miércoles, 15 de diciembre de 2010

Duhalde y el imaginario progresista

Cuando asesinaron a Mariano Ferreyra, el gobierno nacional buscó responsabilizar a Duhalde, y no pudo. Hoy recurre a la misma estrategia. Hay indicios de que las ocupaciones pudieron haber sido incentivadas u organizadas por grupos políticos, pero de ahí a sugerir que Duhalde organizó los hechos desde las sombras, hay un salto que se basa en imaginarios y lugares comunes más que en evidencias. Es cuestión de poner en marcha el imaginario progresista, según el cual Duhalde representa "la mafia", "el narcotráfico", "la desestabilización". Ya algunos blogs empiezan a hacer eco: "la quieren bajar", "esto está armado", "estoy seguro de que Duhalde está detrás de todo esto". Está presente la idea de que este gobierno está afectando a "las corporaciones" y a "intereses muy poderosos", que no se van a quedar quietos. Cuando sucede algo que afecta al gobierno, se lo interpreta como una confirmación de esta premisa. Todo cierra perfectamente. No hace falta hablar de la inaficacia del gobierno para prevenir los episodios de violencia. La culpa la tiene otro.

Lo que es llamativo es la fuerza de ciertos imaginarios, y la capacidad de un discurso para volverse creíble solo a fuerza de presupuestos e ideas de sentido común. Como siempre, lo que se pierde es la capacidad de pensar, de analizar y de cambiar. Lo que se fortalece es la percepción de que estamos en lo correcto, y de interpretar todo lo que sucede como una confirmación de que siempre tuvimos razón.

sábado, 11 de diciembre de 2010

La Argentina está mal

La Argentina está mal. Con esto quiero discutir la idea que viene tratando de instalar el gobierno de que la Argentina es un país al que le va bien, y al que principalmente los intereses mezquinos de los medios de comunicación buscan persuadir de lo contrario. Como escribe Marcos Novaro, esto implica una mirada conformista de la situación del país, según la cual conviene centrarse en lo bueno y pasar por alto lo malo ya que, sino, nunca somos felices. El problema es que, como demuestran los hechos de Villa Soldati, que confirman problemas que ya se hicieron evidentes con las muertes de Mariano Ferreyra y de Roberto López en Formosa, lo malo, si no se soluciona, termina saliendo a la luz.

Como dije en el comentario anterior, la política de no represión está mostrando su fracaso. Pero lo más grave del episodio de Soldati no es eso, sino las reacciones de los gobiernos nacional y de la ciudad. Macri utilizó el recurso más básico y prototípico del populismo de derecha: culpar a la inmigración. Aprovechó de esa manera para asestar un golpe al gobierno nacional, precisamente por el lado por el cual el gobierno nacional quiere recibir los golpes: desde la derecha más tosca. De esa forma, detrás de la confrontación, hay una complicidad: ambos sectores, Macri y el gobierno nacional, se posicionan como los adversarios naturales uno del otro. Ahí es donde ambos se sienten cómodos, en un escenario de derecha contra izquierda, basado en consignas que nada tienen que ver con el entendimiento de lo que está pasando.

Que el gobierno es partícipe de esta estrategia quedó claro con el discurso de Cristina poco después de los incidentes. Derechos humanos, no a la xenofobia, pero ninguna acción concreta para evitar que continúen los asesinatos. Las madres de Plaza Mayo, sentadas detrás de Cristina, aparecen como un símbolo de legitimación moral que poco tiene que aportar a la solución del problema. Pero esto, al parecer, es lo menos importante: lo principal es aquéllo: la moral, los valores progresistas, los derechos humanos reducidos a juzgar viejos criminales, "no a la xenofobia". Nada de re-evaluar la política de "no represión", nada de pensar cómo hacer para que estos episodios no se sigan repitiendo.

Tampoco hay nada para pensar sobre el hecho de que la gente se esté matando entre sí. ¿No era que estábamos bien? ¿No era que la Argentina es un país de gente buena? Tal vez la tarea de un gobierno no sea convencernos de que estamos bien, sino manejar un Estado capaz de intervenir en aquellas cosas que están mal. El Estado tiene que estar presente porque sino no hay ley, y si no hay ley, el que está dispuesto a matar, mata. Y no es cuestión de dejar que la gente se mate y después investigar: el Estado que se precie de tal tiene que estar ahí, haciendo cumplir la ley, reprimiendo si es necesario. ¿O alguien se imaginó tal cosa como un Estado que no reprime?

La gente se mata, el gobierno nacional no hace nada, y Cristina y Macri, dos de los líderes políticos más importantes del país, aprovechan para posicionarse políticamente. Por ahora hay mucha plata de la soja, y gracias a eso, políticas sociales, guerra contra los medios, aumento de salarios, y demás. Pero en los últimos días hubo cuatro asesinatos en una zona liberada, a la vista de todos y sin que nadie haga nada. Eso, en mi opinión, es un indicio de que la Argentina está mal.

Política de zonas liberadas

Los incidentes de Villa Soldati están reflejando, a mi juicio, el fracaso de la política de "no reprimir", que se empieza a parecer a una política de zonas liberadas. Si en un momento evitar el accionar policial pudo haber sido una medida positiva para prevenir nuevos episodios de violencia, está quedando claro que, en el mediano y largo plazo, esa política da lugar a otro tipo de violencia. A la larga, hay que buscar la forma de que el Estado pueda estar presente e imponer la ley sin excesos ni violación de derechos. Ya se ha dicho una y mil veces: donde no hay ley, el más fuerte gobierno a discreción. Así que desde el progresismo, sería bueno dejar de enorgullecerse tanto por no reprimir, y empezar a trabajar en una política más sustentable frente a la protesta social. Desentenderse de los problemas no es, hasta donde yo sé, una virtud política.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Macri

La evidente mediocridad, tanto a nivel discursivo como a nivel de gestión, mostrada hasta ahora por Mauricio Macri, representa un grave perjuicio para el sistema político argentino. Quienes no nos identificamos, en términos generales, con las ideas que el partido de Macri representa, no podemos ignorar que hay importantes sectores de la ciudadanía que sí lo hacen. La Argentina necesita que las demandas y las visiones de ese sector social sean políticamente representadas. Cuanta mayor coherencia, prolijidad, innovación, competencia técnica, y demás valores que suelen considerarse como positivos para un espacio político de cualquier signo ideológico, pueda presentar una propuesta de ese tipo, mejor será para el país. Al menos si partimos de la base de que lo mejor a lo que puede aspirar un país, es a que una pluralidad de espacios políticos representativos de la ciudadanía sea lo mejor posible. El sueño progresista de un país sin derecha política es un sueño incompatible con la democracia contemporánea.

