martes, 28 de agosto de 2012

¿Nunca tanta como ahora?

Hace poco alguien me dijo, repitiendo a Cristina, que en la Argentina nunca había habido tanta libertad de expresión como hoy. Disiento: http://blogs.lanacion.com.ar/ciencia-maldita/?p=7533&preview=true.

sábado, 25 de agosto de 2012

Carta Abierta

Me puse a leer la nueva carta abierta sobre reforma constitucional. No pude pasar los dos primeros párrafos porque, sencillamente, no entiendí nada. Seguramente sus autores dirían que ellos no se someten a los cánones convencionales de la comunicación, que buscan nuevas formas de escritura que expresen nuevas subjetividades, y cosas por el estilo. Para mí eso es una forma de justificar la falta de claridad de ideas y la pereza que implica no buscarla. Escribir con palabras difíciles y fórmulas poéticas es, creo, mucho más fácil que expresar una idea en forma clara y concisa.

Acá van los dos párrafos que llegué a leer:

El actual gobierno mantiene una diferencia que se hace notoria cuando crece la espesura de hechos que son portadores de cierta turbación y ambigüedad. Pero en las innumerables tensiones de la hora, permanece siempre un sentido decisorio ligado a un círculo efectivo de protección de las grandes reformas introducidas en la vida social, en la economía de los sectores populares, en las acciones que involucran al Estado asumiendo responsabilidades colectivas indelegables. Y, desde luego, en el tejido de la memoria nacional, como lo demuestran los juicios que siguen ensanchando las fronteras de la democracia activa, hijos del hiato que significó la decisión de que los símbolos del terrorismo de Estado caigan de las paredes del Colegio Militar en donde superponían la historia aciaga del pasado con las historias nuevas que debía vivir el país.
 
Así, el kirchnerismo es un implícito y explícito sentido de la historia basado en el igualitarismo político, social y de género; en el desarrollo nacional compartido con nuevas políticas ambientales, lo que aún debe perfilarse con vigor e imaginación nueva; en la modernidad basada en críticas pertinentes a la globalización; en el autonomismo de los movimientos sociales, aun cuando entre ellos y el Estado todavía deben generarse posibilidades más ricas de interrelación; en la promoción científica y técnica bajo el doble resguardo de la soberanía nacional y la autonomía del pensamiento crítico; en un latinoamericanismo activo que se inspire en los legados más que centenarios y pueda concretarse en el siglo XXI en nuevas sociedades mancomunadas sobreponiéndose a las acciones desestabilizadoras que son un acecho permanente, como lo demuestra el caso del Paraguay. Y tantos otros hechos, operantes en la memoria pública, que no se pueden oscurecer por los tropiezos y obstáculos que se ciernen en el horizonte. Pero el kirchnerismo es también una actuación posible, necesariamente creativa, en un mundo capitalista en quiebra, que como decían viejos y respetables escritos, surge y crece con sangre entre sus poros, arrastrando a los procesos populares, muchas veces, en su ordalía de decadencia y servidumbre.

viernes, 24 de agosto de 2012

Devaluación de palabras

Leí recién en twitter un comentario sobre la "devaluación de las palabras"; palabras políticas como progresismo, republicanismo, nazismo, etc. Supongo que se refiere al efecto de utilizar estas palabras según lo demanda la ocasión sin respetar su significado sustancial. El resultado es que las mismas pierden su valor semántico, pues ya nadie sabe bien qué significan. Si tuviese que arriesgar una definición, diría que esto es el populismo: una forma discursiva que devalúa las palabras. Esta definición es bastante cercana a la esbozada por Ernesto Laclau, solo que, en su caso, con un sentido positivo: el populismo subvierte el sentido de las palabras dando lugar a nuevas configuraciones de poder (que, si tenemos suerte, son de izquierda). Yo pienso que el populismo no subvierte el sentido sino que lo diluye. O sea, las palabras no se acomodan a un nuevo contexto, sino que son permanentemente reacomodadas según necesidades de corto plazo. El efecto no es una subversión sino una devaluación: las palabras quieren decir poco, porque ya no hay acuerdo respecto de su significado. Es como decía Hannah Arendt sobre la verdad: si la misma cambia todos los días, el resultado no es una nueva verdad sino la pérdida de la propia noción de verdad. Lo mismo, pienso, se aplica a las palabras: si las mismas cambian de sentido todos los días, el resultado no es un nuevo sentido sino una pérdida de sentido.

Con "populismo" no me estoy refiriendo solo al gobierno. Si me atengo a mi propia definición, diría que vivimos en un mundo bastante populista, desde el kirchnerismo al partido republicano en Estados Unidos, pasando por las tecnocracias europeas. Algunos resisten: Barack Obama es un anti-populista a ultranza, un creyente tan ferviente en la claridad conceptual que a veces pierde de vista la propia lucha por el sentido que la política implica.

martes, 21 de agosto de 2012

Aguinis

Escribe Marcos Aguinis:

Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación.

A veces cuesta no volverse kirchnerista.

viernes, 17 de agosto de 2012

Mocca

El argumento de Mocca en este video, que creo que refleja el de muchos kirchneristas, puede sintetizarse así: apoyar a un gobierno provincial que permite el asesinato de miembros de comunidades originarias es un costo aceptable a pagar por el sostenimiento en el poder de este gobierno. No afirmo que eso esté bien o mal. Solo intento aclarar los términos.


sábado, 4 de agosto de 2012

¿Somos libres para expresarnos?

Hace unos días alguien me dijo que, más allá de todo lo que se le pueda criticar al gobierno, hasta el momento éste no ha vulnerado las libertades individuales. Mi respuesta fue que eso no era totalmente cierto. En primer lugar, el gobierno sí vulneró la libertad de expresión cuando castigó a las consultoras que publicaron índices de inflación diferentes a los del INDEC. En segundo lugar, sin necesidad de hacer uso de aparatos represivos, el gobierno cuenta con numerosas formas de utilizar el poder del Estado para presionar a quienes expresan públicamente opiniones que lo perjudican. Se me ocurren, en este momento, tres mecanismos: 1) Reducir la pauta oficial en aquellos medios no afines al gobierno; 2) No dar trabajo en la cadena de medios estatales y para-estatales (aquellos que no dependen formalmente del Estado pero cuya existencia depende de sus fondos) a quien no comulgue con el gobierno; 3) Investigar la situación legal de quienes emiten opiniones que perjudican al gobierno para denunciarlos públicamente y penalmente. Todos estos mecanismos contribuyen a disuadir a quienes desean expresar opiniones no afines al gobierno. Un ejemplo claro: si un individuo quiere hablar bien del gobierno y no tiene las cuentas en orden, puede estar tranquilo de que sus dichos no harán que el Estado lo investigue. Si el mismo individuo quiere decir algo que al gobierno no le gusta, sabe que corre el riesgo de que el Estado lo investigue.

Como estos mecanismos no responden al imaginario de lo que habitualmente se considera "censura estatal", a la cual se la suele asociar con centros de detención e intervenciones policiales, prevalece la idea de que en la Argentina reina una libertad de expresión absoluta. Como siempre que la palabra "libertad" entra en juego, la distinción entre qué es "libertad de expresión" y que no lo es es imposible (los estoicos, por ejemplo, creían que uno puede ser libre viviendo encadenado). Para que la discusión, si a alguien le interesa, tenga algún sentido, en necesario buscar acuerdos generales. Por ejemplo, yo propondría que lo que una persona dice públicamente (sea lo que sea) no sea un criterio para que el Estado investigue su situación legal. Si esa condición se cumple, pienso yo, hay más libertad de expresión que no se cumple. Por eso, en parte, sostengo que hoy en la Argentina hay menos libertad de expresión que en otros momentos, tal vez menos que en cualquier otro momento desde 1983.

El problema, como yo lo veo, es que la libertad de expresión nunca es un interés popular. La mayoría de la gente no opina públicamente, ni aspira a que su voz llegue a oídos del gobierno. Son en general las élites intelectuales las que, en algunas sociedades, sostienen el interés por la libertad de expresión. Por una diversidad de motivos, que no cabe analizar aquí, éste no es el caso con las élites intelectuales en la Argentina, que tienden a poner la libertad de expresión por detrás de otros elementos. Como consecuencia, la misma queda librada a la buena voluntad de los gobiernos, y a su capacidad de encontrar mecanismos de presión que eludan ciertos imaginarios que buena parte de la ciudadanía encontraría inaceptable. De todos modos, puesto que los procesos políticos tienden a modificar valores y creencias, no sería inimaginable que llegue el día en que alguien vaya preso o pierda su negocio por haber dicho algo, sin que nadie se escandalice.