corriendo, nosotros sí los tenemos porque nos plantamos"), pero nada parecido a un debate.

Para que exista debate tiene que haber, antes que nada, verdades indiscutidas. Si no hay algún acuerdo común que en sí mismo esté fuera de debate, el mismo es imposible. Para tener puntos de vista diferentes, primero es al menos necesario saber que estamos todos mirando la misma cosa. Yo no puedo, por ejemplo, argumentar que es preferible tener un perro a tener un gato, si le llamo gato a un león, o la otra persona le llama perro a una vaca. Si no acordamos en que, en algún punto, las cosas son lo que son, los argumentos son imposibles, y por lo tanto también el debate.

Este gobierno (como muchos otros) se muestra más interesado en destruir esas verdades comunes que son necesarias para el debate, que en dar el debate mismo. Esto es especialmente visible en la forma sistemática en la que el gobierno miente sobre la inflación, transformando una verdad fáctica en una cuestión de debate. De ese modo, lo que sería un debate sobre cuáles son los efectos de la inflación, cuáles son sus perspectivas hacia el futuro, qué debe hacerse al respecto, y demás, se convierte en una pelea absurda sobre la existencia o no de la inflación, sobre si hay inflación o "dispersión", "aprovechamiento" y demás términos, que no hacen más que jugar con el lenguaje a tal punto que ya no podemos siquiera estar seguros de lo que significa una palabra. Algo similar ocurre con el calificativo "monopolio" con el que el gobierno se refiere al grupo Clarín, distorsionando así la realidad y dificultando el debate sobre los medios.

Lo que estos casos demuestran es que lejos de estar interesados en dar debates, el gobierno busca presentar una realidad funcional a su posición. Cuando alguna verdad fáctica complica dicha posición, el gobierno la saca del camino convirtiéndola en parte del debate, es decir, convirtiendo el hecho mismo en una opinión. Más allá de las consecuencias de esta estrategia, lo cierto es que la misma socava cualquier posibilidad de debate.

domingo, 6 de febrero de 2011

Medios: desconcentración por un lado, estatismo por el otro

Vamos a suponer que la batalla contra los medios es tal como la describen los partidarios del gobierno. O sea: en el país hay grupos multimediáticos que concentran gran parte del mercado. Estos grupos tienen sus propios intereses económicos, que defienden a costa de cualquier criterio periodístico. Como la información no es una mercancía cualquiera, sino un bien vital para la calidad de la democracia, es necesario desconcentrar el mercado de medio para generar mayor diversidad en el consumo de información. Por eso es necesaria una ley de medios que regule el mercado en ese sentido. Pero además, puesto que dichos medios concentrados son, por su actual concentración del mercado, extremadamente poderosos, y poque su falta de escrúpulos es absoluta, el gobierno debe dar una batalla utilizando todos sus recursos disponibles. Por eso, es legítimo que convierta a los medios estatales en órganos de propaganda, y que financie una red de medios no estatales que funcionan del mismo modo. También es legítimo que utilice la pauta oficial para financiar a esos medios en desmedro de los medios opositores. Esa es la única manera de contrapesar en alguna medida el discurso hegemónico de los grupos multimediáticos.

Supongamos que acepto este relato y digo: "está bien que el estado financie medios que son en efecto órganos de propaganda, está bien que maneje discrecionalmente la pauta oficial en beneficio de los medios subordinados". Pienso un poco más y pregunto: "¿pero qué va a pasar cuando salga la ley de medios? ¿Van a regular la distribución de la pauta oficial? ¿Van a desmontar la red de medios gubernamentales?". O sea: ¿hay algún plan para desconcentrar el mercado de la información, o vamos a tener un achicamiento de los grandes medios en favor de un entramado gubernamental sin control? ¿Por qué es tan importante terminar con la hegemonía de los grupos multimediáticos, pero del poder mediático estatal no hay por qué preocuparse?

Ya sé: hoy los medios estatales no son nada comparado a TN y Clarín. Pero lo que se está discutiendo es un proyecto, una dirección en la que se están manejando las cosas. Y si el problema es que hay problemas de concentración de atentan contra la pluralidad de medios, el manejo discrecional de la pauta oficial (que, al parecer, se ha multiplicado significativamente en los últimos años) es uno de ellos. Entonces, ¿a qué apunta la estrategia oficial sobre medios? ¿A pluralizar la oferta de información en general, o a pluralizar la oferta privada de información mientras subsiste una creciente y centralizada red de medios pro-gubernamentales financiados por el Estado? En realidad, creo que en el imaginario del gobierno se trata de la misma cosa. Pluralizar no significa generar mecanismos regulatorios que impidan la concentración, sino debilitar a los principales medios y contrapesarlos con la oferta de información gubernamental. Así, mientras que por un lado se debilita a Clarín, TN y La Nación, por el otro se financia sin regulación alguna la red de medios gubernamentales. Y así, en vez de un discurso único, tenemos al menos dos discursos.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Miente, miente...

Boudou y De Vido mienten sobre la inflación, Timerman miente sobre la relación con Estados Unidos. ¿No es absurdo sostener que el gobierno ha generado una reapertura del debate político, cuando sus principales funcionarios defienden la gestión a través de mentiras fácilmente desmentibles? Yo pensaría que para que haya debate político, primero tiene que haber un mínimo acuerdo en que las cosas son de una manera y no de otra. Si alguien dice que algo es de una manera que no es, no hay debate posible. Y si algunos creen que es necesario mentir para responder a otras mentiras, podrían al menos reconocer que lo que hay no es discusión política sino una guerra de propaganda.