lunes, 30 de agosto de 2010

Anexo al post anterior

Esccribe Eduardo Aliverti:

Si se trata de información pura, los datos de las dos partes son tan enfrentados que, aun cuando el cotejo sea en extremo riguroso, no parece haber garantía de emerger sin dejar duda alguna. Lo solvente de la impresionante pieza oratoria desplegada por la Presidenta, en su alocución del martes pasado, fue contrastable con el testimonio de parte de la familia Graiver que Clarín y La Nación reprodujeron el miércoles. Pero esto fue refutado a su vez con la nota publicada el jueves por Tiempo Argentino, y en la que se reproduce lo que Isidoro Graiver, con pedido de confidencialidad, había confesado el 11 de junio de este mismo año: “Clarín y La Nación nos humillaron, fue un afano”, decía entonces, según se corroboró con la difusión televisiva del audio, quien menos de tres meses después señala exactamente lo contrario. La fortaleza de las pruebas documentales sólo podrá ser discernida por la Justicia. Fechas, procesos judiciales, investigaciones, tiempo transcurrido, redundan en una disección muy difícil aun para el ciudadano común interesado en el tema; siendo que, encima y al contrario de la cotidianidad de lo que ocurrirá con un servidor de red, con alrededor de un millón de usuarios, Papel Prensa no figuraba en la agenda social. Es más: podría apostarse con seguridad a que la mayoría no tiene o tenía mayor idea en torno de este conflicto, ni de en qué consiste esa empresa, excepto por registrarlo como otra escalada en la guerra entre el Gobierno y Clarín. Pero habrá que dejar para dentro de unas líneas qué se interpreta –la mayoría y uno mismo– sobre esa contienda.

sábado, 28 de agosto de 2010

Papel Prensa: la confusión por sobre el debate

Desde el discurso de Cristina sobre Papel Prensa, que encontré sumamente inspirador y estimulante, me propuse seguir el caso. Las palabras fueron tan claras y contundentes, que imaginé que el gobierno tenía un caso sólido. Sabía que los medios afectados tratarían de ponerlo en duda. Pero los medios no pueden inventar noticias y, considerándome un lector relativamente atento, supuse que podría ir siguiendo la trama. No pasaron muchos días, y ya comencé a perder mis esperanzas. Ya hay demasiadas complicaciones: personas que dicen una cosa y antes dijeron otras, diferentes personas que dicen cosas que se cotradicen, personas que hablan de segunda o tercera mano, y que no se entiende muy bien qué relación tienen con la causa. Cada diario menciona fuentes que van en un sentido o en el otro, sin explicar con demasiado detalle quién dice lo que dice. Entonces me puse a pensar: si yo, que estoy interesado en la política, tengo estudios universitarios en el tema, conozco algo de historia, leo frecuentemente los diarios, y me propuse especialmente seguir este tema, tengo tantos problemas para entender quién tiene razón en esta pelea, ¿qué se puede esperar de tanta otra gente? Y si, como estoy asumiendo, nadie puede comprender con claridad lo que está pasando, porque en realidad la causa es más complicada que lo que Cristina quiso dar a entender, ¿qué sentido tiene la pelea misma?

El gobierno ha encarado el tema de Papel Prensa como lo ha hecho con tantos otros: como parte de una batalla cultural. Ello significa que no está buscando avanzar sobre la empresa meramente por vías legales o a través de acuerdos políticos, sino que está tratando de generar consenso en la opinión pública a su favor. En otras palabras, el gobierno quiere que la mayor parte posible de la opinión pública odie a Clarín y La Nación y apoye su ofensiva. Esto queda claro por la forma en la que se presentó el tema, con un discurso de más de una hora por cadena nacional. Luego, Cristina tuvo la sensatez de enviar el tema a la justicia, pero habiendo presentado la causa ante la sociedad como si las conclusiones fuesen evidentes. Así las cosas, en términos de batalla ante la opinión pública, el resultado judicial será lo menos importante: lo importante es que la gente simpatice con un lado o con el otro. La justicia es un terreno de conflicto más, pero evidentemente no es el único ni el principal.

El problema es que, desde mi punto de vista, una batalla cultural librada en términos de una causa judicial sobre un hecho ocurrido hace 34 años difícilmente deje algo positivo. Si el gobierno dice claramente la verdad y Clarín y La Nación mienten, entonces no solo la causa debería resolverse sin ambigüedades a favor del gobierno, sino que la evidencia pública al respecto también debería ser abrumadora. Si las cosas, como parece hasta el momento, no son tan claras, y hay una serie de declaraciones e interpretaciones contrapuestas, agrabadas por el hecho de que el tema estuvo en suspenso durante 34 años, solo expertos en la materia podrán ir desentrañando el caso, mientras que la opinión pública en general no podrá más que elegir entre un bando y el otro según sus preferencias dadas de antemano. Me pregunto, entonces, ¿qué sentido tiene una batalla cultural librada en esos términos? ¿Puede realmente surgir de ella un cambio "cultural"?

Yo creo que una batalla cultural no puede librarse en términos de verdades históricas que requerirían un grupo de investigadores expertos para desentrañar cómo se dieron las cosas. De ser así, lo único que podrá definir la contienda es la autoridad de los expertos: los jueces, en este caso, y los académicos interesados en seguir el caso. Habría entonces que dejar la contienda librada a su rigor profesional, si confiamos en él. Pero más allá de eso, no hay mucho margen para que la ciudadanía tome posición o conozca los hechos, ya que la misma quedará expuesta a innumerables informaciones contrapuestas y evidencias cruzadas. La opinión pública escuchará una y mil veces al gobierno y los medios afines repitiendo consignas y mostrando evidencias de su lado, y otras una y mil veces lo mismo del lado de los medios opositores. Finalmente, la verdad será lo menos importante: quedará mejor parado el que tenga mayor y mejor capacidad de propaganda, mayores recursos para instalar la idea de que la verdad está de su lado.

Lo que se pierde con todo esto es la posibilidad de instalar un debate sustancial sobre la producción de papel para los diarios. Ese debate no pasa por cómo se dio la actual configuración accionaria de Papel Prensa, sino por un principio general pero, a la vez, bastante concreto: la única empresa nacional productora de papel prensa no debería estar en manos de los dos principales diarios del país. Eso, más allá de cuáles sean esos dos diarios, de su historia, posición ideológica, y demás, facilita las prácticas oligopólicas, y pone en riesgo la pluralidad de medios. Y siendo que la pluralidad y diversidad de medios es un bien vinculado a la calidad de la democracia, es necesario que el Estado intervenga para evitar prácticas oligopólicas. No se trata de un argumento demasiado complicado, ni requiere muchos tecnicismos. Por eso, me parece que el gobierno debería hacer hincapié en el proyecto de ley para declarar Papel Prensa como una empresa de interés público, con el fin de modificar su configuración propietaria. Esa sí sería una auténtica batalla cultural, centrada en convencer a la opinión pública de el Estado debe prevenir mecanismos oligopólicos entre los medios de comunicación, en vez de someter a la misma a consignas y evidencias cruzadas sobre el negro pasado de Clarín y La Nación.

La estrategia adoptada, sin embargo, responde a una forma de hacer política que caracteriza al actual gobierno prácticamente desde sus inicios. Al contrario de lo que suele decirse, los Kirchner le huyen constantemente al debate. Los hacen planteando todos los temas en términos de consignas y estigmatizaciones que poco tienen que ver con la sustancia de lo que está en juego. Cuando los ruralistas cortaban rutas, dijeron que tenían peones en negro. Cuando sonaron las cacerolas, dijeron que era por la política de derechos humanos. Cuando Clarín y La Nación los critican, dicen que fueron cómplices de la dictadura. No es que estos elementos no importen, pero, librados a sí mismos, solo conducen a guerras de estigmatizaciones, donde las descalificaciones reemplazan a los argumentos. Y, por supuesto, nada constructivo sale de esto. A lo sumo, un bando prevalece por sobre el otro porque instala la idea de que los otros son personas muy malvadas que merece que se le haga cualquier cosa. Y así el bando victorioso obtiene la capacidad de hacer cualquier cosa. Pero nada se avanza en generar conciencia sobre la calidad de los medios, sobre su pluralidad, la necesidad de evitar oligopolios, y demás. Hoy en día, ese no es el eje del debate. El eje está en los testimonios cruzados que, día a día, nos dejan preguntándonos qué habrá pasado hace 34 años.

jueves, 26 de agosto de 2010

Cobardía mental

Apareció ayer en el New York Times una columna de David Brooks (cuyos artículos son publicados a veces en Página/12), que va muy en línea con los diagnósticos que dieron origen a este blog: hay mucha pereza mental, muchas ganas de repetir pensamientos placenteros, y muy pocas ganas de encarar razonamientos que no nos complazcan. El artículo se refiere, claro, a Estados Unidos, pero creo que sus palabras son perfectamente adecuadas a la Argentina. Acá van algunos fragmentos, traducidor por un servidor (o sea yo):

-... el carácter no es solo moral, sino también intelectual. El heroísmo no solo existe en el campo de batalla o en público, sino también en la cabeza, en la capacidad de afrontar pensamientos desagradables.

