viernes, 4 de octubre de 2013

¿Hay razones para tener miedo?

Ultimamente se escucha a bastante gente en los medios hablando de si "la gente tiene miedo" o "nadie tiene miedo" de criticar al gobierno. Por supuesto que el miedo es algo bastante difícil de medir y de probar, por lo cual el debate tiende a ser idiosincrático. Por eso, creo que es mejor hablar de datos objetivos. O sea: ¿hay motivos concretos para tener miedo de criticar al gobierno en el espacio público? Pienso que sí.

El gobierno ha utilizado diversos mecanismos para castigar a quienes lo critican en el espacio público. El primero consiste en las operaciones mediáticas. El gobierno, como es sabido, controla diferentes medios que o bien pertenecen al Estado, o bien están en manos de empresarios aliados al gobierno. Estos medios suelen difamar extensa y repetidamente a ciertas personas que critican al gobierno. También la propia Cristina ha hecho uso de la cadena nacional para desacreditar a ciertas personas que criticaron al gobierno. La amenaza de difamación masiva, creo, es algo que puede generar temor en mucha gente.

El segundo mecanismo tiene que ver con la utilización del aparato del Estado para presionar. El célebre caso del dueño de una inmobiliaria que comentó en una nota que su actividad había caído y que a los pocos días fue sujeto a una inspección por parte de la AFIP, seguida de una reprimenda de Cristina por cadena nacional por su irregular situación tributaria, es un ejemplo claro. Las presiones no tienen que ser masivas y repetidas para generar efectos intimidatorios: un caso prominente alcanza para disuadir a muchos. Claro está que, en un país con los niveles de actividades económicas irregulares que muestra la Argentina, son muchos quienes tienen razones para pensarlo dos veces antes de exponerse a una auditoría legal.

Parte del mismo mecanismo es la multa impuesta por Moreno a las consultoras que publicaron índices de inflación más altos que los del Indec. Si bien la misma fue finalmente desautorizada por el poder judicial, sienta un precedente de que el Estado está dispuesto a movilizar sus recursos para hacerle la vida difícil a quienes contradigan las expectativas del gobierno.

Creo que estos ejemplos alcanzan para afirmar que hay razones para temer criticar al gobierno en el espacio público. Si mucha gente siente efectivamente miedo o no, si mucha gente deja de expresarse por miedo o no, es imposible de medir. Sí puede demostrarse que hay razones para que las personas teman criticar al gobierno en el espacio público.

Cabe agregar dos aclaraciones. La primera es que mecanismos para generar miedo de expresarse en el espacio público existieron siempre y no los inventó este gobierno. Un gran medio privado también cuenta con mecanismos para intimidar a quienes defiendan ciertas posiciones en el espacio público. La segunda es que la gran cantidad de críticas al gobierno que se observan en el espacio público no prueba la inexistencia del miedo. Esas críticas pueden provenir de personas que tienen motivos para no sentir miedo, lo cual no demuestra que no haya muchas otras personas que sí los tienen.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Consejo para la derecha

Si tuviese que darle un consejo a los candidatos de la "derecha" (las comillas van para enfatizar la ambigüedad del concepto), les diría que instalen la dicotomía igualdad de oportunidades / igualdad de resultados, que se identifiquen con la primera y que identifiquen al kirchnerismo con la segunda. Digan que este gobierno busca igualar en los resultados, es decir, sin tener en consideración los méritos y el esfuerzo individual. Digan que el gobierno reparte entre los que menos tienen como si entre ellos ninguno tuviese ganas de desarrollarse y crecer por sus propios méritos. Digan que para ustedes lo importante no es que todos terminen igual, sino que empiecen lo más igual posible. Digan que todos deben tener acceso a condiciones de vida básica, a educación y salud de excelencia. Digan que a partir de ahí, la capacidad de consumo de cada uno dependerá de sus méritos educativos y profesionales. Que el Estado no gastará dinero en objetos de consumo porque invertirá todo en igualar las oportunidades, es decir, en asignaciones familiares, educación y salud, entre otras cosas. Agréguenle algo de idealismo y digan que la dignidad se obtiene mediante el trabajo y la autonomía, y no mediante regalos por parte del Estado. Argumenten que la gente tiene incentivos para producir más y mejor, la riqueza general aumenta.