Desde que llegó al gobierno porteño, Macri ha decepcionado en por lo menos dos aspecto. En primer lugar, ha desarrollado una gestión mediocre, con problemas muy evidentes en el ámbito educativo y en lo que tiene que ver con el Teatro Colón. Esas falencias no han sido compensadas por méritos significativos en las áreas en las que Macri había hecho hincapié durante su campaña, y en los inicios de su gestión, principalmente en los que tiene que ver con la reforma del Estado porteño en una dirección más eficiente y racional. En segundo lugar, Macri no ha desarrollado un discurso superador del populismo al que alega cuestionar. Sus palabras son toscas, superficiales, más tendientes a buscar el efecto inmediato que a lograr una mejor comprensión de los problemas. Discursivamente, Macri está lejos de la aproximación técnica a los problemas que dice defender, y cerca del populismo que dice rechazar.

Hoy, esta característica se ha hecho evidente en las declaraciones del PRO respecto de una "inmigración descontrolada", a la que se vinculó con la delincuencia y el narcotráfico. El punto no es que la Argentina tenga o no una política inmigratoria adecuada; hay margen para el debate al respecto. El punto es que, en un tema sesnible como es la inmigración de países cercanos, las frases simplistas son un signo de demagogia bastante poco afín a los valores democráticos y republicanos que Macri dice defender. Si hay datos que permitan sostener que la política inmigratoria del país genera problemas para la gestión de la ciudad, habrá que discutir en base a esos datos. Si no, el gobierno de la ciudad no hace más que incurrir en las consignas demagógicas que tanto suele cuestionarle (con bastante razón, a mi juicio) al gobierno nacional.

El país necesita un discurso discurso de derecha que se tome en serio los valores que dice defender: racionalidad, moderación, respeto por las normas, y demás. Cada vez más se hace evidente que Macri, y al menos gran parte de su espacio político, no está a la altura de esa tarea.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Más sobre "estilo" y "sustancia"

Quiero volver al tema del "estilo" y la "sustancia". Desde hace algún tiempo, el Poder Ejecutivo del Estado argentino se ha convertido en una maquinaria dedicada a descalificar a todo aquél que no está de acuerdo con el gobierno. Esa, por ejemplo, es la tarea que cumplen los funcionarios del gobierno cuando hablan en público, en lugar de dedicarse a explicar y justificar su gestión. Lo mismo hace el aparato mediático desarrollado por el gobierno, pequeño en términos cuantitativos pero sumamente intenso y cada vez más penetrante en ciertos sectores de la opinión pública.

Decir que es una cuestión de "estilo", o una manifestación de tensiones sociales más profundas, ambos argumentos defendidos por José Natanson, es insostenible. Como muy bien saben los ideólogos del gobierno, lo que aquí está en juego es una estrategia, e incluso una ideología, que consiste en magnificar los conflictos a tal punto que las diferencias pasan a ser irreconciliables. Esta semana, por ejemplo, el programa 678 presentó un informe bajo el título "Clarín y La Nación contra la Argentina"; presentando así a los adversarios políticos en enemigos de la comunidad. Ese tipo de discurso no debería ser adoptado con liviandad, pretendiendo que todos se hagan los tontos. Se trata de una ideología muy concreta, con antecedentes históricos muy precisos, de la cual los kirchneristas que se consideran al menos en alguna medida preocupados por la existencia del pluralismo y la tolerancia, deberían dar cuenta y asumir cierta responsabilidad.

Lo que me parece un síntoma de extrema irresponsabilidad e irreflexividad por parte de los kirchneristas moderados (asumo que los más extremistas saben bien lo que están haciendo), es no dar cuenta del tema. Me refiero a esconder bajo el rotulo de "estilo", preocupación de viejas de barrio norte, republicanismo al serivicio de los poderosos, y demás, cuestiones que en realidad son bastante serias. Porque cuando el Estado se convierte en una maquinaria para deslegitimar a quien piensa distinto, las propias reglas de juego del sistema democrático están en cuestión. Y esas son cuestiones serias, que hacen a la sustancia de la vida social.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Pregunta

Pregunta: ¿no es de mal gusto, dudosa ética, o al menos poco profesionalismo, que alguien que es contratado por el gobierno se dedique a hablar bien del mismo en los medio de comunicación? No me refiero a funcionarios que forman parte del gobierno y que, lógicamente, se dedicarán a defender la gestión. Me refiero especialmente a los consultores que, sin formar parte del gobierno, son contratados por el mismo. Y no se trata de realizar análisis vinculados a su profesión, sino directamente de dar una valoración subjetiva sobre los méritos del gobierno. O sea: el gobierno los contrata para hacer estudios de opinión pública, y ellos escriben columnas de opinión aseverando que este es un buen gobierno. ¿No hay un conflicto de intereses?

sábado, 27 de noviembre de 2010

Militantes y periodistas, dos cosas distintas

Impresionantes las declaraciones de Martín García, director de Telam. A veces los más extremistas son los que suelen sacar a la luz con más claridad ciertas tendendencias. Y en este caso, no se trata de un tipo cualquiera, sino del encargado de dirigir la agencia pública de noticias.

No voy a entrar en el detalle de las declaraciones de García, que darían para un intenso y extenso debate. Me voy a quedar con la idea genérica de que el militante vale más que el periodistas, porque creo que es una idea muy popular hoy en día; principalmente entre los partidarios del gobierno, pero no solo entre ellos.

La idea, a grandes rasgos, sería la siguiente: el militante es un tipo consecuente con sus ideas, que se compromete y se apasiona, se muestra tal cual es y dice lo que piensa. El periodista profesional es un hipócrita, alguien que engaña pretendiendo ser neutral cuando, en el mejor de los casos, defiende sus ideas como cualquier militante, solo que sin decirlo, y en el peor, defiende sus intereses o los de quien le paga. En otras palabras, la actividad del periodista profesional es evaluada en términos políticos y, por supuesto, queda devaluada frente a la actividad propiamente política.

Esta mentalidad tiende a confundir la distinción entre géneros. La escritura y el habla transcurren en diferentes ámbitos, estructurados a través de diferentes reglas y en torno a diferentes propósitos. Nadie esperaría que un poeta, por ejemplo, siga las misma reglas al componer un poema, que un juez al momento de escribir una resolución. Nadie esperaría que un profesor universitario utilice la misma estructura discursiva que un relator de fútbol. Eso se llama género, y es en gran medida lo que distingue a las actividades humanas: la ciencia, el arte, la religión, la literatura, el derecho, la vida cotidiana, y demás.