-Tenemos un prejuicio de confirmación; seleccionamos la evidencia que apoya nuestros puntos de vista. Somos avaros cognitivos; intentamos pensar lo menos posible. Somos pensadores en manada y ajustamos nuestras percepciones para encajar en el grupo.

-En este clima, somos menos concientes de nuestras numerosas fallas intelectuales, y menos propensos a ser escépticos sobre nuestras opiniones.

-En la competición mediática por atrapar miradas, todos son recompensados por producir contenidos placenteros y reafirmantes. Los resultados se miden por el rating y el número de visitas en la web. Gran parte de los medios, e incluso de la academia, está enfocada en complacer consumidores, sin ponerlos en ningún arduo régimen que edifique el carácter.

-... en general, la cultura pone menos énfasis en la necesidad de luchar contra las propias debilidades intelectuales. La cultura de hoy es mejor en la mayoría de los aspectos, pero en éste, es peor.

-Hay un mercado de vendedores de ideologías, que le da a la gente la posibilidad de sentirse victimizada. Hay rigidez en el debate político. Temas como los recortes impositivos y el tamaño del Estado, los cuales deberían estar amoldados a las circunstancias (a veces es bueno recortar impuestos, otras veces es necesario aumentarlos), son ahora tomados como prueba inflexibles de pureza tribal.

-Para usar una palabra elegante, hay un déficit de metacognición. Muy pocos en la vida pública suelen dar un paso atrás y pensar en la falibilidad de su propio pensamiento, y en lo que deberían hacer para compensarlo. (...) Los rigores del combate desalientan esa posibilidad.

La Nación, no inventes

Lo de La Nación inventando la idea de que los Estados Unidos están preocupados por la situación de Papel Prensa es bastante lamentable. La nota no es más que una sucesión de inferencias a partir de opiniones genéricas, emitidas, además, en respuesta a preguntas mal hechas. Si los grandes medios quieren defender su posición, deberían priorizar la calidad periodística por sobre todo lo demás. Para responder a la ofensiva del gobierno ya están los columnistas de opinión. Recurrir a informes evidentemente tendenciosos no hace más que dar cabida al argumento de que los intereses corporativos están por sobre la calidad periodística.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Dialéctica en los medios

Una lectura algo superficial del pensamiento dialéctico nos enseña que la realidad se desarrolla bajo la forma tesis-antítesis-síntesis. Si hay alguna duda, miren los titulares de hoy sobre las declaraciones de Alfonsín:

La Nación: "Alfonsín: 'El relato sobre papel prensa resulta muy sospechoso'".
Página/12: "Para Alfonsín, la Presidenta 'hizo lo que tenía que hacer'".
Perfil: "Alfonsín: CFK 'hizo lo que tenía que hacer' pero su relato es 'sospechoso'".

O sea:

                                                            Perfil
                                                          (síntesis)

                                           La Nación             Página/12
                                             (tesis)                 (antítesis)

¿Debemos concluir que Perfil representa la culminación de la historia del periodismo?

lunes, 23 de agosto de 2010

Defensa de la objetividad

En este post quiero defender la idea de objetividad. Hace tiempo que, desde programas de televisión y blogs afines al gobierno, se viene divulgando la idea de que la objetividad es un invento de los poderosos para camuflar la defensa de sus intereses particulares. En contraposición, se sostiene que todos hablamos desde una ideología, que es imposible salirse de ella, y que por lo tanto la objetividad no existe. Con mucho orgullo, quienes sostienen esta idea suelen auto-proclamarse "no objetivos", lo cual, entienden, los torna más honestos que aquéllos que disimulan su ideología bajo ideas como "objetividad", "neutralidad" o "ecuanimidad". La idea de fondo parece ser que cada uno debería sacarse la máscara de la objetividad y mostrarse como es, es decir, dando cuenta de la ideología a la cual responde.

El problema es que de la objetividad, como han notado los principales filósofos críticos de esta idea (Nietzsche, Heidegger, Arendt, Derrida), no se sale por un simple acto de voluntad. La creencia de que hay verdades que trascienden nuestro punto de vista particular forma parte de nuestra existencia y de nuestra pertenencia social; si no fuese así, la propia idea de que es posible persuadir al otro sería un absurdo. Que el agua hierve a cien grados, que algo no puede ser opaco y transparente a la vez, y que en 1982 el Ejército argentino ocupó las Islas Malvinas, son verdades asumidas por todos y, en ese sentido, son "objetivas". Sin estas verdades objetivas, no habría mundo común posible.

Claro está que estas verdades objetivas (es decir, compartidas por todos) no suelen ser suficientes para organizar nuestra vida en común. Que el agua hierva a cien grados puede ser objetivo, pero no significa nada en sí mismo, como tampoco significa mucho el hecho aislado de que, en 1982, el Ejército argentino haya ocupado las Islas Malvinas. Uno podría decir, entonces, que están esos hechos objetivos, pero que todo lo que se diga sobre ellos es ideológico, y que, por lo tanto, solo desde la ideología se pueden decir cosas relevantes para nuestra vida en común. ¿Significa ello que, más allá de los hechos, solo hay perspectivas que condicionan nuestra forma de verlos? ¿No caemos así, nuevamente, en el problema de que no hay terreno común sobre el cual fundamentar nuestras ideas, con el horizonte de ponernos de acuerdo?

Mi respuesta sería que, aún en nuestras interpretaciones de los hechos, la creencia en la objetividad de nuestros argumentos es inerradicable. Quienes dicen, haciéndose cargo de una posición ideológica, que la Sociedad Rural es una organización poco democrática por su historia de apoyo a los regímenes militares, no aceptaría que eso puede ser falso si se ven las cosas desde otro punto de vista, desde otra ideología. Si fuese así, no habría lugar para argumento alguno, sino solo para guerras de consignas. Si, de una manera u otra, todavía hay gente que considera que la propia ideología se puede defender con argumentos convincentes, es porque creen que hay en ella algo de objetivo, es decir, algo de veracidad que va más allá del punto de vista particular.

¿Qué se gana, entonces, con la supuesta honestidad de asumir la propia ideología? Si quien proclama ser objetivo oculta su posición ideológica, quien proclama no serlo, ¿no oculta la inextirpable creencia en la veracidad de lo que afirma? ¿Hay uno más honesto que el otro, o se trata de dos ocultamientos diferentes? Slavoj Zizek, uno de los principales teóricos de la ideología contemporáneos, ha afirmado que, mientras que anteriormente la creencia de estar fuera de la ideología era el mecanismo ideológico fundamental, hoy en día lo es el creer que no hay otra cosa más que ideología. Es decir, afirmar que no hay objetividad no es más que replicar el mismo gesto ideológica, el cual, como siempre, nos lleva a pensar que estamos fuera de la ideología. En este caso, ese "exterior" sería la posición de quien afirma que todos tienen una ideología. Después de todo, esa verdad sí tiene que ser objetiva, ¿o no?

Mi sospecha es que esto de negar la objetividad es una excusa para escaparle a la argumentación, a la reflexión y al acuerdo, los cuales vienen con la idea de que hay verdades que van más allá de mi posición particular. Ser objetivo no implica necesariamente hablar desde una posición de absoluta neutralidad que los demás están obligados a aceptar. También significa respetar las verdades compartidas, y buscar contemplar otras perspectivas al momento de defender la propia. En ese sentido, la objetividad no es una posición dada de antemano, sino una búsqueda orientada a encontrar verdades que trascienden la propia posición, los propios prejuicios y lugares comunes. En otras palabras, la búsqueda de objetividad es aquello que nos permite salir un poco de nuestra ideología e interactuar con otros que no la comparten.