¿Sería esto un suicidio político? Pienso que no. La autonomía individual es uno de esos valores universales que interpelan a cualquiera, y tal vez más aun a quienes sienten que nunca la han tenido. Además, aun quienes no estén mejor posicionados para triunfar en un sistema meritocrático seguramente conocen a varia gente que, en su opinión, es más vaga y menos talentosa que ellos, y que por lo tanto debería tener menos. Mucha gente, además, aceptaría perder su televisor de plasma y el fútbol del domingo si tiene expectativas creíbles de que sus hijos recibirán una mejor educación.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Análisis electoral aburrido

Si alguien desapegado a la Argentina (un cronista extranjero, supongamos) fuese a analizar el resultado electoral de las PASO, ¿qué diría? Creo que lo siguiente:

1) El gobierno sufrió un revés electoral porque perdió en los distritos más importantes, y especialmente en la Provincia de Buenos Aires, que es donde puso el foco para la campaña electoral.

2) Este revés electoral no tiene una relevancia decisiva por el hecho de que la oposición está fragmentada y el oficialismo sigue siendo la primera fuerza a nivel nacional.

3) Luego de esta elección, el gobierno no sale fortalecido sino debilitado. Por cuestiones institucionales y de opinión pública, la posibilidad de una re-reelección parece mínima.

4) Hubo movimientos en el panorama político, principalmente por la aparición de Massa como eventual candidato presidencia opositor, y el posicionamiento de Scioli como eventual candidato por el espacio oficialista.

Todo esto es bastante simple y no demasiado impresionante. Que el gobierno diga que ganó la elección es una estrategia entendible, que consiste en enfatizar una parte de la verdad para dejar otra en segundo plano. Los medios que reproducen linealmente ese discurso faltan a la verdad. Lo mismo hacen quienes sostienen que el gobierno sufrió una derrota electoral definitiva.

domingo, 14 de julio de 2013

CBC, oratoria, política

Año 2002. Todavía en plena reverberación de la crisis política de 2001 (y en plena crisis económica, claro está), empiezo el CBC para ciencia política. Primera clase de la materia "ciencia política" (curioso que el nombre sea una disciplina entera). Dos muchachas jóvenes presentan el programa: de Platón a Max Weber, pasando por Mill, Tocqueville y Marx. Al final llega el titular de cátedra, a quien no volveré a ver a lo largo del semestre.

Es un hombre joven. Habla muy bien, fluido, no se traba, no repite palabras, tiene un vocabulario variado. Nos habla de qué es la teoría política, de la importancia de ir armando nuestra biblioteca con sus textos fundamentales. Después habla más de política. Solo recuerdo su crítica al lenguaje de los 90. "Crepúsculo" es una palabra bella, dice. "Convertibilidad" es, en cambio, una palabra horrible. Yo me siento entusiasmado. Siento que descubro algo nuevo, o sea, una nueva forma de criticar a un objeto que odio: la "década menemista".

Unos años más tarde me entero que este profesor, a quien no he vuelto a ver ni a escuchar, va a hablar en un mesa en la Feria del libro. Me entusiasmo y decido ir a escucharlo. No recuerdo el tema, pero describe una época. Su oratoria es aún más sorprendente: habla de cafés en alguna ciudad Europea del siglo 19, donde personajes famosos de la historia del pensamiento discuten problemas fundamentales de la humanidad. Describe los detalles como si estuviese leyendo un cuento. El público se entusiasma y termina aplaudiendo efusivamente. Yo pienso que mi impresión original se confirma: se trata de un intelectual admirable. Pero hay un detalle: otro de los panelistas, al terminar los aplausos, habla en tono crítico. Interpreto de sus palabras que la buena oratoria esconde falta de rigurosidad intelectual. Agradar al público no es lo mismo que saber de lo que se habla. ¿Es un envidioso? ¿O alguien que realmente sabe? Me quedo pensando.

