sábado, 30 de abril de 2011

Clarificación sobre "el modelo"

Me pareció muy útil este artículo de Alejandro Bonvecchi para entender hacia dónde se dirige el "modelo" kirchnerista, un tema al que me referí recientemente.

Bonvecchi hace referencia al PRI mexicano que, como se recuerda, gobernó democráticamente México durante 70 años. Según Bonvecchi, la relación entre Estado y mercado desarrollada por el PRI fue la de un "capitalismo selectivo". El mismo consiste en garantizar ciertas reglas indispensables para la inversión privada en ciertas áreas de la economía, aún en un contexto general donde prevalece la incertidumbre y la discrecionalidad estatal. En otras palabras, el Estado garantiza las reglas del juego mínimas para la existencia del capitalismo en aquellas áreas donde considera beneficioso que exista capitalismo, e interviene discrecionalmente en aquellas áreas en donde considera que el capitalismo no es necesario. De ese modo, aún en un clima general de incertidumbre sobre las reglas del juego, existen ciertos espacios donde el sector privado tiene la suficiente confianza en la permanencia de las reglas como para desarrollar la actividad.

Bonvecchi clarifica con este ejemplo la concepción que el kirchnerismo tiene, aunque sea vagamente, de la economía. El kirchnerismo no cree en reglas del juego universales que orienten la iniciativa privada en un sentido acorde al interés general. Más bien, considera que la iniciativa privada es en general contraria al interés general, y que por lo tanto la misma debe ser contrapesada con acciones estatales que corrijan sus efectos negativos. De ese modo, en vez de fijar reglas generales a partir de las cuales los actores privados puedan orientar su acción con un cierto margen del previsibilidad, el gobierno tiende a implementar medidas coyunturales que menoscaban la confianza en la estabilidad de las reglas.

Pero, puesto que el kirchnerismo considera que el Estado no debe manejar la economía en su conjunto, y que es en principio beneficioso que ciertos negocios estén en manos privadas, se sostienen ciertos espacios donde el gobierno busca generar confianza en que las cosas seguirán siendo como son. De ese modo, ciertos empresarios en ciertas áreas continúan su actividad al amparo del gobierno, en una alianza estratégica que, según el gobierno, favorece los intereses del Estado.

lunes, 25 de abril de 2011

La vulgar embestida de The Wall Street Journal

Estoy impresionado con este artículo sobre la Argentina publicado hoy en el prestigioso diario conservador norteamericano The Wall Street Journal (mencionado hoy por La Nación). El artículo despliega una virulencia y una falta de rigor analítico que supera lo que suele leerse en los principales medios de la Argentina. Lejos de sostener un argumento, prolifera en calificaciones taxativas que se dan por sentadas. La que más me llamó la atención fue la de Perón como un "fascista". En términos más generales, el artículo da por sentado que el gobierno de Cristina es demagógico y autoritario y, sin mayores explicaciones, se pregunta si la democracia argentina podría sobrevivir cuatro años más de esa manera.

Este artículo le da credibilidad al argumento de que cierto periodismo, aún el que cuenta con cierta trayectoria y cierto pretigio, no es más que propaganda ideológica encubierta.

Debatamos. Cerrá el pico

Horacio González alega que su "torpeza" (la de pedir que Vargas Llosa no participara en la inauguración de la Feria del Libro) tuvo la virtud de dar inicio a un debate. A modo de respuesta, extraigo un fragmento de la nota de Susana Viau:

El director de la Biblioteca trató de sobrellevar con elegancia su rendición incondicional y escribió una contratapa dirigida a Vargas Llosa, al que llamó “el Marqués”, o, simplemente, “Vargas”. Proponía allí, con tono zumbón, “darle largas a Vargas” y lo desafiaba a polemizar. “Vargas” no le respondió. Tampoco lo hizo en el discurso del miércoles.