Esto último, claro, es más complicado que plantarse en la propia ideología y repetir las verdades que de ella nos vienen dadas. Pero sin esa búsqueda de objetividad, la discusión política se vuelve imposible. No hace falta, por lo tanto, quedarse con la oposición "ser objetivo / tener una ideología". Mejor asumir que todos partimos desde una concepción ideológica de la realidad, pero que la búsqueda de objetividad nos ayuda a trascenderla.

domingo, 22 de agosto de 2010

Anexo al post anteior

Escribe José Natanson:

"La kirchnerista es una interpretación sesgada, por supuesto, y elaborada a partir de las necesidades políticas del presente antes que en base a un estudio riguroso y meditado de lo que realmente pasó. Y sin embargo, es lógico y comprensible: la tarea de un gobierno no es dar cátedra de historia sino conducir al país, y parece natural que apele a todos los recursos a su mano, en este caso recursos intelectuales, para hacerlo. En cambio, sí cabe cuestionar a los intelectuales kirchneristas que asumen el relato oficial sin introducirle matices y colores, como si fuera una versión cerrada que hay que difundir pero no discutir, pues su función sí consiste, o debería consistir, en echar luz sobre el presente, si quieren mirando al pasado, pero tratando de no forzarlo y sin perder la elegancia, que eso sí que no se recupera".

sábado, 21 de agosto de 2010

Progresismo, verdades absolutas y ausencia de reflexividad

Me parece entendible que muchos progresistas se sientan identificados con este gobierno. Lo que me impresiona es el grado de embrutecimiento con el que algunos han asumido su discurso. Eso es, en mi opinión, lo que habrá de ser una de las herencias más negativas de este gobierno: el haber acentuado y exacerbado los prejuicios y los lugares comunes más rígidos e irreflexivos del progresismo argentino.

La política, claro está, no puede prescindir del sentido común. En algo tiene razón Laclau cuando escribe que política y populismo son lo mismo, aunque luego se haya desdicho (nunca por escrito, claro). Algo parecido escribió Hannah Arendt, aunque ella fue más atenta al rescatar la dimensión argumentativa sin la cual la política es imposible. El problema no es que el discurso político se apoye en lugares comunes; el problema es que los lugares comunes sean tomados por verdades incuestionables, al punto de que el solo hecho de reflexionar sobre los mismos constituya un acto de desviación ética.

En los últimos meses, periodistas, intelectuales, actores, estudiantes y gente de todo tipo, se han ido convenciendo cada vez más de que a la Argentina la vienen manejando los grupos egoístas que derrocaron a Perón y apoyaron a la última dictadura; que los medios de comunicación forman parte de esos grupos y que manipulan la realidad según les conviene; que Clarín es un "monopolio"; que todos los periodistas que trabajan para esos medios representan los intereses de la derecha; que detrás de todo eso está el imperialismo norteamericano; que todos los ruralistas son egoístas y simpatizantes de la dictadura; que en la Argentina hay un gobierno popular hostigado por una derecha egoísta; que Madres de Mayo tiene una legitimidad moral incuestionable y que por lo tanto no debe ser criticada; que la situación política actual no es más que la prolongación de una historia de sectores populares resistiendo el hostigamiento de los intereses corporativos.

Todos estos lugares comunes tienen algo de razonabilidad, pero también bastante de simplificación. El problema es que el progresismo parece haber abandonado toda pretención de sutileza, de reflexividad, de autocrítica, e incluso de veracidad. Todas estas cosas no son, claro está, virtudes políticas; por el contrario, ellas tienden a limitar la capacidad de la acción política para modificar la realidad. Pero no todos somos militantes, ni mucho menos propagandistas políticos. De hecho, el progresismo suele jactarse de ser más fiel a la verdad histórica y al análisis de las ideas que la "derecha" a la cual tanto desprecia. Pero lo que se ve hoy en día es una guerra de prejuicios donde estos atributos parecen estar completamente ausentes. Todo parece ser una verdad evidente. Solo hay que acusar a los otros por negarse a aceptarlas. No hay motivos para repensar nuestro punto de vista.

viernes, 20 de agosto de 2010

Progresistas admiradores de la inmigración ilegal

Así como en un post anterior me lamentaba por la pobreza argumentativa del conservadurismo local, hoy me lamento por la misma falencia de nuestro querido progresismo. No solo me lamento. Siento cierta irritación cuando el progresismo transmite ideales vacíos, repitiendo lugares comunes más que desplegando argumentos. Me irrita porque el progresismo se jacta de una cierta capacidad reflexiva superior a lo que tanto gusta en denominar "la derecha". Me parece, por lo tanto, una actitud hipócrita criticar al que piensa diferente por repetir ideas sin contenido, para luego hacer lo mismo, con el agravante de pretender estar haciendo algo diferente.

Víctor Hugo y 678, que hoy parecen ser los principales nodos de difusión del pensamiento oficialista, han decidido tratar el tema de la inmigración ilegal en Arizona. Hace algunas semanas, el gobierno de ese estado sancionó una ley según la cual un oficial de policía puede pedirle los documentos a cualquier persona que considere sospechosa de ser un inmigrante ilegal. Eso implica que, si a una persona se le requieren los documentos y no los tiene consigo en ese momento, será detenida hasta que se verifique su situación. Si es un ciudadano norteamericano o un inmigrante legal, podrá permanecer en los Estados Unidos. Si no lo es, quedará expuesto a ser deportado.

Yo no estoy, en principio, de acuerdo con esta ley. Pero me parece absurdo negar que la misma surge de un problema real para los Estados Unidos, que es la inmigración ilegal. Y más absurdo me parece convertir a los inmigrantes ilegales en víctimas del malvado capitalismo norteamericano, como si un país debiese abrir sus fronteras para que cualquiera entre. Gustavo Santaolalla llegó a decir en 678 que los Estados Unidos se encargaron sistemáticamente de destruir las economías de América Latina, que además atraen a todos con la riqueza que muestran en sus películas, y que luego le echan la culpa a los inmigrantes ilegales por sus propios errores. Otra persona dijo que una política que genera desigualdad es "terrorismo de Estado". Y no falta, por supesto, la idea tan popular como carente de evidencia de que los inmigrantes ilegales contribuyen al desarrollo económico, realizando tareas que los norteamericanos no quieren realizar.

Yo creo que es válido cuestionar cómo un país maneja su política migratoria, y cómo dichos manejos se articulan con otros problemas como el de la discriminación. Pero creo que es estúpido proponer, por un lado, que la inmigración ilegal le hace bien a los Estados Unidos y, por el otro, que los Estados Unidos son los culpables de su propia inmigración ilegal, siendo los inmigrantes ilegales sus víctimas. La inmigración ilegal es un problema serio, para Estados Unidos en general y para ciertos estados en particular. Un inmigrante ilegal es una persona de la cual el Estado no tiene ningún registro, y por lo tanto no tiene información sobre para qué llego y cuánto tiempo permanecerá allí. Se trata, por lo tanto, de un problema de seguridad. Hay, a su vez, un problema económico: el inmigrante ilegal no paga impuestos y, pot lo tanto, genera pérdidas fiscales.

Me parece, en cualquier caso, algo absurdo empezar a debatir sin ningún tipo de información sobre si los inmigrantes ilegales contribuyen o perjudican económicamente al resto de la población. Antes que todo eso, está el hecho de que un Estado soberano tiene derecho a decidir quién entra y quién no entra a su territorio. Y es una cuestión natural que una nación tan rica y tan grande como Estados Unidos, a la cual muchísima gente en todo el mundo desea emigrar, establezca controles estrictos sobre los movimientos migratorios. Ello está plenamente reconocido por el derecho internacional, lo cual implica que quien ingresa a un país evitando a las autoridades está cometiendo un acto ilegal. Se trata de un delito cuya víctima es el Estado norteamericano. Invertir esta relación alegando que, en realidad, el inmigrante ilegal es antes que nada un sujeto portador de derechos universales, los cuales son vulnerados cuando el Estado penaleza su acto ilegal, es de un idealismo absolutamente ingenuo e irrealista. Se trata, además, de una suerte de apología de la ilegalidad: quien comete el acto ilegal es puesto en el lugar de víctima, y quien hace cumplir la ley, en la de victimario.

Todo esto sin tener en cuenta, claro, que los Estados Unidos son uno de los países más receptivos a la inmigración, y por lo tanto más étnicamente pluralistas. En comparación, por ejemplo, con los países europeos, los Estados Unidos cuentan con leyes mucho más flexibles en cuanto a la posibilidad de establecer residencia y obetener la ciudadanía. Asimismo, a diferencia de aquéllos, tiene un principio de ciudadanía que no tiene en cuenta la pertenencia de sangre. Sin contar que, por la enorme cantidad de latinos que allí viven, el español se ha convertido informalmente en una segunda lengua: las grandes empresas y los organismos gubernamentales suelen ofrecer su información en español. Todo esto es, por supuesto, ignorado bajo la idea de que la sanción de una ley contra la inmigración ilegal expresa el racismo característico de la sociedad americana.