La existencia del periodismo profesional se basa en la idea de que, en el mundo moderno, la recolección, procesamiento, difusión, y demás tareas vinculadas a la información, se ha vuelvo una tarea específica, con reglas propias que demandan cierta especialización. Estas reglas tienen que ver con la búsqueda de ciertos objetivos, como la veracidad y neutralidad de lo que se dice. Esto no tiene nada que ver con la posibilidad o no de la veracidad absoluta, o de la neutralidad absoluta. De lo que se trata es de criterios que regulen el grado de arbitrariedad que quien trabaja con la información ejerce sobre la misma. Hay, en este sentido, cierta similitud con la ciencia, que establece ciertos criterios que regulan el trabajo científico, de tal manera que la diferencia entre verdad y falsedad no dependa de cada científico.

La idea de que los militantes, es decir, aquéllos y aquéllas cuya actividad está dedicada a defender una idiología, son los mismos que deberían estar a cargo de procesar y difundir la información, implica que un determinado género no sirve y que, en realidad, está usurpando el lugar de otro. En un país tan politizado como la Argentina, es común evaluar a los demás géneros en términos del discurso político, y a menudo el artista, el periodista, e incluso el científico solo valen en la medida en la que sirven o no a una determinada causa política. De aquí a pensar que es el poder político el que debe hacerse cargo de estas tareas (algunos han dicho que ésta es una de las características del fascismo) hay un paso no muy pequeño, que muchas veces se ha tomado en la historia Argentina.

El gobierno ha venido llevando la discusión sobre los medios en tres frentes diferentes. Primero, ha defendido la necesidad de mayor pluralidad de medios, y de garantizarla mediante legislación adecuada. Segundo, ha venido acusando a los principales medios de una serie de prácticas entre ilegales e inmorales. Tercero, ha desestimando genéricamente al periodismo como profesión. Las declaraciones de García demuestran que este último frente, sin duda el menos afín a cualquier concepción republicana o pluralista sobre cómo deben estar regulados los medios de comunicación en una sociedad, tiene un peso importante dentro del gobierno.

García dice algo que sumamente contradictorio, lo cual no lo hace menos significativo. Según él, el militante, es decir, aquél cuya actividad consiste en difundir una causa, dice la verdad más que el periodista, que inevitablemente defiende intereses. Cualquiera mínimamente interesado en la verdad como tal sabe que un militante no es un proveedor de verdades, y que a menudo miente. Como remarcó Hannah Arendt, decir la verdad no está entre las virtudes de la política, y el militante que diga la verdad tendrá cada vez más problemas para defender su causa. Para sostener que el militante es el que dice la verdad, hay que sostener que la verdad es lo que es funcional a una causa. La idea no es tan descabellada, y has sido defendida por diversas ideologías autoritarias en el pasado. Pero para los que creemos que hay una cosa que es la verdad, y otra cosa diferente que es la ideología política, y que la distinción entre ambas es condición necesaria para la existencia de la democracia misma, la confusión no puede resultar más preocupante.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Problemas para el olvido

Dice Beatriz Sarlo:

En un círculo característico, los intelectuales se dieron a sí mismos las razones de su apoyo a Kirchner. Una síntesis de estas razones puede leerse en los documentos de Carta Abierta y sus principales cabezas, que son textos sencillos en los que se desarrollan tres temas: el regreso de la política después de la crisis; el carácter popular de la gestión social de la pobreza; el restablecimiento de una noción de soberanía nacional. Esos tres puntos obviamente no incluyen ni la corrupción institucional, ni las presiones sobre la Justicia, ni los delitos económicos, ni el gerenciamiento clientelístico de la miseria, ni el acuerdo con los representantes más típicos del caudillismo provincial o municipal y el sindicalismo mafioso (los apellidos pueden variar).

La victoria cultural se apoya precisamente en esos olvidos. No es necesario explicar que son significativos porque le dan un orden a lo que se recuerda. Al pasar por alto los rasgos mencionados se establece una jerarquía de valores: lo que importa y lo que no importa. Precisamente, restituir un lugar significativo a la política es discutir esa jerarquía que el kirchnerismo intelectual acepta como límite.


Estoy totalmente de acuerdo con la idea de que el kirchnerismo, especialmente entre sus apoyos intelectuales, ha generado y sigue generando "olvidos". Muchos temas que, anteriormente, se consideraban problemas de primer orden, incluso desde un punto de vista progresista y de izquierda, hoy en día son descalificados o bien como cuestiones secundarias, o bien como preocupaciones consevadoras. Todo esto amparado en un crecimiento económico que, salvo ante episodios alarmantes (como el asesinato de Mariano Ferreyra), torna creíble la idea de que, más allá de algunos problemas menores, "lo importante está bien".

Lo cierto es que, como señala Sarlo, la Argentina tiene una serie de problemas estructurales que este gobierno no está solucionando, y que en algunos casos está afianzando. Que estos problemas sean efectivamente secundarios, que lo fundamental pase por ahí o por otro lado, es algo que solo puede surgir del debate político. Pero ese debate, para ser productivo y no quedarse en una guerra de consignas, no puede basarse en olvidos y omisiones. Hacer de cuenta que ciertos problemas no existen o no importan, en vez de justificar el lugar que se les está dando en el actual contexto político, es una forma de desestimar el debate, y un indicio de debilidad intelectual y cortedad de mira.

La Argentina vive un buen momento económico, principalmente debido a la coyuntura internacional favorable debido a los altos precios de la soja. Cuando la economía marcha bien, es más fácil pasar por alto o tapar ciertos problemas. Pero un modelo socioeconómico se pone a prueba en los momentos difíciles, cuando los recursos para resolver las tensiones son escasos, y se pone en evidencia el mal funcionamiento de ciertos mecanismos. Aún está por verse cuáles son las capacidades del actual armado político para atravesar una coyuntura económica desfavorable. Y aún queda pendiente debatir si los problemas que este gobierno ha desestimado pueden ser prolongadamente borrados de las preocupaciones de la ciudadanía.

sábado, 20 de noviembre de 2010

El estilo y la sustancia

Hay algo que en ciencia política se denomina "cultura política". La misma tiene que ver, entre otras cosas, con aquellas creencias y comportamientos que constituyen el día a día de la vida política. La política, claro, no es solo eso: también hay grandes eventos, revolucines, estrategias, liderazgos, leyes, coyunturas económicas, relaciones internacionales, y demás. Pero nadie pondría en duda, creo, que parte importante de todo sistema político son las creencias y comportamientos de los ciudadanos.