González tuvo suerte. Luego de las declaraciones de Aníbal Fernández le hubiera sido difícil seguir sosteniendo que “donde usted, Vargas, ve barbarie hay civilización”. Fernández había llamado “estúpidos” al Nobel y al filósofo Fernando Savater. “Dan vergüenza ajena”, dijo, y le pidió al vasco “ocúpate de tu vida, so capullo (…) Cerrá el pico, papi (…) Metete en lo tuyo y andá a opinar a España”. Es curioso: durante la dictadura, el “capullo” (para los españoles la manera doméstica de decir “imbécil”, “boludo”) Savater fue un vocero habitual de las denuncias que formulaba el exilio argentino, y el exilio argentino le agradeció que hablara y pusiera su prestigio al servicio de los que no podían hacerlo, que se interesara por el destino de los que estaban a miles de kilómetros, en otro continente, en un país ajeno. Eran los militares los que entonces condenaban las intromisiones de los extranjeros e imprimían stickers ofendidos con la leyenda: “los argentinos somos derechos y humanos”. Es cierto, este Savater, como Vargas Llosa, ya no es el que era ni emplea las mismas herramientas para descifrar la realidad, así y todo sería de una enorme deshonestidad reprocharle ahora lo que antes se recibió con gratitud. Aníbal Fernández no está obligado a conocer estas historias, lo imperdonable es que no sepa que el jefe de Gabinete compromete a todos los argentinos y a la propia Presidente en sus guarangadas.

jueves, 21 de abril de 2011

Cómo protestar contra el que piensa distinto

Leo esta columna de Eduardo Grüner en Página/12. Lo primero que me llama la atención es la manera sistemática en que Grüner releva de culpa a Horacio González y a todos aquellos que lo apoyaron en su pedido de que Vargas Llosa no esté presente en la inauguración de la Feria del Libro. Lo hace señalando que el pedido fue un error "estratégico", o sea, una mala jugada en una batalla donde lo importante es prevalecer. El error de rechazar la presencia de Vargas Llosa en la Feria del Libro no consiste, entonces, en contrariar el principio democrático según el cual no corresponde restringir la capacidad de expresarse de quien piensa diferente. Por el contrario, según Grüner, el error es haberle dado una excusa a quienes piensan diferente para presentarse como defendiendo ese principio; algo que Grüner califica sin mayores explicaciones como "sandeces". No conforme con este mecanismo exculpatorio, Grüner justifica el error de González presentándolo como una trampa de la derecha. Según Grüner, González le dio demasiada importancia a la Feria del Libro porque se dejó llevar por lo que de ella hacen los medios de la derecha liberal. Error puramente estratégico, pero motivado por el mismo enemigo que de él se beneficia.

Sobre el tema que, según Grüner, habría que discutir, la relación entre literatura y política, el artículo no aporta nada, más que llamar al debate. Pero, puesto que dentro de la misma nota se señala que la importancia de la visita de Vargas Llosa no pasa por la Feria del Libro, sino por una supuesta "misión política" acompañada por "exponentes de la ultraderecha internacional" (el autor no aclara cuál es dicha misión ni quiénes son estos exponentes), no se entiende cómo sería dicho debate. Más bien, Grüner parece señalar que el error fue enfocarse en la parte literaria de la visita de Vargas Llosa, en vez de la parte política, que aparentemente es fácilmente identificable (aunque Grüner no aclara cómo). Siendo así, no hay debate necesario: una cosa es la parte literaria, y otra la parte política.

Grüner dice que hubiese sido mejor "protestar fuera de la Feria". ¿Protestar contra qué? Contra "la presencia política de toda esa gente en la asamblea de Mount Pelerin". ¿Protestar contra la presencia de gente? ¿No debe un intelectual debatir con quienes piensan diferente, en vez de protestar contra su presencia? Grüner sigue la lógica de González: hay que protestar contra quien piensa diferente. González equivocó la estrategia, pero no los principios. Se sigue que, si en otro contexto es políticamente eficaz protestar contra la expresión de un escritor que no nos gusta, es deseable hacerlo. Con ciertas ideas no se debate, sino que se protesta.