Si vamos a criticar, como creo que hay que hacerlo, la ley sancionada por el gobierno de Arizona, hagámoslo partiendo de la base de que es absurdo pedirle a un país que reciba bien a los inmigrantes ilegales, y reconozcamos los problemas que los mismos generan. Eso nos permitirá construir argumentos sólidos sobre cuál debería ser la mejor manera de resolver el problema. Y nos ayudará a librarnos de los prejuicios que nos hacen creer que, por negar el problema, somos más democráticos y pluralistas.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Intelectuales, estética y política

Me sorprende cuando algunos intelectuales, como Orlando Barone en este post, buscan las más pintorescas formas de expresar su desagrado por una serie de personas y grupos, sin explicar por qué les desagradan. Tal vez el desagrado no se pueda explicar, y no quede más que hacer una suerte de declaración estética sobre algo que no nos gusta para ver si otros concuerdan o no con nuestra apreciación. La política, claro está, tiene mucho de eso: hay cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan, y no es siempre fácil explicar por qué. Pero hay que tener cuidado: una declaración estética nunca puede ser verificada; solo refleja el punto de vista de quien la emite. A veces ella induce a otros a compartirla, pero otras veces impide cualquier acuerdo.

El problema es que la política no es una práctica puramente estética. No cabe duda de que la estética forma parte de ella. Pero si la estética no va acompañada por argumentos, es decir, por explicaciones que induzcan a otros a compartir nuestro punto de vista y, a la vez, nos obliguen a comprender el punto de vista del otro, deja de ser política. El gusto, como se sabe, no puede ser fundamentado, pero sí explicado. Yo puedo decir que algo me gusta porque no está ni muy crudo ni muy cocido, o porque es el punto medio entre dulce y salado. Nadie está obligado a compartir mi gusto, pero sí es posible que otros lleguen a comprenderlo. Eso, ya de por sí, es un principio de entendimiento.

Por otro lado, las declaraciones estéticas pueden estar ligadas a cuestiones fácticas que, aunque incapaces de proveerles una justificación universal, conecten nuestro gusto particular a verdades comunes. Por ejemplo, a mí puede gustarme un determinado compositor porque fue el primero en utilizar una determinada técnica. Ello no implica que a los demás deba gustarle, pero sí pueden conectar esa verdad compartida con mi gusto particular. O pueden demostrar que, en realidad, esa no es la verdad, y dejar en claro que las premisas en las que se sustenta mi gusto son incorrectas. En ambos casos, la declaración estética abre el camino al entendimiento mutuo.

Cuando, en cambio, la declaración estética no hace más que ponerle un concepto ("absurdo", "desfachatado") al disgusto, no hay mucho margen para el entendimiento. Se trata de algo más cercano al soliloquio o, al menos, a un discurso dirigido a quienes ya comparten mi gusto. Es como cuando uno termina de escuchar la novena sinfonía de Beethoven y dice "buenísimo", "espectacular", "sublime", y demás. Uno trata de expresar una sensación, y busca conceptos que lo ayuden. Eso no tiene nada de malo. Pero poco tiene que ver con el entendimiento mutuo y la construcción de voluntades plurales sin las cuales es impensable la práctica política.

domingo, 15 de agosto de 2010

Pedido de explicación a partir del video de Moreno

Querría que, si alguno de los lectores de este comentario es de los que piensa que no corresponde reprocharle a este gobierno sus credenciales democráticas y pluralistas, me explique estas imágenes que se difundieron de Guillermo Moreno. Si yo no me equivoco, una descripción neutral de este video sería que un funcionario del gobierno entra a una reunión de accionistas de una empresa cuyos manejos cuestiona, acompañado de algo así como "guardaespaldas", y los maltrata verbalmente a dichos accionistas con una sucesión de gritos desaforados. Hasta donde yo sé, la intimidación personal de cualquier tipo por parte de funcionarios del Estado no forma parte de los medios con los que, según el diseño constitucional de la Argentina, el mismo cuenta para ejercer sus políticas. Y hasta donde yo tenía entendido, después de la experiencia de la última dictadura, los que nos consideramos de una forma u otra progresistas nos habíamos puesto de acuerdo en que el poder coercitivo del Estado no debe ser ejercido por fuera de las vías legales. Realmente me interesaría saber cómo algunos entienden que episodios como éste no vulneran el funcionamiento del Estado de derecho.

Otra vez La Nación

Este editorial de La Nación condenando todo tipo de aborto me parece un desastre. No lo digo porque piense que, de por sí, es imposible oponerse al aborto con argumentos legítimos. Pero afirmar, por ejemplo, que por culpa de los abortos hay personas deseosas de adoptar que no pueden hacerlo, en un país donde, hasta donde tengo entendido, hay muchos chicos que no consiguen hogar, es destorcionar la realidad. También es poco realista pensar que es lo mismo interrumpir un embarazo que tener un hijo y darlo en adopción. Y es una gran falacia apelar a la autoridad de algunos científicos para concluir que desde la unión del óvulo y el espermatozoide, ya existe un ser humano. Hasta donde yo sé, lo que está en juego en la definición de ser humano relevante para este tema, es una cuestión filosófica más que científica. Me llama la atención, por último, que se mencione una supuesta propuesta para, en vez de realizar abortos, se deje nacer a los niños y se los mate. Yo nunca escuché una propuesta así, y la verdad es que suena inventada.

Yo pienso que en estas cuestiones se pueden defender valores, digamos, más tradicionales, con argumentos razonables y convincentes. Me da pena que los sectores conservadores en la Argentina no encuentren buenos argumentos para defender sus posiciones. Parece un conservadurismo subdesarrollado, si es posible tal cosa.

sábado, 14 de agosto de 2010

Tirón de orejas para La Nación

Tengo que decir que, más allá de su clara línea ideológica opositora al gobierno, me parece que La Nación viene haciendo un trabajo digno al tratar de que ciertos criterios periodísticos no queden desplazados por la confrontación política. Pero este titular: "De Narváez responsabilizó a la Presidenta por la ola de inseguridad que se vive", me parece preiodísticamente reprobable. Que haya una "ola de inseguridad" no es un dato que pueda darse por hecho en un titular. En todo caso, tendría que haber sido "De Narváez responsavilizó a las Presidenta por lo que calificó como una 'ola de inseguridad'". O, si eso es muy largo, "De Narváez responsabilizó a la Presidenta por los recientes episodios de inseguridad". En cualquier caso, no me parece que haya habido una cantidad tan excepcional de hechos delictivos en poco tiempo como para dar por hecho la existencia de una "ola de inseguridad" (que ya de por sí es un término bastante curioso).

Reflexiones a partir de un artículo del sojero Grobo

Me pareció muy interesante el artículo que salió ayer en Página/12 del empresario sojero Gustavo Grobocopatel. Confiezo que sé poco de este empresario, y por lo tanto poco puedo decir sobre sus actividades. Tampoco estoy informado a fondo sobre las características específicas de la industria sojera y sus consecuencias ambientales. Por lo tanto, voy a limitarme a señalar algunos elementos de su artículo que me parecen muy interesantes, ya que, en términos generales, confrontan algunos de los más fuertes presupuestos del sentido común progresista sobre la actividad empresaria y, también, sobre su relación con el Estado. No es común que un empresario hable abiertamente sobre estos temas, por lo cual me parece positivo que este artículo haya salido.

-La agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma vinculado con transformaciones en la sociedad. Es un proceso que observamos desde la década del '40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con pocos obreros. Grobocopatel discute con la visión según la cual la industrialización agrícola es producto de una ideología que genera en sí misma desocupación. Desde su punto de vista, se trata de una consecuencia inherente al desarrollo industrial que, si es regulada y acompañada por el Estado, puede ayudar a reconvertir el trabajo agrícola más que a disminuirlo. Además, cuestiona las miradas idílicas sobre la agricultura familiar, afirmando que la misma daba lugar a formas de vida sumamente difíciles y en muchos casos inaceptables para los parámetros de calidad de vida actuales.

