miércoles, 29 de febrero de 2012

Sabiduría popular (anti-kirchnerista)

¿Qué respondería un kirchnerista a esta pieza de sabiduría popular tomada de Facebook?
Cristina Fernandez de Kirchner... sos lo peor que me pasó en la vida! Cerras las importaciones y acá no haces nada... no creas industria!

Sin embargo vos te vestís con ropa importada y yo no puedo tener mi iphone!

CARETA! VESTITE CON ROPA GENERICA HECHA EN ALGUN TALLER DE ARGENTINA!

SE CONSECUENTE CON LO QUE DECIS!

sábado, 25 de febrero de 2012

¿Y ahora?

Como siempre, reacciones diversas por parte del kirchnerismo. Por un lado, los que son capaces de pensamiento independiente (acá y acá), reconocen lo evidente: el gobierno tiene responsabilidad en lo ocurrido, y corresponde que se haga cargo. Por el otro, los que ven en todo una confirmación de que el kirchnerismo es perfecto. Guillermo Levy, por ejemplo, culpa a Menem y a los medios de comunicación y empresarios que apoyaron las privatizaciones por lo que pasó, y afirma sin mayores aclaraciones que solo luego de esta tragedia es el momento de que el gobierno actúe en el tema de los trenes. Mi duda es si la visión de la propia Cristina se acerca más a la primera perspectiva o a la segunda, aunque sospecho que este último es el caso. Pedirle a Cristina que asuma la responsabilidad desde un kirchnerismo crítico es sin duda razonable, pero ignora que dicho reconocimiento implicaría un quiebre con la matriz ideológica del gobierno. Pues asumir que algo no se hizo bien y que el gobierno no estuvo a la altura de las circunstancias implicaría menoscabar la confianza absoluta que el gobierno reclama por parte de la ciudadanía, como condición para desarrollar políticas sin controles ni rendimiento de cuentas. En otras palabras, el problema con asumir falencias es la posible conclusión de que no es bueno que el gobierno tenga poder absoluto para obrar a discreción en cada área del Estado. Por eso, pienso que el gobierno seguirá un curso de acción más afín al kirchnerismo ortodoxo, buscando desligar su responsabilidad y señalando culpables. De ese modo, se intentará instalar la idea de que el accidente no se produjo porque el gobierno no controlase lo suficiente las condiciones del servicio de trenes, sino, por el contrario, porque no tenía poder de control suficiente para evitar que empresarios inescrupulosos lucraran poniendo en riesgo la vida de la gente. La conclusión inevitable será que el gobierno necesita más poder de control, porque solo el control absoluto permite una gestión eficaz. Si esta es, efectivamente, la línea que se adopta desde el gobierno (de lo que ya hubo un indicio al presentarse el Estado como querellante), la pregunta será hasta qué punto la sociedad aceptará un relato que tiende a neutralizar y revertir toda crítica en favor de mayor tolerancia, confianza y crédito para con él.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La causa Malvinas

Hace varios días que vengo siguiendo el tema Malvinas, buscando tomar una posición favorable o contraria a la nueva estrategia del gobierno sobre el tema.

Me pongo en el lugar de quienes acuerdan con la estrategia del gobierno. Digamos que el objetivo de obtener la soberanía de Malvinas es una política de Estado que es bueno sostener. Sobre esa base, podemos pensar que la estrategia del gobierno es la mejor posible. Puesto que los británicos se niegan a negociar, la Argentina puede presionar haciendo su relación con las islas lo más difícil y costosa posible. A su vez, la Argentina busca aliados entre los países latinoamericanos, en un contexto de relativa fortaleza, para perjudicar la posición internacional del Reino Unido. A la larga, esto podría llevar a que el Reino Unido revalúe su política de no negociación. Pero aunque no lo haga, la Argentina afirma su posición y sale bien parada. Un elemento importante en este sentido es la afirmación permanente de la voluntad de encarar el tema pacíficamente, para que todo elemento bélico quede del lado británico.

Ahora bien, pensemos un poco más afondo esta cuestión de la "causa Malvinas". Efectivamente se trata de una "causa" antes que de una "política" porque lo que está en juego no es eminentemente un interés, sino una cuestión simbólica. A la Argentina las Malvinas le son casi indiferentes desde un punto de vista material, pero tienen un peso simbólico muy importante. Es decir que lo que está en juego en la causa es más que nada una cuestión de identidad e ideología nacional. Los argentinos consideramos que la islas nos fueron arrebatadas injustamente, y vemos en la reparación de esa injusticia una afirmación de nuestra identidad.