Si los intelectuales, en vez de debatir ideas sustanciales, se dedican a debatir sobre estrategias para protestar contra quienes defienden ideas sustancialmente diferentes, el espacio público seguirá siendo pobre.

lunes, 18 de abril de 2011

Retiro de la policía

Más allá de quién tiene razón en la disputa entre el Gobierno Nacional y el Gobierno de la Ciudad por la custodia policial en ciertos edificios públicos, lo que me cuesta entender es por qué el Gobierno Nacional no anunció la medida con cierto margen de anticipación. Es una cuestión elemental de coordinación que si un actor va a realizar un cambio que requiere ajustes por parte de otros actores, conviene avisar con un margen de tiempo suficiente para que los mismos preparen dichos ajustes. Siempre y cuando, claro está, se quiera evitar que la modificación genere perjuicios a los afectados.

Administrativamente es incomprensible que la medida no haya sido anunciada algunas semanas antes de su implementación. Políticamente tal vez haya una explicación. El gobierno puede considerar que la situación de inseguridad generada por la medida y la consecuente confrontación política le genera los siguientes réditos. Primero, se polariza la confrontación con Macri en un año electoral. Segundo, se lo expone como incapaz de resolver los problemas de inseguridad sin la colaboración del Gobierno Nacional. Tercero, se alecciona a los votantes porteños sobre la conveniencia de tener un Jefe de Gobierno vinculado al Gobierno Nacional. Cuarto, se demuestra a otros actores político a lo largo del país la capacidad de daño (y la disposición a utilizarla) con la que cuenta al gobierno sobre aquellos que no le responden. Principalmente, entonces, se trataría de mostrarse fuerte y dispuesto a todo, tanto ante la ciudadanía como ante la dirigencia política.

Lo más interesante es el mensaje que el Gobierno Nacional parece querer transmitir a la ciudadanía porteña: si no quieren unirse a nosotros, sufran las consecuencias.

lunes, 11 de abril de 2011

Primero contra Menem, luego contra la dictadura

Una de las principales transformaciones del kirchnerismo a lo largo de su gobierno a sido su relación con el pasado. En sus inicios, el kirchnerismo se definió como una respuesta al neoliberalismo de los años noventa. Específicamente, se buscaba revalorizar el papel del Estado como un agente económico activo, en contraposición al reinado del libre mercado durante la década anterior. Luego, principalmente desde la derrota electoral de 2009 y la confrontación abierta con los medios de comunicación, el kirchnerismo de definió como una reparación del legado de la dictadura militar. Siendo la dictadura un pasado más remoto, el kirchnerismo pudo construir un relato más flexible y, por lo tanto, más maleable según sus necesidades políticas. No es tan fácil condenar a los noventa mientras se establecen alianzas con personas cuya vinculación con el menemismo todo el mundo recuerda (el propio Menem incluido). Es mucho más fácil condenar a la dictadura y establecer alianzas con actores que, si queda algún registro de lo que hicieron en aquel entonces, nunca será tan potente como la memoria colectiva.

De ese modo, el gobierno ha conseguido asentar su relato reparador del terrorismo de Estado, juzgando a sus responsables y ganándose así la adhesión de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, sin que ese relato restrinja su estrategia política. Por el contrario: al gobierno se le ha hecho muy fácil encontrar elementos con los cuales presentar a quienes se le oponen como aliados del terrorismo de Estado, así como dejar en el olvido su propio papel y el de sus aliados en esos años. Tratándose, además, de una cuestión ética, es decir, de una confrontación con crímenes tan abominables que no admiten discusión posible, el kirchnerismo ha sido eficaz en apagar cualquier desacuerdo de ideas, poniendo en un primer plano una cruzada ética por la justicia y la memoria que no admite desacuerdo posible.

sábado, 9 de abril de 2011

Cobos: ahora por mí

Cobos se sumó a la candidatura presidencial de Cristina Kirchner por conveniencia política. Esto lo sabían en su momento los Kirchner, quienes utilizaron todos los recursos disponibles para seducir a los "radicales K" y quebrar así a la UCR. Nunca hubo unidad ideológica ni convergencia programática, ni se había anticipado antes de las elecciones un aumento de las retenciones agrupecuarias. Cobos se sumó a lo que el kirchnerismo era en ese momento por un acuerdo electoral, y no al rumbo que tomó luego el gobierno.