-Para que haya inversión tiene que haber una percepción de que el esfuerzo vale la pena. En nuestro país el éxito está mal visto, los empresarios son permanentemente degradados, los emprendedores no tienen ganancias suficientes porque la presión impositiva es grande, no hay posibilidades de invertir. Otro lugar común, especialmente entre la izquierda, es que los empresarios, por su propia naturaleza, son gente que tiende a arrazar con todo con tal de maximizar su ganancia, y que por su riqueza tiene un poder social desmedido. Más allá de las simplificaciones, creo que hay bastante de cierto en este planteo, pero de la misma manera creo que hay que tener en cuenta la función social que, en una sociedad capitalista, cumplen los empresarios. Si, por un lado, es necesario un Estado que controle la voracidad empresaria, también es necesario un Estado que estimule la inversión en el sector privado. Grobocopatel afirma que esto no se produce cuando se estigmatiza negativamente a quienes ganan dinero, y se considera deseable que el Estado se apropie de un porcentaje altísimo de sus ganancias. Esto tiende a generar, creo yo, no solo menor inversión, sino también mala inversión.

-La Argentina este año crecerá el 7 u 8 por ciento, de eso el 3 por ciento se debe a la soja. Y hay otros sectores vinculados: la industria automotriz, petroquímica, química, electrónica, metalmecánica, etcétera. No hubiesen sido posibles las Asignaciones por Hijo, los aumentos a jubilados, sin el aporte del campo. No es lo único, por favor; pero debemos reconocer y agradecer el aporte. Aunque sea sólo para que haya entusiasmo y seguir aportando. Una sugerencia de estrategia política: en vez de buscar doblegar y subordinar a los sectores rurales a través de discursos humillantes y la polarización política, el gobierno podría haber intentado la cooptación. En vez de acompañar las retenciones con un discurso anti-campo y una estigmatización de los productores rurales como gente racista, poco democrática y explotadora, el gobierno podría haberlas acompañado con un discurso que reconozca la importancia de los aportes rurales para la política social por él desarrollada. De nuevo, se trataría de una forma de hacer política más afín al capitalismo y a la inversión, y probablemente hubiera contribuido a aminorar la conflictividad social generada por las retenciones.

-Yo creo que debemos pagar muchos impuestos y fortalecer al Estado. El problema es cómo se paga. Las retenciones son anti-Chaco, anti-desarrollo rural, anti-equidad. De esto tengo certeza. Hay que cambiar el modelo impositivo, en forma transicional, pero urgente. Mirando un poco más allá del debate retenciones sí / retenciones no, Grobocopatel llama la atención sobre el mecanismo que permitiría una distribución más equitativa de las cargas fiscales a mediano y largo plazo. El mismo no estaría basado en decisiones poco previsibles del Estado sino en un esquema relativamente estable y consolidado; características que, sin perjudicar la recaudación y la redistribución del ingreso, serían más afines a la inversión privada. A menudo, estas cuestiones se pierden de vista en las discusiones más totales sobre si el Estado debe implementar retenciones o no.

-La desigualdad no se puede combatir si no hay creación de riqueza, salvo que quisiéramos igualar para abajo. Creo que la sociedad se debe un debate claro y objetivo sobre estos temas. En una sociedad tradicionalmente dividade entre los que reclaman distribución y los que reclaman producción de riqueza, es necesario encontrar el balance entre ambos términos. Hoy en día, la Argentina no es ni un país rico pero desigual, ni un país pobre pero relativamente igualitario. Es necesario buscar un modelo de crecimiento a largo plazo, acompañado por mecanismos redistributivos que no sean contradictorios sino complementarios con él. Además, es necesario discutir las cuestiones técnicas que intervienen en este debate, y salir de la guerra permanente de consignas.

-Creo que los empresarios debemos tener una responsabilidad enorme en este proceso, también los intelectuales, los académicos y todos los sectores de la comunidad. La acusación de negrear o comprar medios es, por lo menos, injusta para la mayoría que cumplimos con nuestras obligaciones. No digo que no haya casos, pero no puedo aceptar este prejuicio como parte de un debate equilibrado entre lo emocional y lo racional. Los prejuicios no ayudan a las emociones y a las razones. Concluye Grobocopatel que la discusión sobre el dearrollo rural y su contribución a la igualdad social y al desarrollo del país, no deben quedar libradas a prejuicios y consignas emocionales, que sirven para movilizar grupos políticos pero no para dar debates, ni para mejorar la calidad del Estado y del sector privado. Lamentablemente, estoy de acuerdo en lo que da a entender Grobocopatel, respecto de que a menudo intelectuales y académicos se ponen al servicio de lo primero antes que de lo segundo (lo cual, a mi juicio, tiene más que ver con su función específica en la sociedad).

jueves, 12 de agosto de 2010

Llorando por la pobre oposición

Los columnistas de La Nación (acá y acá) están desesperados por la fragmentación de la oposición. Tienen motivos para estarlo. Su diagnóstico, sin embargo, parece más orientado a mantener la esperanza que a describir la situación. Aguinis, por ejemplo, piensa que entre los dirigentes opositores prevalecen las coincidencias, pero que faltan criterios de comportamiento (más patrióticos y civilizados) que favorezcan la convivencia y la unidad. Grondona directamente habla de la "deserción" de Binner, dejando implícito que la posición de éste a favor de las retenciones lo convierte en un aliado del oficialismo.

La desesperación es legítima. Hace apenas un año, el gobierno era derrotado en las elecciones legislativas, y al día siguiente, los analistas políticos (incluso los afines a las políticas del gobierno), escribían sobre el indefectible final del kirchnerismo. Hoy, sin saber muy bien qué pasa en las encuestas, es claro que el kirchnerismo es, como mínimo, una fuerza política en marcha y, como máximo, una fuerza política imbatible. ¿Qué pasó de ese entonces hasta ahora? Creo que, principalmente, cuatro cosas. Primero, el gobierno afinó un poco su estrategia y consiguió nuevos adeptos que antes le eran más esquivos entre la clase media. Para ello, quitó visibilidad a D'Elía y desató una fuerte polarización con los medios de comunicación que, ha quedado en evidencia, contaban con el rencor de los sectores progresistas. Segundo, la economía ha seguido creciendo sostenidamente, desacreditando a los análisis de quienes pronosticaban una inminente caída. Tercero, el control sobre el Partido Justicialista se ha mostrado más sólido de lo que algunos creían. A pesar de la derrota electoral del año pasado, el control de los recursos del Estado le ha permitido al gobierno mantener su coalición de gobierno, sin afrontar el éxodo masivo de legisladores y gobernadores que algunos pronosticaban.

En cuarto lugar, pero posiblemente más importante, está el tema de la oposición. Esta cuestión no es solo relevante en términos de la coyuntura política, sino que tiene que ver con las perspectivas del país para reconstruir su sistema de partidos y potenciar el juego democrático. Hasta aquí, parece que la explosión partidaria que afecta a la Argentina desde 2001 amenaza con tener efectos de largo plazo. La fragmentación y proliferación de líderes políticos sin estructuras partidarias relativamente estables y consolidadas, ha derivado en la imposibilidad de conformar fuerzas políticas que vayan más allá de una figura personal y su entorno cercano. Como estos líderes son figuras individuales que no están atadas a las ideas o aspiraciones de una estructura partidaria, tienen pocos insentivos para buscar otra cosa que sus ambiciones personales. Para gran parte de los votantes opositores, derrotar a los Kirchner es más importante que la victoria de algún candidato en particular. Pero para estos candidatos, su propia victoria es mucho más importante que la derrota de los Kirchner en sí misma. De ese modo, los dirigentes opositores no tienen incentivos para cooperar, lo cual es un problema que amenaza con volverse estructural.

En cualquier caso, en este momento lo que se ha generado es un enorme fastidio por parte de sectores no kirchneristas hacia la oposición. La reiteración de peleas y acusaciones mutuas entre dirigentes que se alían y se separan sucesivamente, ha dado lugar a que muchos piensen que, aunque este gobierno no sea lo mejor posible, al menos es mucho mejor que lo que hay en frente; esa ha sido la postura difundida por muchos intelectuales progresistas, afines al gobierno.

martes, 10 de agosto de 2010

Sobre el periodismo independiente

Creo que se ha generado mucha confusión con esto de que el periodismo independiente no existe. Es una idea que viene sosteniendo 678, y que ha sido bien recibida por sectores progresistas, en gran medida porque dicha idea ya estaba presente entre los mismos. El argumento es el siguiente. No existe la independencia periodística. Todo periodista y todo medio habla desde una cierta posición ideológica, y por lo tanto no es independiente. No solo eso, sino que los medios son empresas privados, y por lo tanto tienen intereses económicos que influyen en la forma en que difunden la información. Entonces, los medios no son ni independientes de posturas ideológicas, ni de intereses económicos. Por lo tanto, un medio o un periodista miente o engaña cuando se define como independiente. Para evitar esto, corresponde que un medio haga explícita la postura por la cual toma partido.

