La política argentina suele manejarse en base a una idea que debería ser revisada. La idea es que si se destina más dinero a un área, este área producirá mejores resultados. Esta idea parecería ser de sentido común, en gran medida porque nuestra vida cotidiana nos expone repetidamente a la situación de querer cosas que no podemos tener por el solo motivo de que nos falta dinero. Pero más allá de los motivos, es evidente que en general los gobiernos pretender demostrar la mejoría de un área en términos de cantidad de inversión: "se destinaron tantos millones de pesos a educación", "se otorgaron tantas miles de becas de investigación", "se construyeron tantos hospitales", etc. La premisa es siempre que más es mejor.
Esta forma de razonar es bastante engañosa. Muchas veces los resultados de un área tienen que ver con su funcionamiento y no con sus recursos. Por ejemplo: si los maestros están mal capacitados, no van a mejorar porque se les aumente el salario; si el presupuesto de salud está mal distribuido para favorecer a ciertas áreas geográficas, un aumento del presupuesto total incidirá marginalmente en las áreas menos favorecidas. El punto es que si no se determinan los objetivos y se diagnostican los problemas, el aumento presupuestario puede servir para poco. Por eso, sería mejor demandar a los gobiernos resultados antes que presupuesto.
Claro que demandar resultados muchas veces es peligroso para quienes demandan más presupuesto: si yo soy un maestro mal calificado, seguramente voy a tener más interés en que aumento el presupuesto sin importar más nada, que en que alguien se ponga a averiguar por qué mis alumnos no salen bien en los exámenes. Por ese lado, el problema no está solo en los políticos sino también en la sociedad civil.
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