Ultimamente se habla mucho del "estilo" y la "sustancia" de la política. Hay quienes insisten (Natanson, en particular) en que ciertas cosas son la esencia de los procesos políticos, mientras que otras cosas son meras apariencias. Por lo general, la idea suele ser que las declaraciones son el estilo, mientras que las medidas concretas de gobierno son la sustancia. Criticar a un gobierno por lo que dice es entonces confundir la esencia con la sustancia.

Este planteo parece perder de vista que cuando un líder político habla, interviene en las ideas y valores políticos de una sociedad. Poca duda cabe de que los grandes movimientos políticos de nuestra historia, aquéllos que dejaron las huellas más profundas en la sociedad, valen al menos tanto por lo que dijeron como por las medidas que implementaron. Estos movimientos transformaron la cultura política del país, lo cual, claro está, conlleva importantes cambios en casi todas las áreas de la sociedad. ¿Alguien diría, acaso, que ideas como "civilización y barbarie", o "pueblo y oligarquía", tenían que ver con el estilo de Sarmiento y de Perón, y no con la sustancia?

Quienes apoyan fervientemente a este gobierno nunca caerían en esta confusión. Ellos están satisfechos tanto con lo que se dice como con lo que se hace, y saben bien que una cosa es tan importante como la otra para este proyecto político. Son los que buscan apoyar al gobierno desde una posición más crítica y reflexiva quienes se ven, paradójicamente, obligados a sostener esta dicotomía insostenible. Porque ellos saben bien que, más allá del aumento a los jubilados, los juicios a los criminales del terrorismo de Estado, la política de salarios, y demás, este gobierno y muchos de sus aliados poco se toman en serio el pluralismo, la tolerancia, y demás valores indispensables para la consolidación de una forma republicana de gobierno (algo que a los kirchneristas más coherentes tiene sin cuidado). Y si esa forma de pensar se instala en la cultura política, las consecuencias a mediano y largo plazo serán mucho más sustanciales de lo que algunos están dispuestos a reconocer.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Reacciones

La reacción coherente de un kirchnerista ante la trompada en el congreso sería: "Estuvo mal, pero no exageren. Fue un exabrupto". La reacción coherente de un opositor sería: "las actitudes violentas no provienen solo del gobierno".

domingo, 14 de noviembre de 2010

José Pablo Feinman

Hoy leí un poco, por curiosidad, la columna de José Pablo Feinman en Página/12. Como siempre, me pregunto por qué alguien respeta a Feinman, por qué algunos le prestan atención. Casi todo lo que Feinman dice no tiene sustento, es arbitrario, inconsistentes y moralista, no está argumentado y es muy fácilmente refutable. Además, los méritos intelectuales de Feinman en el campo de la filosofía son casi nulos. Feinman no es un tipo respetado por la gente que sabe de filosofía, aunque logró hacerse conocido como un "filósofo para el pueblo" (algo que, desde mi punto de vista, es una fórmula para el fascismo).

Creo que a Feinman se le presta atención porque repite, con una escritura relativamente creativa y cierto tono de sofisticación, verdades de sentido común muy populares en nuestro país. Esa es la fórmula del éxito: agarrar algo en lo que mucha gente está de acuerdo, y pretender que esa verdad se fundamenta en algún concepto filosófico supuestamente sofisticado. Entonces, los que están de acuerdo con dicha verdad se sienten bien porque la misma está fundamentada es una autoridad sólida, que la hace más creíble. No hace falta angustiarnos porque nuestra opinión sea eso, solo una opinión, porque Feinman nos dice que Marx, Heidegger y Castoriadis están de nuestro lado, y a Feinman hay que creerle porque, según él dice, es un filósofo.

Hay mucho de este autoritarismo filosófico dando vuelta. También hay mucho del autoritarismo estilístico: lo que digo es verdad no porque lo fundamente, sino porque lo escribo de forma elegante, y si sé escribir de forma elegante, tengo razón. Yo prefiero argumentos sólidos, los diga quien los diga.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La culpa de los empresarios

Decir que los empresarios tienen la culpa de la inflación es como decir que los delincuentes tienen la culpa del aumento de la cantidad de robos. No porque los empresarios sean delincuentes, sino porque desde el punto de vista de una polítca económica, la afirmación no tiene sentido. En un sistema medianamente capitalista, el Estado debe asumir que los empresarios buscarán maximizar sus beneficios, sin importar los costos sociales. El Estado debe establecer las reglas para que esa búsqueda de beneficios no perjudique, sino que en lo posible favorezca, el interés general. Salvo que los empresarios violen esas reglas, o que sean ellos mismos quienes las establecen, es absurdo (siempre y cuando uno asuma que se trata de un sistema capitalista, y no de otra cosa) responsabilizarlos por la situación económica. Parece una forma de lavarse las manos.

martes, 9 de noviembre de 2010

Animales

El otro día me encontré de casualidad con Luis, un amigo de la secundaria, vegetariano, que no veía hace años. Nos pusimos a hablar y, en una de esas, terminamos discutiendo de política. El diálogo se dio más o menos así:

Yo:-¿Qué te parece el gobierno?
Luis:-Tengo una muy mala opinión.
-¿Por? ¿Te gusta Clarín?
-No, no me parece un buen diario.
-¿Macri?
-No me gusta.
-¿Entonces?
-Ni el gobierno, ni Clarín, ni Macri están haciendo nada para frenar la mayor atrocidad de la historia de este país.
-¿De qué hablás?
-Del sufrimiento del que son víctimas los animales debido a la industria de los alimentos.
-¿Qué?
-Eso. Hoy en día, en la Argentina, se crían animales en condiciones horrendas. Estos animales, como los pollos y los cerdos, son víctimas de un sufrimiento constante hasta que finalmente son matados de manera igualmente horrenda, aunque al menos eso termina con el dolor.
-¿Qué tiene que ver esto con el gobierno?
-El gobierno no hace nada para detener esto, directamente ni le preocupa.
-Pero eso no le preocupa a casi nadie. Puede estar mal, pero no es un tema políticamente relevante en la Argentina de hoy.
-Por eso ningún sector político me gusta, ni los medios de comunicación que no hablan del tema.
-Bueno, pero siendo que por ahora ese tema, lamentablemente, no tiene relevancia, alguna opinión debés tener de la discusión política actual.
-Sí, pero me parece irrelevante. Es como si durante la alemania nazi el gran debate fuese sobre si se le aumenta un diez o un treinta por ciento a los jubilados, y nadie dice nada sobre el exterminio de los judíos.
-No es lo mismo. En un caso se trata de seres humanos, y en el otro de animales.
-Hasta donde yo sé, los animales pueden sufrir tanto como los seres humanos. A un pollo no le duele menos la tortura que a una persona. Y si está mal producir sufrimiento en una persona, no veo por qué no es tan grave que sufra un pollo.
-Puede ser, pero es un poco la ley de la naturaleza. Los animales se matan unos a otros. Yo no creo que una cebra no sufra cuando un león le salta encima y la despedaza con los dientes. Hay cosas que son así .
-Si nos vamos a dejar guiar por cómo son las cosas en la naturaleza, tampoco hay razón para que busquemos la igualdad de los seres humanos. Para el caso, que el que tiene más poder se imponga por sobre los demás con cualquier medio disponible y ya. Pero si de verdad nos interesa la justicia y la igualdad, que no son ideas naturales, no podemos utilizar a la naturaleza como modelo.
-Bueno. Creo que nos estamos yendo de tema. Puede ser que tengas razón. Habría que buscar la forma de que los animales no sufran tanto. Ojalá que podamos llegar a eso. Pero mientras tanto hay otros problemas que son muy importantes, y en los que está en juego el futuro del país. Y no me vas a decir que el sufrimiento animal es motivo para que las demás cosas no nos importen.
-Yo no digo que no me importen, lo que digo es que son cosas secundarias. Podemos hablar de cómo hacer que más gente sea feliz, que más gente sufra menos, y cosas así. Pero me parece hipócrita estar hablando de eso como si fuese un tema de igualdad y justicia, cuando no nos importa que millones de animales sufran horriblemente todos los días para satisfacer nuestras costumbres alimenticias. Como te dije antes: es como si los nazis mostrasen su sensibilidad social con un seguro de desempleo, mientras utilizan a los judíos como esclavos.
-¿Entonces qué? ¿Nada importa ni tiene sentido mientras los animales sufran?
-Algo así. Mientras en este país se permita someter sistemáticamente a los animales a condiciones de crueldad, ninguna idea de justicia, igualdad o solidaridad puede ser otra cosa que un ejercicio de hipocresía.
-Pero entonces todo es lo mismo: el gobierno, Clarín, Macri, Cobos.
-Respecto de lo más importante, sí, son todos lo mismo. A nadie le importa terminar con la mayor crueldad que tiene lugar en nuestro país.
-¿Y entonces qué? ¿No hay nada que hacer? ¿La política no tiene sentido?
-Hay cosas que hacer. Yo no como carne de animales que hayan sufrido, como sabes. Además te digo esto a vos, y tal vez eso ayude a que tomes conciencia del tema. Si tenemos suerte, puede ser que algún día el tema pase a ser relevante.
-¿Y mientras tanto qué?
-Nada. Yo por mi parte no voy a meterme en la política para discutir cosas intrascendentes, mientras a nadie le importa lo esencial.
-¿Pero no pensás que ciertos proyectos políticos van más en la dirección de lo que vos proponés que otros?
-No. A los Kirchner les preocupa demasiado que todos tengan acceso a alimentos baratos, lo cual favorece la industrialización de los alimentos. Y dudo que Macri esté dispuesto a regular la producción de alimentos. A su manera, cada uno tiende a fortalecer esta atrocidad.
-Bueno. Es bastante triste que pienses así. Parece que no hay salida ni esperanza.
-Lo triste es que los animales sufran tanto. Y los que no tienen salida ni esperanza son ellos. Yo, al menos, haré lo que pueda para ayudarlos.

Luego, la conversación derivó a otros temas.

domingo, 7 de noviembre de 2010

El estilo de Nestor, un reflejo de sí mismo

En un elocuente artículo, José Natanson escribe:

Consciente de que la crisis del 2001 era una bisagra entre dos períodos históricos, Kirchner supo interpretar mejor que nadie los vientos de la época. Los opositores que ignoran este hecho suelen centrar su enojo en la personalidad del ex presidente, en su estilo: el conflicto social y político no sería el resultado de las tensiones estructurales de la sociedad ni de los intereses y las ideologías de los actores en disputa, sino un efecto del ánimo confrontativo de Kirchner.

Natanson, hasta donde yo sé, no es un marxista ortodoxo, y no piensa que la política sea un reflejo de estructuras independientes de aquélla. Eso, sin embargo, es lo que parecería indicar la idea de que el "estilo" de Nestor Kirchner es el resultado de "tensiones estructurales de la sociedad". Precavido, Natanson agrega "ni de los intereses y las ideologías de los actores en disputa". Es decir que, además de tensiones estructurales, hay intereses e ideologías. Pero entonces, la personalidad confrontativa de Nestor Kirchner, ¿no es una más de las "ideologías de los actores en disputa"? Quiero decir, la idea de que la política se hace confrontando, ¿no forma parte de una ideología? Que los opositores hablen de "personalidad" en vez de "ideología" no representa una diferencia sustancial; el punto es que el estilo de Nestor no era el mero resultado de otra cosa más fundamental, sino que por sí mismo generaba (y sigue generando) efectos que algunos encuentran deseables y otros no.

Entonces, o bien el estilo de Nestor Kirchner no forma parte de las ideologías de los actores en disputa, con lo cual quitamos a la política autonomía respecto de las estructuras sociales, o hay un argumento circular según el cual dicho estilo es un reflejo de las ideologías de los actores, siendo él mismo una de ellas. O sea, el estilo de Nestor Kirchner es en parte un reflejo de sí mismo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Paul Krugman llama a confrontar

La columna de Paul Krugman de hoy es un festín para los kirchneristas (lo cual no es extraño, siendo que veo links a su blogs en algunos blogs kirchneristas). Krugman explica la derrota de Obama a partir de su falta de audacia: demasiado diálogo, demasiada búsqueda de acuerdo, y poca disposición a confrontar con los rivales y a echarle la culpa a los verdaderos responsables de la crisis. Pareciese confirmar la idea que es imposible emprender reformas progresistas profundas sin intensificar los antagonismos.

Lo que me parece interesante de la columna de Krugman es que muestra los límites de una política reformista que se base en el puro consenso y evite la confrontación. En ese sentido, le daría la razón al gobierno por sobre algunos intelectuales críticos. Pero, por otro lado, la política norteamericana es más descentralizada, más institucionalizada, menos facciosa y menos propensa a los cambios abruptos que la política argentina. Pedir confrontación en Estados Unidos es algo muy diferente a pedir confrontación en Argentina.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

¿Pensamos o hacemos política?