Poco tiempo después, Cobos se encontró en un escenario inesperado, muy favorable a su carrera política. Siguió la misma lógica que lo llevó a la vicepresidencia, e hizo lo que le otorgaba mayor rédito político. El gobierno habló de traición y la militancia kirchnerista lo odió como a ningún otro. No entendieron que Cobos siguió la misma lógica de siempre, en un contexto en el cual apoyar al gobierno no parecía redituable en términos de imagen ante la opinión pública.

Se acusó luego a Cobos de usurpar el cargo de vicepresidente, de actitudes destituyentes. Cobos respondió con la Constitución Nacional: al vicepresidente lo eligen los ciudadanos con su voto, y no lo designa el Presidente. Los kirchneristas dijeron que la que había ganado la elección era Cristina, y que Cobos estaba ahí gracias a ella. Una estupidés: si acordaron que Cobos fuese vicepresidente, por algo fue, y los acuerdos hay que respetarlos, no deshacerlos retroactivamente. ¿O acaso hubo una cláusula según la cual Cobos se tenía que ir si Cristina así lo disponía? El acuerdo era de conveniencia, y cada uno se guío por su propio interés político. ¿O alguien le consultó a Cobos sobre qué hacer con la 125?

Los kirchneristas insistieron en que renunciara, en que Cristina no lo quería, en que le hace mal a las instituciones que el vicepresidente sea opositor al Presidente. No queda tan claro por qué, o en todo caso, cuál es la gran diferencia frente a todas las acciones al límite de las reglas institucionales que emprendió el kirchnerismo, por ejemplo las candidaturas testimoniales. Si Cobos se mantuvo en el cargo no fue torciendo las reglas para ajustarse al contexto político, sino lo contrario: respetando al máximo las reglas (de nuevo: la Constitución Nacional estipula que el vicepresidente surge del voto) a pesar del contexto. Tal vez su apego a las instituciones haya prevalecido sobre su conveniencia política, ya que su prolongada exposición como vicepresidente opositor al gobierno se volvió cada vez más incomprensible para el ciudadano medio.

Finalmente Cobos se baja de la candidatura. Su fracaso electoral obedece a diversas variables. Tal vez sea mejor así. Deja una trayectoria coherente como vicepresidente.

viernes, 8 de abril de 2011

¡Grande Cobos!

Este comentario de Lucas Llach me pareció tan atinado que no puedo resistir la tentación de tomarlos prestado. Acá va:

Elogio de una vicepresidencia

Despertó las pasiones una madrugada, cuando lo compararon con Judas. Hasta entonces era como decía Borges del partido conservador: es el único incapaz de despertar pasiones.Unos lo querían echar de la vicepresidencia, por infiel. Otros querían redoblar su infidelidad y que conspirara para reemplazar a la presidenta antes del final del mandato.

Pero su destino será uno mucho más honroso que cualquiera de esos: terminará su mandato. Felicitaciones, Julio Cobos.

Claro que fue un error de cálculo asociarse a un gobierno que ya mentía descaradamente, con la promesa débil de que dejaría de hacerlo. Pero muchos creyeron la promesa del Hada Buena en 2007, de la reparación cristinakirchnerista del néstorkirchnerismo. Cobos también. Con todo, a lo largo de 2007 defendió la independencia del organismo estadístico de Mendoza.

En su mandato como vicepresidente tuvo que enfrentar dos decisiones. Votó contra la 125, con lo cual siguió a su conciencia y pacificó al país de un crescendo agresivo que podía terminar bastante peor. También votó, en la Comisión ad hoc del Senado, contra la continuidad de Martín Redrado, de acuerdo a los deseos del gobierno, con lo cual acabó con otra crisis. Algunos dicen que con ello terminó de destruir la independencia del Banco Central. No es así: de la autonomía del Banco Central no quedaban ni los escombros desde bastante antes, cuando Redrado seguía las órdenes de un presidente o un ex-presidente para decidir el valor del tipo de cambio y firmaba informes de inflación con números falsificados por el gobierno nacional.