Esto tiene consecuencias muy importantes. Si las Malvinas son una causa antes que una política, entonces los gobiernos tienen menos incentivos para implementar políticas que efectivamente tiendan a obtener la soberanía de las islas, que para demostrar y poner en escena esta afirmación del orgullo nacional. Algunos dicen, por ejemplo, que la política más efectiva respecto de Malvinas sería tratar de integrarlas, construyendo vínculos con sus habitantes. Sea esto cierto o no, la cuestión es que en términos ideológicos esa política no sería consecuente con la causa, que, de nuevo, no busca un objetivo material sino una afirmación simbólica. O sea: lo importante no es obtener la soberanía por el medio que sea, sino denunciar la injusticia cometida y reclamar su reparación.

Si la política argentina respecto de Malvinas es, entonces, una puesta en escena ideológica antes que una gestión, lo que está en juego es menos una cuestión de política exterior que de movilización interior. Las gestiones externas se desarrollan con el fin de afirmar una identidad interna. Por eso fue tan bien recibido el bloqueo a los barcos con bandera británica por parte de otros países latinoamericanos; contribuya eso o no al objetivo final, lo principal es que constituye una victoria simbólica sobre el Reino Unido. Para el gobierno, lo importante es afirmar una posición, y por eso evalúa sus éxitos en términos de batallas simbólicas, cuya conexión con objetivos concretos son difíciles de ver.

La siguiente pregunta sería: ¿es positiva esta política de afirmación nacional? Creo que no, por varios motivos. El primero es pragmático: en el caso de Malvinas, donde toda solución por la fuerza es imposible para la Argentina, la "causa" muchas veces contradice el objetivo concreto de obtener la soberanía de las islas. No siempre lo más efectivo en términos de afirmación identitaria es lo más efectivos en términos de política exterior, y en este caso creo que cuanto más confrontativa se muestra la Argentina, más contribuye a endurecer la posición de Gran Bretaña y de los isleños. Por este motivo, cuanto más se agita la cuestión Malvinas interiormente, menos efectiva tiende a ser la política exterior al respecto.

Ahora bien, supongamos que todos aceptamos que recuperar las islas no nos interesa y que lo único que importa es la cuestión identitaria. ¿Es entonces positiva la estrategia del gobierno? Sigo pensando que no. Primero que nada, porque la afirmación identitaria construida sobre pasados míticos (y, sea cual sea la realidad, para casi la totalidad de los argentinos la idea que se tiene un derecho sobre las islas se basa en mitos) es negativa y peligrosa. Negativa porque tiende a afirmar estereotipos ("los argentinos somos pacíficos", "los ingleses son militaristas") y a apuntalar prejuicios ("la Argentina tiene derechos geográficos e históricos sobre las islas"). Peligrosa porque, siendo que lo que para el gobierno es un estrategia de movilización es para la población una verdad, se cultiva una idea cuyas consecuencias son impredecibles. Para el gobierno puede ser obvio que las Malvinas no importan más que para afirmar la identidad nacional, pero para mucha gente esta distinción no es tan clara y, a la larga, puede dar lugar a la idea de que "hay que recuperar las islas por cualquier medio". Este camino es en parte el que abrió la puerta a la aventura de 1982.

La estrategia del gobierno sobre Malvinas recae en todos los lugares comunes de una auto-celebración identitaria. Las palabras de Cristina exculpando a los argentinos por su abierto y decidido apoyo a la ocupación de 1982 son ilustrativas en ese sentido. Se combinan con la exaltación de los medios pacíficos, como si ello fuese una cuestión de superioridad moral y no de diferencias de poder militar. Lo que queda es la pureza identitaria: "los argentinos afirmamos nuestros derechos mediante la paz, mientras los británicos utilizan la fuerza". Estos lugares comunes auto-celebratorios fomentan una cierta estupidización, que consiste reproducir una noción reconfortante de nosotros mismos antes que desafiarnos a repensar y cuestionar nuestra posición. Me pregunto: ¿sería perjudicial abrir un debate histórico y jurídico sobre la legitimidad de nuestro reclamo sobre Malvinas? ¿Es la pureza de la causa más beneficiosa que una auto-reflexión sobre nuestra propia posición?

Vale la pena destacar la instrumentalidad política que la causa Malvinas presente cada nuevo gobierno, y que éste parece dispuesto a aprovechar como nunca desde 1982. El discurso de Cristina, convocando a todos los sectores sociales a escucharla, fue una puesta en escena de unidad nacional. Lo cual no sería en sí mismo negativo, si no fuese porque esta unidad se presenta en términos jerárquicos, con la líder representando a la nación y todos los actores mostrando silenciosamente su consenso. Se evita así la posibilidad de pensar la unidad nacional en términos de convergencias plurales, por ejemplo mediante una invocación a consensuar una política de Estado que vaya más allá de una estrategia coyuntural. Con la invocación al consenso silencioso, el gobierno plantea un escenario donde las alternativas son la adhesión a su estrategia o la traición a la causa. De nuevo: la pureza de la causa se traduce en la escenificación de la pureza identitaria.

En definitiva, pienso que todo este revivir de la cuestión Malvinas, con sus éxitos simbólicos, reproducen imaginarios retrógrados. Estos imaginarios son redituables políticamente y nos brindan una cierta satisfacción comunitaria. Pero poco nos sirven para avanzar en la gestión sobre Malvinas (si tal cosa existe) y, lo que es más grave, reafirman lugares comunes sobre nosotros mismos que difícilmente sean beneficiosos de cara al futuro.

lunes, 13 de febrero de 2012

Tres perspectivas sobre el caso Garzón

Leo lo que escriben sobre la condena a Baltazar Garzón Gustavo Arballo, Mario Wainfeld y Eugenio Zaffaroni. Arballo evalúa el caso desde una perspectiva jurídica, Wainfeld desde una perspectiva política, y Zaffaroni desde una perspectiva, digamos, de teoría del poder judicial. Arballo concluye que, guste o no ideológicamente, la condena es irreprochable en términos jurídicos. Wainfeld sugiere que los elementos jurídicos no importan porque "la dimensión de un protagonista a menudo se mide por quiénes son sus enemigos". Por lo tanto, concluye que la condena es un triunfo de la derecha reaccionaria, nada más. Zaffaroni tampoco brinda elementos jurídicos específicos y condena el fallo por restringir la libertad del juez y, de ese modo, sentar un precedente favorable a la verticalidad judicial. Es un argumento que me resulta incomprensible: ¿garantizar la pluralidad del poder judicial implica que las acciones de los jueces no pueden ser sancionadas? Suena absurdo, pero no veo en el artículo de Zaffaroni ninguna sugerencia respecto de dónde estaría el límite entre la autonomía de un juez y su potestad para hacer cualquier cosa.

El argumento de Wainfeld es discutible. Evaluar todo hecho social, judicial en este caso, mediante parámetros ideológico-políticos, implica en última instancia la negación del derecho. Digamos que en términos jurídicos, lo que importa es si una persona comete o no un delito, no su ideología. Evaluar la condena a Garzón en términos de confrontaciones ideológicas que no tienen propiamente que ver con los elementos jurídicos, implica sugerir que el poder judicial debe manejarse con criterios políticos. Los problemas que esto genera son bastante obvios.

sábado, 11 de febrero de 2012

Intelectuales patraña

Algo que me enoja mucho es leer artículos de "intelectuales" que no argumentan, como éste de Diego Tatian (a quien no conozco, ni creo que tenga muchos méritos académicos). El artículo fue generosamente discutido acá, así que voy a hacer un comentario más general. Me parece que la actividad específica del intelectual, y más aún de los que forman parte de ámbito universitario y de la investigación académica, es la argumentación. Esto presupone ciertas reglas discursivas, entre las que remarcaría respaldar lo que uno afirma con evidencias ya sea empíricas o lógicas, de forma tal que lo afirmado sea en principio pasible de refutación. Por supuesto que la idea no es afirmar cosas que uno sabe que son refutables, sino cosas que podrían en principio ser refutadas pero que, en base a ciertos elementos, uno piensa que no lo son. Este, por supuesto, no es el único tipo de discurso posible; la literatura y la poesía son ejemplos de discursos no argumentativos, donde pueden realizarse afirmaciones sin fundamentos lógicos o empíricos. Pero cuando uno escribe una nota en un diario a título de "docente universitario e investigador", se asume que no está escribiendo como poeta o escritor, sino como intelectual. Entonces, utilizar ese espacio para expresar apreciaciones subjetivas imposibles de verificar es convertir a la actividad intelectual en una patraña.