Sí, ya sé: la autonomía del Estado frente a los intereses particulares, la organización y movilización de los sectores populares, la capacidad transformadora de la acción política. Tiene razón Sebastián en que son condiciones necesarias para una política progresista. ¿Pero ahí se terminó el problema? Si es así, Mussolini y Hitler califican perfectamente como progresistas. También Stalin y Fidel Castro. Yo prefiero no frenarme ahí y seguir pensando. ¿Acaso la alrnativa es neoliberalismo o Estado? ¿No hay que pensar en una articulación entre mercado y Estado que estableza reglas sustentables en el largo plazo? ¿No hay que pensar una ley de medios que vaya más allá de confrontación coyuntural con un grupo mediático?

Pero no. La política no se hace pensando. Etchemendy y Laclau lo saben bien. La política se hace con pocas consignas y mucha confrontación. Así que voy a hacer un poco de política: ¡terminemos con el autoristarismo y la corrupción de los Kirchner! ¡Por una Argentina donde reine el pluralismo y la honestidad!

martes, 2 de noviembre de 2010

Agradecer a los jóvenes

Marcos sostiene que las palabras de Cristina sugieren una tendencia a reforzar el personalismo de su gestión y a acercarse a los sectores más radicalizados ("la juventud"). Roberto, por otro lado, piensa que el discurso fue una sentida expresión de sentimientos personales, y que Cristina eligió acertadamente enfatizar la celebración juvenil como parte de su ingreso a la política.

Yo no considero que ambas posturas sean necesariamente excluyentes, pero creo que Roberto es demasiado optimista respecto de la posibilidad de separar la expresión de sentimienos personales de los cálculos estratégicos que ellos (auténticos o no) conllevan, tratándose de una jefa de Estado. Si Cristina eligió agradecer a los jóvenes, y a nadie más en particular, es porque cree que ellos son la mejor expresión de las virtudes políticas que su gobierno debería honrar. No creo, entonces, que se trate sencillamente de una celebración del ingreso de los jóvenes a la política, tanto como una celebración del ingreso de los jóvenes al kirchnerismo y de su movilización en defensa de su proyecto político. Más aún, puesto que el gobierno se presenta a sí mismo como el único proyecto auténticamente político, en oposición a la tecnocracia y a la subordinación a intereses particulares, hay razones para pensar que ingreso a la política e ingreso al kirchnerismo serían considerados como equivalentes.

Ya es innecesario señalar que este gobierno no se piensa como representante de algo más que su proyecto político particular. La presidenta no agradeció las muestras de respeto de los opositores al gobierno, en línea con los intelectuales que sostienen que la muerte de Néstor es propiedad de quienes apoyan a este gobierno y no del país en su conjunto. Tal como ha ocurrido con la causa de los derechos humanos, se ha elegido hacer del episodio una oportunidad para acentuar diferencias y descalificar a periodistas y opositores, antes que para reconocer la mutua pertenencia por sobre las diferencias.

Como señala Marcos, y como se ha visto en los últimos días en los medios y blogs oficialistas, los apoyos más "ideológicos" al gobierno (es decir, aquellos que lo apoyan por estar de acuerdo con su causa más que por cualquier beneficio particular) son los más confrontativos y los menos dispuestos a otorgar legitimidad a los adversarios políticos. Si estos son los sectores que vendrán a "llenar el vacío" dejado por la muerte de Néstor, es de esperar que la estrategia de confrontación y descalificación no solo se acentúe, sino que se vuelva irreversible. Es probable que este sea uno de los principales objetivos del gobierno.

viernes, 29 de octubre de 2010

Legados

Kirchner deja un legado de cosas buenas y malas. Lo bueno, en mi opinión: poner de manifiesto las potencialidades de la acción política, que ningún poder está de antemano por sobre ella, que en la política se ponen en juego valores (igualdad y justicia, tal vez los más prominentes de su gestión) y no solo cálculos y mecanismos. Lo malo, en mi opinión: el desprecio por ciertos valores (la estabilidad, la honestidad), la descalificación permanente de las voces críticas, el no afianzar prácticas e instituciones que vayan más allá de la propia gestión.

Fui muy crítico de Néstor y soy muy crítico de Cristina. No voy a dejar de serlo. Pero como a otros críticos (como a todos los que considero críticos en serio, y no meramente opositores), esta muerte me golpeó. Pasa cuando alguien se muere (no sé por qué): uno se acuerda de lo bueno, más que de lo malo.

No me gusta pensar en términos de mitos, y comparto con Vicente Palermo la preocupación de que la inevitable mitificación de Néstor impida evaluar seriamente sus legados. Yo voy a aprovechar su muerte para recordar las cosas que, a mi juicio, le aportó a la sociedad argentina, esperando que no se me olviden cuando pase este momento de dolor y las cosas vuelvan a la normalidad. Voy a desear que esas cosas buenas no queden detrás de las que, a mi juicio, le vienen haciendo daño a la sociedad.

Hay algo de común, comunitario, en la muerte. Kirchner se murió, como todos vamos a morir. Y el que se murió fue presidente de todos, así que la experiencia es más común todavía. No perdamos tiempo enojándonos con los que pensamos que lloran falsamente, o con los que no merecen llorar. La política nos exige marcar distinciones todo el tiempo, todos los días. Hoy se murió Kirchner, y tenemos la posibilidad de experimentar una tristeza común; aunque haya algunos que no estén tristes, o que estén contentos. ¿Cuál es el problema? Nuestra tristeza es nuestra igual. Como se dijo en otro blog, no perdamos la oportunidad de dejarnos abrazar.

jueves, 28 de octubre de 2010

Contrastes

Dos posturas frente a lo ocurrido. Las dos provenientes de personas críticas del gobierno. Elijan la que más les gusta. Yo ya elegí.

