A veces aburre decir lo obvio, pero cuando la confusión general es tan grande es difícil evitarlo. La corrupción no es un tema reducible a la justicia. La idea de que todo el mundo debe ser considerado inocente de actos ilícitos mientras no haya una corroboración judicial es insostenible en política como en todos los órdenes de la vida. La presunción de inocencia es una cuestión legal, no práctica. En general, las personas son consideradas más o menos confiables en base a indicios que poco tienen que ver con evidencias jurídicas. Manejos sospechosos y no transparentes pueden no ser suficientes para una condena judicial, pero no tienen por qué ser irrelevantes para evaluar el desempeño de las personas en sus cargos.
Ayer lo escuché a Forster protestando a los gritos porque el periodismo habla de la presunta corrupción kirchnerista sin pruebas, a la vez que cuestionaba que no se hable Amalita Fortabat y la patria contratista. Como decía Freud, los argumentos contradictorios son la manifestación del deseo inconsciente. Por suerte algunos kirchneristas son más lúcidos y exponen la ideología kirchnerista con mayor transparencia: la corrupción es tolerable en un gobierno que implementa medida a favor de los sectores populares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario