viernes, 4 de octubre de 2013

¿Hay razones para tener miedo?

Ultimamente se escucha a bastante gente en los medios hablando de si "la gente tiene miedo" o "nadie tiene miedo" de criticar al gobierno. Por supuesto que el miedo es algo bastante difícil de medir y de probar, por lo cual el debate tiende a ser idiosincrático. Por eso, creo que es mejor hablar de datos objetivos. O sea: ¿hay motivos concretos para tener miedo de criticar al gobierno en el espacio público? Pienso que sí.

El gobierno ha utilizado diversos mecanismos para castigar a quienes lo critican en el espacio público. El primero consiste en las operaciones mediáticas. El gobierno, como es sabido, controla diferentes medios que o bien pertenecen al Estado, o bien están en manos de empresarios aliados al gobierno. Estos medios suelen difamar extensa y repetidamente a ciertas personas que critican al gobierno. También la propia Cristina ha hecho uso de la cadena nacional para desacreditar a ciertas personas que criticaron al gobierno. La amenaza de difamación masiva, creo, es algo que puede generar temor en mucha gente.

El segundo mecanismo tiene que ver con la utilización del aparato del Estado para presionar. El célebre caso del dueño de una inmobiliaria que comentó en una nota que su actividad había caído y que a los pocos días fue sujeto a una inspección por parte de la AFIP, seguida de una reprimenda de Cristina por cadena nacional por su irregular situación tributaria, es un ejemplo claro. Las presiones no tienen que ser masivas y repetidas para generar efectos intimidatorios: un caso prominente alcanza para disuadir a muchos. Claro está que, en un país con los niveles de actividades económicas irregulares que muestra la Argentina, son muchos quienes tienen razones para pensarlo dos veces antes de exponerse a una auditoría legal.

Parte del mismo mecanismo es la multa impuesta por Moreno a las consultoras que publicaron índices de inflación más altos que los del Indec. Si bien la misma fue finalmente desautorizada por el poder judicial, sienta un precedente de que el Estado está dispuesto a movilizar sus recursos para hacerle la vida difícil a quienes contradigan las expectativas del gobierno.

Creo que estos ejemplos alcanzan para afirmar que hay razones para temer criticar al gobierno en el espacio público. Si mucha gente siente efectivamente miedo o no, si mucha gente deja de expresarse por miedo o no, es imposible de medir. Sí puede demostrarse que hay razones para que las personas teman criticar al gobierno en el espacio público.

Cabe agregar dos aclaraciones. La primera es que mecanismos para generar miedo de expresarse en el espacio público existieron siempre y no los inventó este gobierno. Un gran medio privado también cuenta con mecanismos para intimidar a quienes defiendan ciertas posiciones en el espacio público. La segunda es que la gran cantidad de críticas al gobierno que se observan en el espacio público no prueba la inexistencia del miedo. Esas críticas pueden provenir de personas que tienen motivos para no sentir miedo, lo cual no demuestra que no haya muchas otras personas que sí los tienen.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Consejo para la derecha

Si tuviese que darle un consejo a los candidatos de la "derecha" (las comillas van para enfatizar la ambigüedad del concepto), les diría que instalen la dicotomía igualdad de oportunidades / igualdad de resultados, que se identifiquen con la primera y que identifiquen al kirchnerismo con la segunda. Digan que este gobierno busca igualar en los resultados, es decir, sin tener en consideración los méritos y el esfuerzo individual. Digan que el gobierno reparte entre los que menos tienen como si entre ellos ninguno tuviese ganas de desarrollarse y crecer por sus propios méritos. Digan que para ustedes lo importante no es que todos terminen igual, sino que empiecen lo más igual posible. Digan que todos deben tener acceso a condiciones de vida básica, a educación y salud de excelencia. Digan que a partir de ahí, la capacidad de consumo de cada uno dependerá de sus méritos educativos y profesionales. Que el Estado no gastará dinero en objetos de consumo porque invertirá todo en igualar las oportunidades, es decir, en asignaciones familiares, educación y salud, entre otras cosas. Agréguenle algo de idealismo y digan que la dignidad se obtiene mediante el trabajo y la autonomía, y no mediante regalos por parte del Estado. Argumenten que la gente tiene incentivos para producir más y mejor, la riqueza general aumenta.

¿Sería esto un suicidio político? Pienso que no. La autonomía individual es uno de esos valores universales que interpelan a cualquiera, y tal vez más aun a quienes sienten que nunca la han tenido. Además, aun quienes no estén mejor posicionados para triunfar en un sistema meritocrático seguramente conocen a varia gente que, en su opinión, es más vaga y menos talentosa que ellos, y que por lo tanto debería tener menos. Mucha gente, además, aceptaría perder su televisor de plasma y el fútbol del domingo si tiene expectativas creíbles de que sus hijos recibirán una mejor educación.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Análisis electoral aburrido

Si alguien desapegado a la Argentina (un cronista extranjero, supongamos) fuese a analizar el resultado electoral de las PASO, ¿qué diría? Creo que lo siguiente:

1) El gobierno sufrió un revés electoral porque perdió en los distritos más importantes, y especialmente en la Provincia de Buenos Aires, que es donde puso el foco para la campaña electoral.

2) Este revés electoral no tiene una relevancia decisiva por el hecho de que la oposición está fragmentada y el oficialismo sigue siendo la primera fuerza a nivel nacional.

3) Luego de esta elección, el gobierno no sale fortalecido sino debilitado. Por cuestiones institucionales y de opinión pública, la posibilidad de una re-reelección parece mínima.

4) Hubo movimientos en el panorama político, principalmente por la aparición de Massa como eventual candidato presidencia opositor, y el posicionamiento de Scioli como eventual candidato por el espacio oficialista.

Todo esto es bastante simple y no demasiado impresionante. Que el gobierno diga que ganó la elección es una estrategia entendible, que consiste en enfatizar una parte de la verdad para dejar otra en segundo plano. Los medios que reproducen linealmente ese discurso faltan a la verdad. Lo mismo hacen quienes sostienen que el gobierno sufrió una derrota electoral definitiva.

domingo, 14 de julio de 2013

CBC, oratoria, política

Año 2002. Todavía en plena reverberación de la crisis política de 2001 (y en plena crisis económica, claro está), empiezo el CBC para ciencia política. Primera clase de la materia "ciencia política" (curioso que el nombre sea una disciplina entera). Dos muchachas jóvenes presentan el programa: de Platón a Max Weber, pasando por Mill, Tocqueville y Marx. Al final llega el titular de cátedra, a quien no volveré a ver a lo largo del semestre.

Es un hombre joven. Habla muy bien, fluido, no se traba, no repite palabras, tiene un vocabulario variado. Nos habla de qué es la teoría política, de la importancia de ir armando nuestra biblioteca con sus textos fundamentales. Después habla más de política. Solo recuerdo su crítica al lenguaje de los 90. "Crepúsculo" es una palabra bella, dice. "Convertibilidad" es, en cambio, una palabra horrible. Yo me siento entusiasmado. Siento que descubro algo nuevo, o sea, una nueva forma de criticar a un objeto que odio: la "década menemista".

Unos años más tarde me entero que este profesor, a quien no he vuelto a ver ni a escuchar, va a hablar en un mesa en la Feria del libro. Me entusiasmo y decido ir a escucharlo. No recuerdo el tema, pero describe una época. Su oratoria es aún más sorprendente: habla de cafés en alguna ciudad Europea del siglo 19, donde personajes famosos de la historia del pensamiento discuten problemas fundamentales de la humanidad. Describe los detalles como si estuviese leyendo un cuento. El público se entusiasma y termina aplaudiendo efusivamente. Yo pienso que mi impresión original se confirma: se trata de un intelectual admirable. Pero hay un detalle: otro de los panelistas, al terminar los aplausos, habla en tono crítico. Interpreto de sus palabras que la buena oratoria esconde falta de rigurosidad intelectual. Agradar al público no es lo mismo que saber de lo que se habla. ¿Es un envidioso? ¿O alguien que realmente sabe? Me quedo pensando.

Pasan varios años. Ya estoy recibido y me dedico a la investigación. Ya tengo mis propias ideas sobre lo que significa el rigor intelectual. Vuelvo a escuchar de mi profesor del CBC. Es una de las principales firmas en una carta pública que defiende al gobierno de Néstor Kirchner, en ese momento asediado por un conflicto político. Yo no simpatizo con el gobierno, y la carta me parece mal escrita y argumentalmente superficial. Mi antiguo profesor empieza a aparecer en los medios. Ya no me parece que hable bien. Habla seductoramente: fluido, claro, pausado, con tono amable. Pero no hay argumentos ni conceptos claros, sino solo idea generales. Sus escritos son aún peores: solo imágenes y metáforas, nada que interpele a quien no comparte en principio la posición de quien escribe.

Pasan algunos años más. Yo me voy especializando en teoría política, mientras mi profesor se va convirtiendo en una celebridad mediática. Ya ni lo leo ni escucho, salvo para entretenerme y reírme de lo que considero un absurdo. Más entendido en el funcionamiento de las disciplinas académicas, sé que sus méritos profesionales están muy por detrás de su reconocimiento público. Siento que es injusto que tanta gente mucho más destacada sea ignorada, mientras mi antiguo profesor, por sus dotes de orador, tiene un cierto reconocimiento público. Pero, pienso, ¿no es así la historia de la filosofía? A Sócrates lo condenó a muerte un tribunal popular.

Hoy mi profe es candidato a un cargo político. Eso me pone contento. Pienso que no hay que confundir las cosas: hacer política no es hacer filosofía. Me llevó bastantes años formar la idea de esa diferencia.

lunes, 8 de julio de 2013

¿Y la política?

Hace ya varios meses, probablemente años, que en la Argentina no hay discusiones políticas sustanciales. Como si en el país no hubiesen problemas y desafíos concretos (pobreza, marginalidad, inseguridad, transporte, educación, inflación, etc.), la discusión política pasa únicamente por estilos y consignas abstractas. El gobierno se vanagloria permanentemente de logros pasados mientras exalta su capacidad de confrontar intereses no democráticos. Pero ya no queda claro qué relevancia tienen esas confrontaciones para los problemas concretos del país. Si el gobierno consigue subordinar a la justicia al voto de la ciudadanía, ¿se hace posible solucionar algunos de los problemas estructurales del país?

Los líderes de la oposición, por su parte, insisten en cuestiones de estilo. Por alguna razón difícil de entender, entre las cuales no habría que descartar una accidental ausencia de talento político, nadie propone prioridades de gestión. En cambio, Binner se muestra como un administrador prolijo, De Narváez moviliza el odio contra Cristina, Massa no dice nada (apostando por ahora a la novedad de su figura) y Macri insiste con una ideología vecinalista poco relevante a nivel nacional. ¿Por qué nadie dice que tiene un plan para evitar que la gente se muera en accidentes de tren? ¿Por qué nadie dice que tiene una idea para integrar a la gente que vive en las villas?

Esta especie de supresión de la política no es nueva, sino que existe desde hace un par de décadas. La novedad es que hoy la misma no surge solo de la "pos-política" propia de candidatos que no confrontan como Scioli y Macri, sino también de la "hiper-política" que muestra el gobierno, la cual desplaza toda discusión de gestión hacia confrontaciones ideológicas abstractas. "Abstractas" en el sentido de que no queda claro cómo las mismas afectan aspectos sustanciales de la vida de la ciudadanía.

Así, mientras las élites políticas e intelectuales se dividen en torno a su identificación con uno u otro espacio, la ciudadanía sigue su vida sin otra expectativa que que las cosas sigan más o menos como están.

jueves, 13 de junio de 2013

Iqualilty of opportunity/outcome

En Estado Unidos suele hablarse del contraste entre "igualdad de oportunidades" e "igualdad de resultados". Igualdad de oportunidades es la idea de que una sociedad debe asegurar lo más posible que todos tengan las mismas oportunidades para lograr una vida materialmente próspera, pero tolerar las desigualdades que surjan en base al mérito, el trabajo y el talento individual. Igualdad de resultados es la idea de que la sociedad debe asegurar una relativa igualdad material entre las personas, más allá de sus trayectorias individuales.

Esta dicotomía suele utilizarse de forma tramposa. Los republicanos suelen acusar a Obama de orientar sus políticas según el principio de igualdad de resultados, el cual sería contrario a los valores estadounidenses. Ello es absurdo, puesto que no solo es un hecho que Estados Unidos es casi lo opuesto a un escenario de "igualdad de resultados", sino que está a años luz de uno de "igualdad de oportunidades". A su vez, lo que los republicanos impulsan bajo este principio no es más que un acérrimo libremercado que tiende a acentuar las desigualdades de origen.

En la Argentina, parecería prevalecer el principio de "igualdad de resultados". La idea en el gobierno y en las élites intelectuales parece ser que toda desigualdad de origen es injusta, que la misma condiciona injustamente nuestro futuro, y que por lo tanto la sociedad debe rectificar esa injusticia asegurando que todos tengamos un bienestar material relativamente similar.

lunes, 27 de mayo de 2013

Mocca y el pasado

Interesante respuesta de Emilio de Ipola a esta columna de Edgardo Mocca. De Ipola no responde al análisis de Mocca sobre el progresismo argentino (léase: el progresismo no kirchnerista), ya que, como señala, es una mirada "a vuelo de pájaro" y, por lo tanto (según creo), carente de argumentos sólidos que valga la pena discutir. En cambio, se refiere a algo mucho más concreto: Mocca ataca severamente al progresismo en su conjunto sin mencionar que, hasta hace pocos años, él mismo adhirió de lleno al ideario que ahora critica. Lo que sorprende a de Ipola son las condiciones psicológicas (o ideológicas) en base a las cuales alguien puede escribir como si su pasado no existiese. Y lo que le molesta, sospecho, es la falta de vergüenza y consideración para con quienes (como el propio de Ipola) compartieron ese pasado. Ante esto, de Ipola parece replicar "no acepto que borres ese pasado común".

De Ipola concluye que este borramiento del pasado está ligado a la pretensión del kirchnerismo de presentarse como un comienzo absoluto en la historia argentina. Claro que este ideario del nuevo comienzo no es exclusivo del kirchnerismo, sino que tiene una larga historia en la Argentina. Yrigoyen, Perón, en cierta medida Alfonsín y Menem (por no mencionar gobiernos militares), se caracterizaron por presentar sus gobiernos como el inicio de una nueva era que modificaría los principios sociales fundamentales del pasado. Esta operación ideológica hace que la relación con el pasado se vuelva complicada para aquéllos cuya actividad política es previa a la nueva era que se dice inaugurar. Eso da lugar a las auto-interpretaciones más extrañas. Algunos, como Mocca, apuestan al olvido. Otros, como Orlando Barone (quien también apostó al olvido, pero fracasó debido a la molesta memoria de los demás), expresan una suerte de reconverción y "mea culpa", mediante la cual limpian sus pecado e ingresan prístinos a la nueva era. Finalmente están aquéllos como Víctor Hugo, que interpretan su pasado como una suerte de anticipación del momento fundamente que vive el país (Víctor Hugo alega que él hizo dinero resistiendo la hegemonía del Grupo Clarín, siendo así una especie de precursor en la guerra contra el mismo).

Para quienes no nos identificamos con esta idea refundacional, todas estas narrativas son difíciles de procesar. El pasado no es solo la antesala del presente, sino también su suelo, es decir, lo que le da cierta estabilidad. El sentido de las acciones pasadas no se reduce a su relación con el momento presente, porque esas acciones tuvieron sus propias circunstancias. Reconocer la autonomía del pasado, pensarlo como un conjunto de experiencias compartidas que contribuyen a definir quiénes somos más allá de dónde estamos posicionados hoy, es condición necesaria para que el presente tenga un sentido más sólido, más creíble y más estable que el que determinan las circunstancias políticas del momento.