Pasan varios años. Ya estoy recibido y me dedico a la investigación. Ya tengo mis propias ideas sobre lo que significa el rigor intelectual. Vuelvo a escuchar de mi profesor del CBC. Es una de las principales firmas en una carta pública que defiende al gobierno de Néstor Kirchner, en ese momento asediado por un conflicto político. Yo no simpatizo con el gobierno, y la carta me parece mal escrita y argumentalmente superficial. Mi antiguo profesor empieza a aparecer en los medios. Ya no me parece que hable bien. Habla seductoramente: fluido, claro, pausado, con tono amable. Pero no hay argumentos ni conceptos claros, sino solo idea generales. Sus escritos son aún peores: solo imágenes y metáforas, nada que interpele a quien no comparte en principio la posición de quien escribe.

Pasan algunos años más. Yo me voy especializando en teoría política, mientras mi profesor se va convirtiendo en una celebridad mediática. Ya ni lo leo ni escucho, salvo para entretenerme y reírme de lo que considero un absurdo. Más entendido en el funcionamiento de las disciplinas académicas, sé que sus méritos profesionales están muy por detrás de su reconocimiento público. Siento que es injusto que tanta gente mucho más destacada sea ignorada, mientras mi antiguo profesor, por sus dotes de orador, tiene un cierto reconocimiento público. Pero, pienso, ¿no es así la historia de la filosofía? A Sócrates lo condenó a muerte un tribunal popular.

Hoy mi profe es candidato a un cargo político. Eso me pone contento. Pienso que no hay que confundir las cosas: hacer política no es hacer filosofía. Me llevó bastantes años formar la idea de esa diferencia.

lunes, 8 de julio de 2013

¿Y la política?

Hace ya varios meses, probablemente años, que en la Argentina no hay discusiones políticas sustanciales. Como si en el país no hubiesen problemas y desafíos concretos (pobreza, marginalidad, inseguridad, transporte, educación, inflación, etc.), la discusión política pasa únicamente por estilos y consignas abstractas. El gobierno se vanagloria permanentemente de logros pasados mientras exalta su capacidad de confrontar intereses no democráticos. Pero ya no queda claro qué relevancia tienen esas confrontaciones para los problemas concretos del país. Si el gobierno consigue subordinar a la justicia al voto de la ciudadanía, ¿se hace posible solucionar algunos de los problemas estructurales del país?

Los líderes de la oposición, por su parte, insisten en cuestiones de estilo. Por alguna razón difícil de entender, entre las cuales no habría que descartar una accidental ausencia de talento político, nadie propone prioridades de gestión. En cambio, Binner se muestra como un administrador prolijo, De Narváez moviliza el odio contra Cristina, Massa no dice nada (apostando por ahora a la novedad de su figura) y Macri insiste con una ideología vecinalista poco relevante a nivel nacional. ¿Por qué nadie dice que tiene un plan para evitar que la gente se muera en accidentes de tren? ¿Por qué nadie dice que tiene una idea para integrar a la gente que vive en las villas?

Esta especie de supresión de la política no es nueva, sino que existe desde hace un par de décadas. La novedad es que hoy la misma no surge solo de la "pos-política" propia de candidatos que no confrontan como Scioli y Macri, sino también de la "hiper-política" que muestra el gobierno, la cual desplaza toda discusión de gestión hacia confrontaciones ideológicas abstractas. "Abstractas" en el sentido de que no queda claro cómo las mismas afectan aspectos sustanciales de la vida de la ciudadanía.

Así, mientras las élites políticas e intelectuales se dividen en torno a su identificación con uno u otro espacio, la ciudadanía sigue su vida sin otra expectativa que que las cosas sigan más o menos como están.

jueves, 13 de junio de 2013

Iqualilty of opportunity/outcome

En Estado Unidos suele hablarse del contraste entre "igualdad de oportunidades" e "igualdad de resultados". Igualdad de oportunidades es la idea de que una sociedad debe asegurar lo más posible que todos tengan las mismas oportunidades para lograr una vida materialmente próspera, pero tolerar las desigualdades que surjan en base al mérito, el trabajo y el talento individual. Igualdad de resultados es la idea de que la sociedad debe asegurar una relativa igualdad material entre las personas, más allá de sus trayectorias individuales.

Esta dicotomía suele utilizarse de forma tramposa. Los republicanos suelen acusar a Obama de orientar sus políticas según el principio de igualdad de resultados, el cual sería contrario a los valores estadounidenses. Ello es absurdo, puesto que no solo es un hecho que Estados Unidos es casi lo opuesto a un escenario de "igualdad de resultados", sino que está a años luz de uno de "igualdad de oportunidades". A su vez, lo que los republicanos impulsan bajo este principio no es más que un acérrimo libremercado que tiende a acentuar las desigualdades de origen.

En la Argentina, parecería prevalecer el principio de "igualdad de resultados". La idea en el gobierno y en las élites intelectuales parece ser que toda desigualdad de origen es injusta, que la misma condiciona injustamente nuestro futuro, y que por lo tanto la sociedad debe rectificar esa injusticia asegurando que todos tengamos un bienestar material relativamente similar.

lunes, 27 de mayo de 2013

Mocca y el pasado

Interesante respuesta de Emilio de Ipola a esta columna de Edgardo Mocca. De Ipola no responde al análisis de Mocca sobre el progresismo argentino (léase: el progresismo no kirchnerista), ya que, como señala, es una mirada "a vuelo de pájaro" y, por lo tanto (según creo), carente de argumentos sólidos que valga la pena discutir. En cambio, se refiere a algo mucho más concreto: Mocca ataca severamente al progresismo en su conjunto sin mencionar que, hasta hace pocos años, él mismo adhirió de lleno al ideario que ahora critica. Lo que sorprende a de Ipola son las condiciones psicológicas (o ideológicas) en base a las cuales alguien puede escribir como si su pasado no existiese. Y lo que le molesta, sospecho, es la falta de vergüenza y consideración para con quienes (como el propio de Ipola) compartieron ese pasado. Ante esto, de Ipola parece replicar "no acepto que borres ese pasado común".

De Ipola concluye que este borramiento del pasado está ligado a la pretensión del kirchnerismo de presentarse como un comienzo absoluto en la historia argentina. Claro que este ideario del nuevo comienzo no es exclusivo del kirchnerismo, sino que tiene una larga historia en la Argentina. Yrigoyen, Perón, en cierta medida Alfonsín y Menem (por no mencionar gobiernos militares), se caracterizaron por presentar sus gobiernos como el inicio de una nueva era que modificaría los principios sociales fundamentales del pasado. Esta operación ideológica hace que la relación con el pasado se vuelva complicada para aquéllos cuya actividad política es previa a la nueva era que se dice inaugurar. Eso da lugar a las auto-interpretaciones más extrañas. Algunos, como Mocca, apuestan al olvido. Otros, como Orlando Barone (quien también apostó al olvido, pero fracasó debido a la molesta memoria de los demás), expresan una suerte de reconverción y "mea culpa", mediante la cual limpian sus pecado e ingresan prístinos a la nueva era. Finalmente están aquéllos como Víctor Hugo, que interpretan su pasado como una suerte de anticipación del momento fundamente que vive el país (Víctor Hugo alega que él hizo dinero resistiendo la hegemonía del Grupo Clarín, siendo así una especie de precursor en la guerra contra el mismo).

Para quienes no nos identificamos con esta idea refundacional, todas estas narrativas son difíciles de procesar. El pasado no es solo la antesala del presente, sino también su suelo, es decir, lo que le da cierta estabilidad. El sentido de las acciones pasadas no se reduce a su relación con el momento presente, porque esas acciones tuvieron sus propias circunstancias. Reconocer la autonomía del pasado, pensarlo como un conjunto de experiencias compartidas que contribuyen a definir quiénes somos más allá de dónde estamos posicionados hoy, es condición necesaria para que el presente tenga un sentido más sólido, más creíble y más estable que el que determinan las circunstancias políticas del momento.

viernes, 24 de mayo de 2013

Corrupción

A veces aburre decir lo obvio, pero cuando la confusión general es tan grande es difícil evitarlo. La corrupción no es un tema reducible a la justicia. La idea de que todo el mundo debe ser considerado inocente de actos ilícitos mientras no haya una corroboración judicial es insostenible en política como en todos los órdenes de la vida. La presunción de inocencia es una cuestión legal, no práctica. En general, las personas son consideradas más o menos confiables en base a indicios que poco tienen que ver con evidencias jurídicas. Manejos sospechosos y no transparentes pueden no ser suficientes para una condena judicial, pero no tienen por qué ser irrelevantes para evaluar el desempeño de las personas en sus cargos.

Ayer lo escuché a Forster protestando a los gritos porque el periodismo habla de la presunta corrupción kirchnerista sin pruebas, a la vez que cuestionaba que no se hable Amalita Fortabat y la patria contratista. Como decía Freud, los argumentos contradictorios son la manifestación del deseo inconsciente. Por suerte algunos kirchneristas son más lúcidos y exponen la ideología kirchnerista con mayor transparencia: la corrupción es tolerable en un gobierno que implementa medida a favor de los sectores populares.

martes, 21 de mayo de 2013

Capitalismo a medias

El problema de tener un capitalismo a medias es que a la larga se genera un mal capitalismo. La idea del progresismo en general es la siguiente: el socialismo es un sistema ideal, pero por el momento inaplicable en la práctica, y por lo tanto lo mejor posible es un capitalismo con control del Estado que modere las consecuencias negativas. Todo bien, pero la economía es una estructura con una dinámica propia. Si la inversión está en manos privadas y el Estado expropia empresas, entonces es probable que haya menos inversión. Si la intervención estatal "en favor de los sectores populares" desalienta la inversión en eficiencia y productividad, a la larga la economía en general se verá perjudicada. Los empresarios que prevalezcan serán aquéllos que se dedican a actividades rentistas y al acomodo político. El círculo vicioso termina siendo que cuanto más se desconfía de las reglas del capitalismo y de su principal agente (los empresarios), más se contribuye a generar un capitalismo y un empresariado ineficiente y rentista.

martes, 7 de mayo de 2013

Economía

Hoy escuché esta entrevista de Víctor Hugo a Federico Sturzenegger. Víctor Hugo mezcla señalamientos atinados con disparates. Diría que para no tener ninguna formación económica, defiende bastante bien la posición del gobierno. Lo que no deja de llamarme la atención es la propensión a hablar con total soltura de lo que uno no sabe, ante alguien que sabe. Es una idea bastante difundida en la Argentina que la política y la economía son cuestiones que se resuelven a través de la ideología y el sentido común. El problema es que esto es en parte cierto, pero no del todo. La economía no es meramente técnica, porque involucra decisiones éticas respecto de la distribución de recursos. Pero sí tiene aspectos técnicos en el sentido de que ciertas variables se relacionan entre sí de modos que escapan al sentido común. Si uno no es economista, debería argumentar sobre las cuestiones éticas y dejar los aspectos técnicos a los expertos. Caso contrario entramos en la sanata.

sábado, 27 de abril de 2013

La ideología kirchnerista

¿Existe tal cosa como una ideología kirchnerista? Creo que sí, y que consiste en los siguientes elementos:

1) El Estado debe servir los intereses económicos de las mayorías económicamente menos pudientes.
2) La función de la izquierda es llegar al gobierno para hacer que el Estado cumpla dicha función, pero solo en la medida en que no se corra el riesgo de perder el gobierno a manos de otro sector político menos beneficioso para las mayorías económicamente menos pudientes.
3) El único principio de legitimación de un gobierno es el voto de la ciudadanía.

Todo lo que desde el kirchnerismo se dice por fuera de estos tres principios responde a posicionamientos coyunturales. Cualquier crítica que no afecte alguno de estos tres puntos lo mantiene ideológicamente inconmovible.

jueves, 25 de abril de 2013

Lorenzino

Una cosa es un gobierno que miente. Otra cosa es un gobierno que se ríe en tu cara.


domingo, 14 de abril de 2013

El debate sobre la justicia

Como suele pasar, el "debate" respecto de la reforma judicial es una confusa sucesión de consignas que impide el intercambio de argumentos. Lo que queda claro es que, como pasó con la ley de medios y otros temas, la esencia del proceso político es la siguiente. Existe un poder social o institucional que manifiesta manejos e intereses corporativos, contrarios al interés general, y que por lo tanto necesitaría ser reformado. El gobierno, que primero intenta tender vínculos con este poder tal cual es, eventualmente encuentra que estos vínculos son limitados y que, para desarrollar su plan de gobierno con mayor discreción, necesita generar poder propio. En el tema de los medios, esto significó generar una red de medios estatales y para-estatales, a la vez que se reducía el grado de concentración de los medios no alineados con el gobierno. En el tema justicia, esto significa controlar el organismo que designa y, potencialmente, remueve a los jueces.