Este argumento parece impecable a primera vista, y efectivamente tiene elementos convincentes. Pero vamos con cuidado, porque me parece que hay algunos problemas ahí metidos.

Primero, ¿a qué le llamamos periodismo independiente? ¿Independencia de qué? Claramente, no puede ser independencia de valores, puntos de vista, ideologías, y demás. Nadie, creo, afirma que un medio o un periodista (o alguna persona en general) pueda ser totalmente objetivo, neutral y desprovisto de valores. No existe la independencia en ese sentido, y no creo haber escuchado a nadie afirmar lo contrario.

La independencia debe ser entendida, creo yo, como independencia de intereses políticos. Un periodista o un medio independiente es aquél que no se encolumna con ningún sector político en particular, y que procura mantener una distancia crítica respecto de todos. El periodismo independiente no tiene en cuenta, al momento de dar a conocer información, si la misma beneficia o perjudica a algún sector político. En otras palabras, las decisiones sobre qué información se da a conocer y cómo se lo hace no está mediada por posiciones políticas, sino por criterios periodísticos. Estos criterios tienen que ver con el interés y la relevancia de la información. Esos criterios, claro está, no van a ser objetivos, pero pueden no estar encolumnados con sectores políticos específicos.

La contracara de los medios independientes es la prensa partidaria. La misma es aquella que difunde información y opinión explícitamente acorde a las ideas de un partido político. Eso ha existido en la Argentina, con algunos exponentes emblemáticos (como el periódico socialista La Vanguardia), y sigue existiendo.

La independencia en este sentido, entendida como independencia de los grupos políticos, es algo que puede existir. ¿Qué impide que un periodista seleccione la información en base a lo que considera más relevante, antes que en base a los intereses políticos a los que afecta? Cada periodista, obviamente, tendrá su opinión de lo que es relevante, y por eso es necesario que haya pluralidad de medios; para que la difusión de la información no quede supeditada a un único criterio. Pero un profesional del periodismo es aquél que, a la hora de seleccionar y ordenar la información, busca hacerlo en base a criterios no subordinados a ideas políticas particulares, sino a ciertas pautas sobre qué información es relevante y qué información no lo es.

En este punto podrá pensarse que esas pautas son necesariamente ideológicas y que, por lo tanto, la independencia no existe. Pero ese sería una razonamiento apresurado. Si la independencia, como yo creo, no implica neutralidad ideológica, sino criterios autónomos respecto de los sectores políticos, entonces ideología e independencia no tienen por qué ser incompatible. Es solo cuestión de que la selección de la información siga criterios que, aunque ideológicos, no respondan necesariamente a las ideas e intereses de los partidos políticos, o de ningún actor específico de la sociedad. Ello es lo que garantiza una cierta ecuanimidad: el criterio de relevancia prevalece por sobre el de los intereses afectados.

Esto no es ni utópico ni imposible. Un periodista o un medio suelen tener ciertos capitales ante los consumidores de información: credibilidad, honestidad, rigurosidad, ecuanimidad y demás. En las sociedades modernas, hay gente que compra un diario o ve un noticiero porque considera que el mismo le va a informar de todos los temas relevantes, y que va a tener un manejo riguroso de la información, independientemente de los intereses políticos o económicos involucrados. En tal sentido, la información rigurosa, confiable y ecuánime no es más que un producto que cierta gente busca, y que por lo tanto cierta gente está dispuesta a ofrecer. Entonces, hay periodistas y medios de comunicación que tienen interés en priorizar la rigurosidad e independencia de la información por sobre los intereses e ideas de los sectores políticos y económicos: se trata de algo que la gente busca y consume. Y ello no es un engaño. Por ejemplo: yo no compraría un diario que no informe sobre un caso de corrupción que afecta al socialismo, porque el diario tiene ideas socialistas. Yo voy a comprar el diario que yo considere que difunde toda la información relevante. Y si otra gente sigue el mismo criterio que yo, los diarios van a tener el incentivo y la presión de dar a conocer toda la información siendo lo más ecuánimes posible, para que la gente compre ese diario.

Creo, entonces, que la independencia, entendida en estos términos, es posible y existe en muchos lugares del mundo. No es una independencia absoluta y perfecta, pero es una forma de trabajar la información, específica y diferente a la del periodismo partidario. En las sociedades modernas, creo que ese tipo de periodismo cumple una función importante. Pues si cada medio asume que se identifica con un sector político específico y que selecciona la información en consecuencia, entonces no hay incentivos para producir información mejor y más rigurosa. cada medio va a difundir las noticias que le convienen al sector político al que responde, confiados en que sus únicos lectores son quienes están de acuerdo con ellos y que, por lo tanto, poca importancia le dan a la rigurosidad, calidad y ecuanimidad de lo que se dice.

Hay otra dimensión, tal vez más problemática, en este tema, que es la de la independencia de los intereses empresarios. Pero acá también hay un razonamiento, a mi juicio, errado, según el cual un medio no es independiente porque responde a sus propios intereses económicos. Pero la respuesta a esto es: un medio solo es independiente, cuando su interés económico radica en que la gente consuma su producto en base a criterios de calidad en el manejo de la información. Si la gente busca información rigurosa y ecuánime, el principal beneficio de un diario va a ser producir eso. Y si el diario pertenece a un grupo empresario que, por otro tipo de intereses, no puede ser ecuánime ni hablar de ciertos temas, entonces su credibilidad se verá afectada y los consumidores buscarán otro diario; por eso es que la existencia del periodismo independiente requiere en gran medida la existencia de un mercado competitivo.

Entiendo que muchos me reprocharán que esto es un modelo ideal que no existe, mucho menos en Argentina. Mi respuesta es que si bien es cierto que la independencia es difícil de lograr, e imposible de alcanzar en su plenitud, es algo que, mejor o peor, cumple una función ineludible en las sociedades modernas. Si en Argentina no la hay, no creo que la solución pase por darla por puerta y pasar a otra cosa. Un país necesita un periodismo que sea lo más independiente posible de los intereses políticos y económicos, es decir, que difunda la información en base a pautas no encolumnadas ni con unos ni con otros. Que eso sea difícil de lograr no es razón suficiente para asumir que es imposible, y que la alternativa es preferible: una sociedad donde los principios de ecuanimidad y rigurosidad en el manejo de la información sea absolutamente desplazada por el alineamiento con las ideas políticas de algún sector.

domingo, 8 de agosto de 2010

Sobre la relación entre interés general e interés particular

Entre los periodistas afines al gobierno, hay mucha inquietud (ver acá y acá) por la reunión de los dirigentes opositores con Magnetto. Se recurre a la idea de que las corporaciones representan intereses particulares, mientras que (esto no lo veo explícitamente, pero creo que es una idea implícita) el Estado debe representar el interés general. Esta idea del Estado como defensor del interés general por sobre los intereses particulares de la sociedad civil, tiene una larga tradición en el pensamiento político (diría que Hegel es su principal exponente). Pero creo que hay algunas complicaciones que a los periodistas se les escapan.

En primer lugar, está el tema mencionado en el post anterior: no veo por qué es legítimo cuestionar a lo líderes opositores por ponerse al servicio de los intereses particulares del Grupo Clarín y las asociaciones empresarias ("las corporaciones"), si no lo es cuestionar al gobierno por ponerse al servicio de la CGT y Madres de Plaza de Mayo. Todo gobierno busca apoyos entre actores de la sociedad civil, con sus propias ideas e intereses particulares. En todo caso, si existe alguna diferencia, habría que explicar por qué la CGT y Madres de Plaza de Mayo constituyen sectores más afines al bien común que los sectores opositores. Creo que esta postura es lo que dejan implicito quienes cuestionan a los dirigentes opositores, pero no queda muy claro.

De todas maneras, para hablar de la cuestión más de fondo, hay que decir que la propia idea de "bien común" viene atravesando varios problemas en la teoría política contemporánea. El problema es bastante simple: la sociedad está compuesta por una multiplicidad de sectores particulares, cada uno con su propia idea de lo que es el bien común y de cómo se lo alcanza. Por lo tanto, no existe tal cosa como el bien común en estado puro, pues el mismo siempre está basado en ideas e intereses particulares. Eso convierte al bien común en algo potencialmente peligroso, pues un actor puede asumir que sus ideas e intereses particulares constituyen "el bien común" y que, por lo tanto, es legítimo imponerlos por sobre la sociedad en su conjunto. Esto no significa, sin embargo, que la idea de bien común deba ser eliminada. Ello es, en principio, imposible, puesto que toda comunidad política se basa en la idea de que hay un cierto interés general, algo que está por sobre las diferencias particulares. Asumir que no existe el bien común pondría en peligro la propia existencia de la comunidad política.