Repasemos: dos decisiones suyas dieron por terminadas las dos crisis políticas más importantes del gobierno de Cristina Kirchner.

Hay una confusión generalizada sobre qué es un vicepresidente. El jefe de un vicepresidente no es el presidente: son los intereses del pueblo que lo votó. La vicepresidencia es una pequeña y aburrida habitación con las puertas blindadas. Es como el cuarto árbitro, o el arquero suplente: la mayor parte de su tiempo transcurre en la irrelevancia, pero en algunas ocasiones puede ser decisivo. Si hay algo sabio para un vicepresidente es no renunciar.

Tenemos, cerquita en el tiempo, el contraejemplo de una renuncia vicepresidencial que desnaturaliza el cargo: ¿qué habría pasado si Chacho Álvarez, ya enfrentado con el gobierno de De la Rúa, hubiese permanecido en el poder? Es concebible que a fines de 2001 hubiésemos tenido una transición mucho más ordenada, sin pasar por el escarnio de los cinco presidentes.

Señoras y señoras: Julio Cobos terminará su mandato, contra la voluntad de fanáticos gubernistas y conspiradores destituyentes. Para un país ansioso y volátil como el nuestro, no es poco.

martes, 5 de abril de 2011

Invertir en odio

El kirchnerismo invierte en diversos activos políticos. Invierte en alianzas, en consignas, en estados de ánimo, y demás bienes de los que eventualmente puede disponer. Parte de la estrategia consiste en diversificar y ampliar: todo recurso político sirve, si no hoy, tal vez mañana. Y si nunca sirven, sirve el solo hecho de tenerlos, para mostrar poder, para intimidar. Lo importante es no rechazar nada, para no dar ventaja.

Claro que, como es bien sabido, tanto en economía como en política, uno no siempre será capaz de controlar las propias inversiones. La multiplicación del capital (económico y político) sigue una cierta lógica, la cual no puede hacerse y deshacerse a voluntad. Invertir en Moyano implica darle un lugar que, tal vez, prepare el camino a una futura "traición" (como sería torpemente denominada). Invertir en planes sociales implica generar ciertas expectativas que, cuando haya menos recursos, tal vez no puedan ser satisfechas. Invertir en odio y violencia implica, tal vez, que algún día habrá quienes no pidan autorización para ponerlos en práctica (¿no le ocurrió esto a Perón?).

El kirchnerismo vive la alegría del presente imaginando que mañana será como hoy, que siempre podrá poner lo malo al servicio de lo bueno. Así, se puede minimizar que una agrupación kirchnerista lleve a niños a escupir carteles con la imagen de Mirtha Legrand y demás, imaginando que nada grave está pasando, que la violencia está bajo control, que se trata de grupos marginales un poco fanatizados. No hace falta desactivar esta violencia; no hace falta que 678 la condene, que los blogs kirchneristas escriban algo, y ni hablar de un mensaje explícito de Cristina. ¿Para qué? Si esto crearía divisiones internas y mostraría debilidad ante Clarín. Mejor, entonces, dejar la violencia donde está, donde al menos sirve para atemorizar a algunos. Total, mientras Cristina no escupa a nadie, ni mande a escupir a nadie, no se podrá decir que el gobierno fomenta la violencia y el odio. Al contrario: los mantienen controlados en el patio de casa (eso sí: a la vista de todos).

No vaya a ser que pase como en los 70 y, de repente, las cosas cambien y la violencia decida seguir su propio camino.