Este mecanismo político le ha dado buenos resultados al gobierno por la sencilla razón de que a nadie le gustan los intereses corporativos. Entonces, cada vez que el gobierno justifica la necesidad de reformas, lo hace con razones convincentes y atendibles desde el punto de vista del bueno funcionamiento del Estado de derecho. Una vez que el debate se abre, la confusión sobre el contenido específico de las reformas hace que la sociedad pierda interés. Pero en una sociedad en general poco apegada a ideales republicanos, la idea de que un poder respaldado por el voto popular es en principio más legítimo que cualquier otro poder, contribuye a que las consignas del gobierno (siempre ligadas a la idea de "democratización") aparezcan como legítimas. Finalmente, en medio de una gran confusión, las reformas introducidas por el gobierno no hacen otra cosa que aumentar su propio poder. Estas reformas aparecen confusamente legitimadas bajo dos principios: 1) la necesidad de terminar con un poder corporativo; 2) la superior legitimidad del poder democráticamente electo frente a cualquier otro poder.

El argumento de que es bueno debatir la reforma judicial, como fue bueno debatir la ley de medios, es engañoso. El "debate" en estos casos no es más que una guerra de consignas, y es claro que el objetivo último del gobierno no es otro que ganar la mayor cantidad de poder posible. Un debate solo tendría sentido si la reforma convocara a especialistas y se desarrollara atendiendo aspectos técnicos. Si el objetivo no es otro que aumentar el poder del gobierno democráticamente electo, el "debate" no es otro que el de democracia vs. república, el cual es demasiado amplio y filosófico como para interesar a una parte significativa de la ciudadanía.

Finalmente, lo único que queda de estas "reformas" es que, sobre la base de algo que no funciona como debería, el gobierno avanza y aumenta su poder. El argumento sería: "como esto funciona mal, voy a limitarlo y aumentar mi capacidad de control, siendo que yo tengo legitimidad democrática y, por lo tanto, mi poder es en principio más legítimo que cualquier otro". Frente a esta lógica, las discusiones técnicas son inútiles. Lo que está en juego no es el poder judicial específicamente, ni los medios específicamente, sino la relación entre democracia, república y Estado de derecho. ¿Queremos que el poder democráticamente electo sea el mayor posible, o queremos que tenga límites? ¿Queremos que haya instituciones y grupos de la sociedad civil que, más allá de sus defectos, contrapesen al poder democrático, o preferimos que el poder democrático sea lo más amplio posible?

miércoles, 10 de abril de 2013

Periodismo sacerdotal

En Argentina, la profesión más cercana al sacerdocio debe ser el periodismo. En ambos casos, pareciese que la principal virtud es la pureza moral. En general, los principales periodistas argentinos se preocupan antes que nada por mostrar que sus dichos surgen de la integridad, la honestidad, e incluso el coraje. Pocos se preocupan por las virtudes propiamente profesionales como la coherencia argumental, el manejo de la información y la neutralidad valorativa. Como consecuencia, los debates periodísticos terminan centrándose en la persona del periodista y en su entereza moral, y no en el contenido de lo que los periodistas dicen. No se discute lo dicho sino las razones por las que se lo dice, la honestidad o deshonestidad del que lo dice, si se condice o no con lo que dijo antes, y demás. Esto a la vez refuerza la des-profecionalización del periodismo. Y finalmente terminamos en debate tras debate sobre las virtudes morales de personas que vaya a saber uno por qué nos resultan tan interesantes.

domingo, 7 de abril de 2013

Unas puntas

Todavía estoy esperando que alguien escriba algo medianamente riguroso sobre lo ocurrido en La Plata. Acá van unas puntas:

1) Los desastres naturales ocurren en todo el mundo y es imposible estar plenamente preparado para lo que pueda ocurrir. Antes de asignar responsabilidades hay que evaluar la magnitud de lo que ocurrió, sus causas, su previsibilidad e imprivisibilidad. Para eso, la opinión de los expertos es mucho más importante que la de políticos y periodistas.