Lo que de todas maneras es más o menos claro, es que el interés general siempre está de un modo u otro contaminado por el interés particular. Es decir, el Estado nunca es totalmente neutro ante las particularidades, porque la propia idea de interés general no lo es. Pero eso implica también que los intereses particulares nunca son inherentemente opuestos al interés general; el interés general se constituye siempre a partir de algunos intereses particulares, que tienden a prevalecer sobre otros.

Por ello, me parece que hablar de "las corporaciones" buscando poner a la política al servicio de sus intereses particulares, conlleva una cierta visión anticuada de la política. Conlleva, por ejemplo, asumir que Madres de Plaza de Mayo representan de por sí el interés general, o por lo menos lo representan mejor, que la Sociedad Rural. Esto puede parecer una verdad de sentido común desde el progresismo. Pero, ¿no es lo opuesto una verdad de sentido común para un estanciero santafesino?

En conclusión, me parece que para mejorar nuestro entendimiento de la política, hay que repensar la articulación entre interés particular e interés general. Pensar que ciertos sectores son inherentemente afines al interés general, mientras que otros son inherentemente opuestos, es algo difícil de sostener hoy en día.

viernes, 6 de agosto de 2010

Las "corporaciones" también hacen política

Me parece que eso de hablar despectivamente de "las corporaciones", como si se tratara inherentemente de enemigos del bien común, no sirve de mucho. Es una de esas cosas que tienen más que ver con un cierto resentimiento de sentido común contra quienes tienen mucha plata, que con un entendimiento de qué es y cómo funciona la política. A uno puede gustarle más Madres de Plaza de Mayo que el Grupo Clarín, o más la CGT que la Asociación Empresaria Argentina. Pero eso no significa que unos tengan más derecho a defender sus ideas e intereses que los otros, ni mucho menos que las estrategias utilizadas por unos deban ser condenadas cuando las utilizan los otros.

Wainfeld cuestiona que los sectores a los que denomina "la derecha" desprecien las diferencias entre los candidatos (Reutemann, Duhalde, Macri, Solá, de Narváez), los matices políticos, en su afán por derrotar al kirchnerismo y que llegue al poder alguien más afín a sus intereses. Ello pierde de vista varios elementos.

Primero, si se percibe que los Kirchner son en este momento más contrarios a sus ideas e intereses que cualquier otro candidate, tiene sentido que los sectores opositores busquen que la unidad prevalezca sobre las diferencias internas. Después de todo, es una crítica común que los dirigentes opositores no consiguen ponerse de acuerdo por cuestiones personales que por discrepancias de ideas. Segundo, la polarización política es en gran medida un escenario buscado por el gobierno, que cuestiona duramente a la oposición en su conjunto sin dar lugar a muchos matices. En un escenario polarizado, es natural que los bandos tiendan a unificarse, para maximizar las chances de prevalecer sobre el otro. Finalmente, no veo en esto mucha diferencia entre oposición y Kirchnerismo. En el polo kirchnerista no hay una pluralidad de matices que se contraponen de cara a un proceso de selección, sino que hay un matrimonio gobernante con un proyecto único. Ya lo dijo Hebe: "pingüino y pingüina, si es Kirchner, es bueno". ¿Por qué cabría pedirle otra cosa a la oposición?

Si las "corporaciones" piensan que cualquiera de los candidatos disidentes les resulta mejor que los Kirchner, es legítimo que traten de aglutinarlos. Es tan legítimo como que Moyano y Estela de Carlotto se vuelquen a favor de los Kirchner. No veo, realmente, por qué unos se preocupan menos por poner candidatos que sigan sus ideas e intereses que otros, y no veo diferencias en la estrategias de unos y otros. En definitiva, no entiendo bien por qué la palbra "corporación" se aplica a unos, y no a otros.

Sorprendido por la reunión PJ - Magnetto

Sorprendente lo de los dirigentes justicialistas reuniéndose con Magnetto, nada menos que en su casa. Es difícil calificar esa acción. Estratégicamente parece arriesgado: más allá de la poca popularidad del gobierno, creo que el Grupo Clarín no es tampoco muy popular. Los líderes justicialistas podrán pensar que, para ellos, el voto progre (aún el de los progres pero no tanto, como yo) ya está perdido, y que aparecer como aliados del principal grupo multimediático no va a espantar a quienes son sus potenciales votantes. En todo caso, pensarán que aparecer como decididos aliados de Clarín hará que este multimedio se vuelque decididamente a favor de ellos, y allí estaría el principal beneficio. Es una estrategia arriesgada, pero no descabellada.

En un plano más, digamos, ético, tampoco me parece tan sencillo definir la situación. Obviamente que, en términos generales, no es muy prolijo que potenciales gobernantes se muestren decididamente aliados a grandes medios de comunicación (lo cierto es que muchas veces son los mismos propietarios, como en Chile e Italia). También es cierto, sin embargo, que la Argentina no vive un contexto político "normal", lo cual implica que las reglas de lo aceptable y lo inaceptable no son claras y cambian todo el tiempo. Uno puede pensar que, en un contexto donde el gobierno está dando una batalla abierta contra los grandes medios, los otros dirigentes políticos pueden posicionarse como aliados ideológicos de esos medios. Sería como decir: "nos identificamos con la causa de Clarín en esta batalla entre él y el gobierno". A mí me da tanto asco Clarín como a cualquiera (literalmente: el diario y el sitio web me parecen tan feos que me provocan malestar), pero es posible que a otras personas no.

En definitiva, yo pensaría que es una forma de actuar adecuada a lo que propone el gobierno. De hecho, creo que el gobierno debe estar en última instancia contento de que las cosas se adapten a su propia visión de la política. Después de todo, si es cierto que por un lado están los sectores populares y, por el otro, una coalición de sectores corporativos (empresarios-mediáticos-políticos), dicha reunión respondería en cierta medida a esa visión. La cuestión sería ver qué piensan hacer con eso los dirigentes justicialistas. Una vez que deciden jugar al juego que propone el gobierno, van a tener que dar batalla para no quedar como los malos de la película. No es una estrategia política muy innovadora, pero sí bastante pragmática. Y como dijo el General, "el peronismo es una filosofía simple de la vida".

jueves, 5 de agosto de 2010

Una sugerencia para la Sociedad Rural

Tengo una sugerencia para la Sociedad Rural. Va en serio; realmente creo que es una buena idea, tanto en términos de progreso para el país, como en términos del beneficio propio para la entidad (no me acusen de estar aseverando que ambas cosas coinciden, pues pienso que a lo largo de la historia argentina casi siempre han divergido).

Mi sugerencia es que la Sociedad Rural pida perdón públicamente por su apoyo a la última dictadura militar. No tiene que ser un perdón absoluto; puede sencillamente decir que en el clima convulsionado que atravesaba el país en aquellos años, los dirigentes rurales le dieron prioridad a ciertas variables económicas y políticas, perdiendo por ello de vista la violación a los derechos humanos. Cabría aclarar también que esos hechos ocurrieron hace más de treinta años, por lo que la mayoría de los dirigentes actuales no tuvieron responsabilidad en las decisiones de la Sociedad Rural de aquel entonces. Una disculpa daría evidencias de ello: la Sociedad Rural de hoy es una entidad comprometida con la democracia, y explícitamente opuesta a cualquier interrupción militar. Los errores del pasado son lamentables, pero no reflejan la situación actual. Habría que ser muy explícito en esto: sea cual sea la oposición al gobierno, se apoya sin ambigüedades la continuación del ciclo institucional.

Pienso que tal perdón dejaría mal parado al gobierno. Como es evidente, en gran medida la ofensiva de los Kirchner contra ciertos sectores de la sociedad civil (principalmente los medios y las entidades agrupecuarias) se apoya en la complicidad de los mismos con la última dictadura. Más aún: tal argumento es utilizado para apuntalar la idea de que esos sectores son inherentemente golpistas (o "destituyentes"). Pedir perdón blanquearía esa complicidad pero complicaría su utilización condenatoria. Ante las acusaciones del gobierno, la Sociedad Rural podría decir "sí, es verdad, hubo complicidad en aquél entonces. Es un error que reconocemos, y que no refleja la posición actual de nuestra entidad". Además, sería un gesto amigable hacia sectores medianamente progresistas del campo y de la clase media. La Sociedad Rural quedaría como un actor capaz de autocrítica, acentuando la percepción de que el gobierno es unilateral y autoritario.