Los médicos de la Unidad Presidencial tuvieron clara noción de ello y pusieron todo su empeño para hacerle comprender al paciente su delicada condición. Lamentablemente, fueron desoídos. La personalidad de Kirchner no ayudó y las actitudes de una parte de su entorno político tampoco. Esa idea de que "aquí no ha pasado nada" terminó siendo letal. Néstor Kirchner sufría de hipertensión desde hacía muchos años. Tenía altos niveles de colesterol y una personalidad de tipo A que lo hacía muy vulnerable al estrés. Entre otras cosas el estrés produce la liberación de adrenalina, que, a su vez, aumenta la presión arterial y la frecuencia cardíaca, y puede producir cuadros de arritmias que derivan en paros cardíacos muchas veces irreversibles
Nelson Castro

La medicina explica con todas sus sabias precisiones que Kirchner debió "cuidarse", que su cuerpo ya no podía soportar los esfuerzos de una batalla concentrada y múltiple. Pero una decisión, que no llamaría sólo psicológica sino también un ejercicio de la libertad, fue que Kirchner eligió no administrarse ni tratar su cuerpo como si fuera un capital cuya renta había que invertir con cuidado. Gastaba. Vivió como un iracundo. Ese era justamente el estilo que se le ha criticado. Tenía un temperamento, y los temperamentos no cambian. 
Beatriz Sarlo

miércoles, 27 de octubre de 2010

Aves girando en círculo

Quienes somos críticos del gobierno, lo primero que debemos tener presente en este momento es que hay mucha gente que siente afecto por Néstor Kirchner y que, más allá del análisis y las discusiones políticas, está comprensiblemente dolida por su muerte. Por lo tanto, me parece inapropiado salir con análisis críticos al gobierno a partir de esta situación. Lo que más me sorprende no es la falta de sensibilidad, sino la facilidad para asumir el papel por el cual el gobierno y sus aliados los crítican. Como bien señala otro crítico del gobierno, parecen aves girando en círculo.

martes, 26 de octubre de 2010

La muerte de Ferreyra, culpa de la oposición

Me dejó bastante sorprendido este comentario aparecido en Artepolítica, un blog en el que por lo general hay comentarios afines al gobierno desde posiciones críticas. En dicho comentario se dicen cosas como éstas:

Existen importantes sectores políticos en nuestro país, especialmente vinculados a la derecha, que entienden la política desde el lenguaje de la muerte

Elisa Carrió, Morales Solá formaban el coro que pedía a gritos un muerto. El muerto vale para ellos, en la medida que frustre un proyecto político. Su modo de entender la vida es claro. El militante que cobra entidad para ellos es el militante muerto. Allí asume un nombre quien antes fuera anónimo. La izquierda también se exalta con sus muertos porque es el único modo que encuentran de conseguir protagonismo.

El asesinato de Mariano Ferreyra surge de sectores sindicales contrarios al gobierno y se articula perfectamente con las acciones de una oposición que necesita imperiosamente que este modelo llegue a su fin para beneficiarse económicamente con la crisis y el ajuste.

Es una manera de ponerle límites al kirchnerismo. Insisto, es urgente pensar de qué modo debemos combatir y trazar estrategias frente a un contrincante de estas características sin compartir sus métodos.


La autora en ningún momento explica en qué se basa para sostener que el asesinato de Mariano Ferreyra fue perpetrado por sindicatos contrarios al gobierno. Esa explicación es indispensable, considerando que se trata de un sindicato que forma parte de la CGT, abiertamente aliada al gobierno. Asumir así nomás que en realidad es un sindicato contrario al gobierno es difícil de comprender como otra cosa que un acto de fe. Si, encima, se culpabiliza a los opositores al gobierno por inducir a este asesinato, porque se asume sin mayores explicaciones que pregonan una política de la muerte, estamos ante una brutal destrucción de la realidad. Sin ningún argumento, se asume que un asesinato que provino de un sindicato que forma parte de la CGT, aliada al gobierno, es en realidad responsabilidad de la oposición.

Sin duda hay muchos fascistas dando vuelta. Cuando el fascismo se empieza a introducir en lugares donde suele predominar la reflexión, hay motivos para preocuparse.

viernes, 22 de octubre de 2010

Militancia contra propaganda

El asesinato de Ferreyra va poniendo en evidencia distintas posiciones al interior del kirchnerismo. Pude ver posiciones claramente diferenciadas. Por un lado, en este blog, desde el progresismo, se pide que el kirchnerismo dé cuenta de lo ocurrido y se repiense a partir de lo ocurrido. Por el otro, en 678, se defiende a rajatabla al gobierno y a Moyano, se pone el énfasis en el manejo mediático del hecho, en Duhalde, y en "algunos sindicalistas" malvados. Militancia política contra propaganda política.

PD: Moyano es una pobre víctima a la que se la descalifica por ser morochito y gordito. Eso es lo que hay que resaltar al día siguiente de que una patota proveniente de un sindicato de la CGT asesina a un militante político.

jueves, 21 de octubre de 2010

Twitter y a otra cosa

Ayer en el twitter de Cristina aparecieron unas palabras sobre el asesinato de Mariano Ferreyra. Entré hoy para ver si había más comentarios que aclarasen la posición oficial sobre el tema, y me encuentro con esto:

# Han adquirido otros saberes. Diferentes pero propios. Otro país

# CFK, Que nadie les haga creer que son menos que los demás. Han sobrevivido en una sociedad que nunca les había dado una oportunidad

# María Rajoy, 22 años, jefa de hogar, Presidente Perón. “Tuve que salir a trabajar y no pude terminar el secundario, ahora lo voy a hacer”

# “Llegué hasta 2do grado. No sé leer muy bien pero entiendo los planos”. Otros saberes. “Voy a terminar el primario y a lo mejor voy por más”

# Héctor Hernando de Avellaneda, 41 años, dos hijos, albañil

# Trabajo y educación, construcción de ciudadanía al palo. Un escalón más.

# Primeros 15000 cooperativistas y familiares (d un total de 150000 cooperativistas) que no tenían primario o secundario y empiezan a estudiar

# Hoy por la tarde en Parque Norte. Un momento mágico: lanzamiento del Plan Argentina Trabaja, enseña y aprende


¿Estos son los beneficios de la comunicación sin mediaciones que propone el gobierno?

La cuestión sindical

Es bastante sabido que el populismo suele combinar lo nuevo con lo viejo, lo reformista con lo conservador. Quienes defienden esta estrategia sostienen que solo haciendo ciertas consesiones a lo viejo y a lo conservador, es posible juntar la fuerza suficiente para llevar adelante transformaciones radicales. Si para doblegar a la SRA y a los grandes medios es necesario avalar prácticas sindicales absolutamente reaccionarias, es un costo que hay que saber afrontar.

Antes de que se conozcan los pormenores del caso, creo que el asesinato de ayer debe abrir una reflexión entre el progresismo sobre los costos y beneficios de la estrategia coalicional del gobierno. Si avalar las prácticas sindicales de la CGT le dan al gobierno la fuerza suficiente para avanzar en una agenda que, en opinión de muchos, beneficia a las grandes mayorías, habrá que preguntarse si los costos que esas prácticas generan no pueden llegar a ser más altos de lo que se pensaba. En cualquier caso, será necesario recordar que en la Argentina hay una cuestión sindical no resuelta y que, hasta el momento, no parece en vías de resolverse.

martes, 19 de octubre de 2010

Nacionalizar los medios

Hagamos de cuenta que las palabras importan, que Cristina piensa con cuidado en lo que dice y que asume que sus palabras serán tenidas en cuenta. Hay quienes no estarán de acuerdo, porque piensan que lo que importa en política son otras cosas, y que las palabras no son más que parte de una estrategia en función de eso otro que sí importa. Yo, en cambio, creo que las palabras sí importan por lo que ellas dicen, y que conviene tomárselas en serio.