2) Indignarse con el gobierno nacional es estéril. El gobierno nunca planteó la seguridad y la previsibilidad como un tema relevante en la agenda, y si algo quedó claro con la tragedia de Once es que las muertes por accidentes, aún cuando la responsabilidad estatal sea evidente, no traen costos políticos o electorales significativos. Lo importante desde un punto de vista práctico es entonces analizar por qué la sociedad argentina naturaliza y convive con este tipo de episodios. Eso de por sí explica que el gobierno adopte la misma actitud.

3) El mega-debate sobre Estado ausente vs. Estado presente, menos Estado vs. más Estado, es inútil. Mejor analizar en concreto: ¿qué debería hacer el Estado ante estas situaciones? ¿Qué nos dice esta situación en particular sobre el papel del Estado hoy en la Argnetina? Por ejemplo: ¿más Estado en Fútbol para Todos o en publicidad oficial, se justifica frente a la incapacidad de evitar muertes por accidentes?

4) Conectado a lo anterior, me pareció inteligente la propuesta de Morandini de desviar fondos de pauta oficial para ayudar a las víctimas del temporal. Es una forma concreta y políticamente productiva de abrir un debate sobre el rol del Estado, no desde grandes consignas sino desde medidas de gobierno.

jueves, 4 de abril de 2013

Ironía/solmenidad

Página/12 refleja bien la decadencia intelectual del progresismo. Tragedia en la ciudad de Macri: ironía. Tragedia en los municipios aliados al gobierno nacional: solemnidad.


domingo, 24 de marzo de 2013

Bancar a González

Buena columna de Wainfeld, que matiza mi comentario anterior. No concuerdo con Wainfeld respecto de la calidad del análisis de González, que para mí consiste más en divagues y anécdotas que en sostener una idea. Pero sí concuerdo en que González, a diferencia de su actitud respecto de Vargas Llosa en la feria del libro, mostró autonomía en cuestionar a Bergoglio más allá de la postura oficial. Tereschuk lo expresó en una breve fórmula: "para conducir está la conducción". O sea: los que apoyan sin conducir se expresan libremente, mientras que los que conducen, conducen.

Más allá mis dudas respecto de la calidad del análisis de González, vale reconocer junto a Wainfeld que es uno de los pocos que se han animado a proponer un debate. En general, lo que primó luego de la elección de Bergoglio fue un rápido alineamiento a favor o en contra. Se perdió así, como de costumbre, la oportunidad de pensar un poco más a fondo las implicancias políticas y culturales del episodio.

sábado, 23 de marzo de 2013

Subordinación intelectual

El episodio de Estela de Carlotto con Bergoglio me recuerda al de Horacio González con Vargas Llosa. En ambos casos, un referente intelectual opina, luego se dan cuenta de que su opinión es contraria a la actitud de Cristina, y en consecuencia se retracta. Cuando los referentes intelectuales del país prefieren la subordinación a la autonomía, es un síntoma de que debate público está empobrecido. Es imposible tomar en serio el punto de vista de alguien cuyo pensamiento depende de la aprobación de alguien más.

sábado, 9 de marzo de 2013

Soberanía popular

Acabo de leer con fascinación un comentario que, con total honestidad, aclara uno de los fundamentos de la ideología kirchnerista. Merece ser tenido en cuenta porque fue publicado en Artepolítica, el blog que, al ser ideológicamente coherente e independiente de las consideraciones estratégicas del gobierno, tiene la virtud de expresar con transparencia y claridad cuáles son las creencias estructurales del ideario kirchnerista (en contraste con las cosas que se dicen día a día para agradar y ganar posiciones). El comentario, sobre la condena a Menem, dice lo siguiente:

Y pienso que es por esto: creo, cada día más, en que una democracia se asienta basalmente en la soberanía popular expresada a través del voto libre mucho más que en las instituciones que regulan su ejercicio. Entre estas instituciones, por poner una, la Justicia. Y creo que lo que realmente cuenta son las políticas públicas que un gobierno lleva adelante, mucho más que si lo hace respetando o no las leyes vigentes. Sí, estoy diciendo que el respeto por las leyes es, en términos históricos y sociales, subalterno.