La idea me parece tan buena, que termino preguntándome por qué no es llevada a cabo. Creo que hay una serie de motivos. El primero y más simple es la ideología. Los dirigentes de la Sociedad Rural no están dispuestos a reconocer sin más que haber apoyado a la última dictadura fue un error, en gran medida porque no están dispuestos a admitir los perjuicios que la misma generó para el país en general. Se trataría de una cuestión de principios, lo cual es comprensible; pero creo que se podría arreglar. No haría falta cuestionar al proceso en general, sino solo lamentar los "excesos" y pedir disculpas por no haberlos tenido en cuenta en su momento.

El segundo motivo puede ser más complicado y, de ser real, más peligroso. Es posible que los dirigentes de la Sociedad Rural sencillamente no estén dispuestos a dejar atrás el recurso al golpe de Estado y a la interrupción del ciclo institucional. Entonces, no tendría sentido pedir una disculpa por algo que, en realidad, no descartan que se repita. De ser así, el gobierno y sus aliados progresistas tendrían algo de razón, en cuanto a que la Sociedad Rural no ha cambiado y sigue siendo un actor peligroso para la democracia. El problema para la Sociedad Rural es que, en mi opinión, puede sacarle más rédito al actual contexto político cambiando y posicionándose como un actor democrático. Dudo que el recurso al autoritarismo tenga mucho que ofrecer en los años venideros.

El último motivo que se me ocurre es el orgullo: los dirigentes y, más en general, los miembros de la Sociedad Rural no quieren pedir perdón porque se consideran un ejemplo de corrección moral. Pedir perdón y admitir errores implicaría sacrificar en parte su postura de actor ejemplar para la sociedad argentina. Por lo tanto, sus dirigentes prefieren mantenerse dentro de una cierta pureza agropecuaria, que sería un ejemplo de incorruptibilidad para el resto del país. Además, pedir perdón implicaría traicionar a los padres, es decir, a las personas que conducían la Sociedad Rural hace 30 ó 40 años, y abandonar a personas entrañables para ellos como Martínez de Hoz. Si eso es así, la postura ética, como en la mayoría de los casos, es mala compañera de la estrategia política. Por lo que he venido diciendo, considero que la Sociedad Rural tiene más que ganar en términos de ser creíble como "ejemplo moral de la nación" con el pedido de perdón que sugiero, que permaneciendo en una postura de incorruptibilidad que abre las puertas a las críticas por su pasado.

Quién te dice que Biolcatti no lee esto y en unos días se viene el pedido de perdón de la SRA. O tal vez pase como con la Iglesia, y el pedido venga dentro de 400 ó 500 años.

¿Qué tan buenos son los discursos de Cristina?

Hoy se publicaron un par de críticas interesantes a los discursos de Cristina, una en un editorial de La Nación, y otra en una columna de Pepe Eliaschev en Perfil. Si alguien ya está pensando "eh, loco, claro, son medios gorilas", le recomiendo particularmente que las lea con detenimiento y las tome en serio, porque cuestionar de donde viene una crítica no equivale a refutarla. Quiero decir: los argumentos son sólidos, no están improvisados para destruir Cristina con golpes de efecto.

Ambos artículos analizan algunos discursos de Cristina. Se habla mucho de que ella es una gran oradora y una mujer inteligente. Habría que ver a qué nos referimos con eso. Yo estaría de acuerdo en que es una mujer articulada, que habla con un buen tono de voz, un paso fluido y un vocabulario amplio. Pero creo esos recursos están puestos al servicio de la demagogia más que de la comunicación. Es decir que, por detrás de la aparente sofisticación de sus palabras, hay mensajes sumamente simples, que reducen la realidad a unas pocas consignas, las cuales tienden invariablemente a distorcionar los hechos y a apuntalar algunos de los más asentados prejuicios del sentido común argentino. Me parece que confundir eso con un discurso transformador es un engaño; se trata de la misma retórica que viene atravesando a la historia argentina con diferentes nombres y personajes desde hace décadas.

El progresismo populista argentino se viene convenciendo de que el discurso político debe ser eminentemente un ejercicio estético, que llene al espacio público de poesía y de emociones. Deja así de lado el problema de los contenidos, de la sustentabilidad de las ideas, de la persuación en base a reflexiones realistas y no en base a golpes de efecto. En ese sentido, contrastaría al discurso de Obama con el de Cristina. Creo que hay en aquél un estilo más transformador y más auténtico.

La gran falacia de 678

El progresismo argentino, tan propenso como la derecha a la cual critica a caer en las simplificaciones más burdas, ha sido seducido por un argumento sumamente falaz por el célebre programa 678. El argumento va así: "todos los periodistas responden a los intereses de los medios para los cuales trabajan, pero lo mantienen oculto tras un manto de independencia y objetividad. La virtud de 678 es que, a diferencia de los demás programas periodísticos, ellos reconocen que toman partido por el gobierno para el cual trabajan". No hace falta ser un experto en lógica argumentativa para entender que se trata de una postura insostenible.

En primer lugar, 678 no se presenta como "un programa destinado a difundir el pensamiento del gobierno", que es lo que es y lo que supuestamente asume ser. Se presenta como "un análisis crítico de lo que pasa en los medios de comunicación". Si fuesen tan auténticos como dicen, no harían falta las medias tintas: que se presenten como lo que supuestamente asumen ser y ya.

De todos modos, el periodismo no puede, por definición, opinar de acuerdo a los intereses económicos de una empresa ni de un gobierno. Aseverar que todos los periodistas argentinos hacen eso equivale a decir que en la Argentina no hay periodismo. Si 678 proclama reflejar el pensamiento del gobierno para el cual trabaja, debería reconocer que no es un programa periodístico, sino un programa de propaganda política. Eso no contribuye en nada a mejorar al periodismo; en todo caso, sirve para contrarrestar lo que se percive como la propaganda de otros sectores. En definitiva, si 678 quiere presentarse como algo más auténtico que los demás programas periodísticos, debería presentarse como un programa de propaganda política del gobierno. Presentarse como un programa "periodístico" que responde a la ideología del gobierno es un absurdo que solo genera más confusión.

A diferencia de 678, los medios de comunicación privados están sujetos a ciertos constreñimientos económicos. Es decir: Clarín, TN, La Nación y demás no pueden decir cualquier cosa porque deben mantener cierta credibilidad para que la gente compre un diario o mire un canal. El negocio de un diario es que la gente lo compre, así como el de un canal es que la gente lo mire, y para eso se necesita ser percibido como creíble. Por lo tanto, los periodistas de los medios privados tienen más limitaciones a la hora de informar u opinar, pues deben mantener una imagen de credibilidad. 678 es financiado por el Estado, con recursos controlados por el gobierno, y por lo tanto no necesita preocuparse por los niveles de audiencia. En todo caso, al gobierno le conviene mantener una audiencia elevada para difundir lo más posible su punto de vista, pero no necesita construir una empresa sostenible a largo plazo. Después de todo, es claro que la suerte de 678 está sujeta a la suerte del gobierno.

Además, para ser medianamente creíbles, los medios de comunicación privados están obligados a dar lugar a voces alternativas a su pensamiento dominante. Puede haber poco lugar para ellas, pero ese lugar no puede ser nulo. 678 no necesita darle lugar a nadie que no piense el programa porque, al no ser un programa periodístico, no necesita ser creíble. Como programa de propaganda, solo debe ser entretenido para quienes se identifican con su pensamiento. Es una cuestión lógica, pero es perfectamente verificable empíricamente.

Más en general, la objetividad y la independencia son un valor a rescatar. Una sociedad no puede decidir que la objetividad no existe de un día para el otro, tirando dos mil años de historia occidental a la basura. Un país medianamente serio y medianamente liberal necesita medios de comunicación medianamente objetivos. Asumir la falta de objetividad como una virtud es un pésimo ejemplo. El desafío para construir un periodismo mejor es afianzar la búsqueda de objetividad y la independencia de pensamiento, no asumir que cada uno tira para su propio lado y sacarse el problema de encima. Y si me dicen que eso viene en una etapa posterior (una excusa tan ingenua como insostenible), al menos digamos las cosas como son: acá nadie es más honesto que nadie, porque en una guerra de propaganda la honestidad lo peor que se puede tener.