(El ejemplo más patético de esto es el de los propios medios, que foguearon el odio e incluso la violencia explícita contra los políticos, y terminaron siendo víctimas de aquéllo que se creían capaces de controlar).

domingo, 3 de abril de 2011

Populismo vs. fascismo

Hay una distinción fundamental entre fascismo y populismo. Ambos coinciden en concebir a la democracia (es un error pensar que el fascismo es anti-democrático) como la expresión de una voluntad general homogénea. En otras palabras, fascismo y populismo consideran que el Estado debe garantizar la realización de los deseos e intereses del pueblo en su conjunto. Pero mientras que el fascismo traduce esto en una suspención de las instituciones que sostienen el pluralismo, el populismo juega dentro de ellas. Un gobierno fascista anula el Congreso, las elecciones, los controles judiciales, y demás instituciones que ponen "en peligro" la realización de la voluntad colectiva que dice representar. Un gobierno populista, en cambio, tiende a tener una relación tensa con estas instituciones, pero no las suspende ni las avasalla abiertamente.

Puede haber diversos motivos por el cual el populismo no se deshace totalmente de los elementos republicanos de la democracia (a diferencia del fascismo, cuya ideología democrática es absolutamente anti-republicana). Pero lo cierto es que su estrategia consiste en jugar con los vacíos legales, en cierta transgresión controlada de la ley, en las reformas institucionales y, por supuesto, en el uso irrestricto de todos los recursos discrecionales con los que cuenta desde el manejo del Estado. El populismo no proclama desobedecer a las instituciones, pero muestra desinterés en respetarlas y fortalecerlas. Esto se traduce en acciones que, si bien no son claramente ilegales, transgreden el espíritu de las instituciones (por ejemplo, presentando candidatos electorales que ponen en duda si asumirán o no el cargo), o directamente son contrarias a la ley pero aceptan el control judicial (como ocurrió con la discriminación con la pauta oficial, la disolución de Fibertel, y como esperablemente sucederá con las multas a las consultoras). A menudo se emprenden reformas institucionales que, aprovechando el predominio político, hacen que ciertas instituciones sean funcionales al poder político (en el caso argentino, el ejemplo sería el Consejo de la Magistratura). Un punto esencial, sin embargo, es que el populismo nunca suspende la institución fundamental en la que se sostiene su legitimación democrática, es decir, las elecciones. Estas son, por tanto, el elemento mínimo de institucionalidad que es inherente al populismo como tal.

Esta situación de tensión con el orden institucional torna inestable la situación de un país gobernado por el populismo, puesto que las reglas fundamentales quedan sujetas a una permanente redefinición. Esto puede conducir a diversos escenarios. El primero es que, eventualmente, el gobierno populista pierda, por diversos motivos, poder político, y sea reemplazado por otro tipo de gobierno (Menem en 1999). El segundo es que el populismo se radicalice y logre, tanto mediante reformas institucionales como mediante recursos no institucionalizados, como la formación de redes clientelares, un escenario donde, si bien se mantiene el funcionamiento de las instituciones republicanas, es extremadamente difícil que el gobierno pierda una elección. Esto derivaría en la "institucionalización" del populismo y en lo que Sartori denominó como sistema pluripartidista con partido hegemónico: si bien hay muchos partidos políticos, solo uno tiene chances reales de ganar la elección. El mejor ejemplo sería el PRI mexicano hasta los años 90. El tercer escenario es que el populismo decida suspender total o parcialmente las instituciones, convirtiéndose en una mezcla de populilsmo y autoritarismo, como fue el caso de Fujimori. El cuarto escenario es que los sectores no populistas reaccionen contra el populismo derrocando al gobierno, como ocurrió con Perón en 1955.

Entender esta relación entre populismo e instituciones es esencial para imaginar el futuro cercano del actual proceso político argentino. Las equiparaciones simplistas del populismo con el fascismo tienden a producir diagnósticos equivocados y son fácilmente puestas en cuestión. Es cierto que populismo y fascismo comparten una concepción no republicana de la democracia, pero ambos resuelven la tensión con el orden institucional de manera diferente. Comprender esta tensión es esencial para pensar los escenarios posibles en el futuro cercano, así como para desarrollar un discurso crítico del populismo consistente.