Más claro imposible: la soberanía popular, o sea el resultado electoral, es más legítimo que las leyes y (como consecuencia obvia) la justicia. Las implicancias de este razonamiento son enormes. En la medida en que el mismo refleje en efecto la forma de pensar del gobierno (hay suficientes indicios de que así es), la Argentina está atravesando en los hechos un cambio de régimen político, de una democracia republicana a una democracia plebiscitaria. Si esa transición avanza, la Argentina estará en vías de dejar de ser un Estado de derecho.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Chávez

América Latina se debate entre tres caminos: sometimiento al poder económico, políticas igualadoras, y desarrollo. Si tuviese que ordenar mis preferencias, sería: 1) Desarrollo; 2) Políticas igualadoras; 3) Sometimiento al poder económico. El orden de 1 y 2 es, en parte, lo que me separa de los populismos. Y sin embargo, algo comparto con ellos: 2 está antes que 3.

Venezuela tiene una economía débil que depende del inestable precio del petróleo. Eso no ha cambiado con Chávez. Lo que sí ha cambiado es la relación entre el Estado, los sectores menos favorecidos y los sectores económicamente poderosos. Chávez condujo esta transformación, cuya condición de posibilidad es el alto precio del petróleo. Lo hizo con ideales nobles pero con un entendimiento limitado de los desafíos del mundo moderno. Si la asistencia social no es acompañada por desarrollo económico, lo que queda a la larga es dependencia del Estado.

Para mí, Chávez fue antes que nada el Presidente que, sentado frente a una cámara de televisión, le dijo al odiado George W. Bush: "You are a donkey, Mr. Terror!". Conmovió con ello la frontera entre lo decible y lo indecible en la política de la región.

viernes, 1 de marzo de 2013

Democratizar la justicia

A pedido de uno de los pocos lectores de este blog, vuelvo a escribir.

La idea de "democratizar" la justicia tiene como objetivo que los jueces estén alineados con el gobierno elegido por el voto de la ciudadanía. El principio de legitimación es que la voluntad popular (reflejada en la mayoría o primera minoría electoral) es la última instancia decisoria en un país democrático. Según el gobierno, los jueces no son profesionales objetivos sino que tienen ideologías e intereses corporativos. Como estas ideologías e intereses van en contra de la voluntad popular, lo cual es contrario a los principios de la democracia, corresponde subsumir al poder judicial al voto y así respetar el orden natural de las cosas (en un país democrático, claro). Tenemos entonces que el poder judicial debe ser democrático, lo cual implica, por razones prácticas, subordinarlo al partido gobernante.

Si este principio prevalece, la Argentina dejará de ser una república (más allá del nombre) y pasará a ser (en términos institucionales) una democracia plena, o sea, una tiranía de la mayoría. Una de las funciones del poder judicial es controlar que la ley se aplique de manera neutral y pareja para todos. Si este poder es controlado por la voluntad de la mayoría, la minoría no tiene garantías institucionales de que este principio sea respetado. Así, por ejemplo, si el gobierno decide expropiar algún bien privado, podrá contar con jueces que interpreten la ley a su favor.

Las implicancias de pasar de una democracia republicana a una no republicana son diversas. Lo que hay que tener en cuenta es que la legitimidad democrática (o sea, la que proviene del voto ciudadano) no es absoluta, sino que depende de su reconocimiento por parte de las minorías. Suele pensarse en Argentina que el resultado electoral es legítimo en sí mismo, porque expresa la decisión libre del pueblo. El problema es que el "pueblo" no es uno, sino que está compuesto por diversos sectores, muchos de los cuales no comparten el resultado electoral. Si estos sectores pierden la convicción de que el sistema democrático los representa, el voto ciudadano carecerá de legitimidad ante ellos.