Cristina dijo (cito de Página/12): "sería importante nacionalizar, no estatizar, los medios de comunicación para que adquieran conciencia nacional y defiendan los intereses del país, no los del Gobierno". Cristina no dijo "sería importante que los medios de comunicación tengan conciencia nacional", dijo "es importante nacionalizar". ¿Quién llevaría acabo esta acción? Cristina aclaró que nacionalizar no implica estatizar. O sea, Cristina no está llamando a que los medios de comunicación pasen a manos del Estado, sino que está llamando a que alguien provoque que los medios defiendan el interés nacional. No se sabe muy bien quién sería el actor adecuado para esta tarea, pero si la convocatoria tiene algún sentido, es decir, si alguien se la toma seriamente y no como una consigna vacía, queda claro que sería deseable que alguien lo haga. Es decir, sería deseable que alguien provoque que los medios de comunicación defiendan el interés nacional.

¿Qué significaría que los medios "adquieran conciencia nacional y defiendan los intereses del país"? ¿En qué consistiría esta "conciencia nacional"? ¿Cómo defiende un medio los intereses de un país? Podría interpretarse que se defiende mejor el interés de un país ofreciendo información, análisis y opinión de mejor calidad, aunque en ese caso es extraño pedir "conciencia nacional" en lugar de "seriedad profesional". Es como pedirle a un zapatero que produzca mejores zapatos apelando a su "conciencia nacional"; la relación entre ambas cosas no es inexistente, pero no es tampoco inmediata. Más plausible parece entonces interpretar que por "conciencia nacional" se entiende una forma específica de producir información, análisis y opinión que defiende el interés nacional. Esto no tiene que ver con criterios de calidad o de seriedad profesional, sino más bien con consideraciones políticas: el producto debe estar hecho de tal forma que sea beneficioso para el país en su conjunto (como si el zapatero produjese zapatos azules y blancos, para afianzar el amor a la bandera).

Se sigue indefectiblemente de esto la siguiente pregunta: ¿cómo se defienden los intereses del país en su conjunto? ¿Existe tal cosa cómo los intereses del país en su conjunto? De ser así, ¿quién puede determinarlos? Si es la voluntad mayoritaria de la ciudadanía (o, en su difecto, la primera minoría), la conclusión es indefectible: el gobierno, como representante de esa voluntad, debe determinar cómo los medios producen información, análisis y opinión. Si hay algún sector particular que conoce el interés nacional mejor que el resto, este sector debería tomar esa determinación. Si el interés nacional no existe objetivamente sino que surje de las luchas políticas e ideológicas, habrá que decidir si subordinamos la producción de información al ganador de dichas luchas (en cuyo caso volvemos a la primera opción), o buscamos medios de comunicación lo suficientemente plurales y autónomos como para expresar la multiplicidad de concepciones del interés nacional que entran en juego en dichas luchas. Pero si este es el caso, no tiene sentido pedir "conciencia nacional" y "defensa de los intereses del país", ya que cada uno tendrá su propia interpretación de lo que eso significa.

Todo esto se sigue, creo, de tomar al pie de la letra las palabras de Cristina. ¿Es eso demasiado inconcebible?

viernes, 15 de octubre de 2010

Redistribuir... ¿no importa nada más?

Gargarella dice:

El dinero para el aumento de las jubilaciones está: el país es hoy mucho más desigual que hace 40 años. El dinero está ahí arriba, y lo que hay que hacer es volver a redistribuir ese dinero que hoy se permite que quede en manos de los más ricos. Lo que el gobierno debió hacer, en lugar de vetar la ley del 82%, era asegurarle un -absolutamente posible- financimiento progresista. No se trata de desfinanciar al Estado, sino de hacerle pagar más a los que más tienen.

El argumento es cierto. Digamos que hasta que no vivamos en una economía socialista, siempre va a haber posibilidades de medidas redistributibas. Hasta que todos tengan exactamente el mismo ingreso, siempre podrá decirse que es posible achicar la desigualdad quitándole a los que más tienen y dándole a los que menos tienen. Lo que me sorprende es que Gargarella, que es tan afín al pensamiento de John Rawls, dé por descontado que toda redistribución en en sí misma positiva, aún para sus supuestos beneficiarios.

Una política redistributiba no puede ser pensada al margen del sistema económico en el cual tiene lugar. En un cierto contexto, por ejemplo, aumentar los impuestos a los ricos puede generar consecuencias económicas negativas, si eso deriva en menor inversión o en el cierre de empresas. Si eso ocurre, es posible que los sectores más débiles se vean perjudicados. La desigualdad general habrá de disminuir, pero a costa de que todos (aún los más pobres) vean empeorada su situación. Un lector de Rawls debería tener esto en cuenta: disminuir la desigualdad no debe ser un objetivo por encima del bienestar de los más pobres. Por lo tanto, toda medida "progresista" debe tener en cuenta los efectos económicos generales, y no sus efectos redistributibos inmediatos.

Por supuesto, podría argumentarse que éste no es el caso, y que en la actualidad es posible una medida redistributiba como la del 82% para los júbilados, sin generar perjuicios económicos que afecten negativamente a los sectores más débiles. Pero Gargarella no aporta ningún argumento en ese sentido, asumiendo (parece) que toda medida redistributiba es de por sí beneficiosa para los más pobres y, por lo tanto, progresista.

Lo mismo que suelo criticarle a los kirchneristas: una política no puede ser considerada por fuera del contexto concreto en el que tiene lugar; una misma medida puede ser progresista o reaccionaria dependiendo de la situación en la que tiene lugar.

jueves, 14 de octubre de 2010

Dos formas de defender al gobierno

Hace un tiempo vengo identificando dos grupos diferenciados entre quienes apoyan al gobierno. Ambos grupos se diferencian por el tipo de argumento en el cual se sustenta el apoyo. El primer grupo es se apoya más en argumentos sociales y económicos, es decir, aquéllos que tienen que ver con políticas sociales. Este grupo piensa que lo que hace a este gobierno mejor que cualquier alternativa, es el hecho de que impliementa políticas progresistas claramente beneficiosas para los sectores económicamente más débiles. El segundo grupo se apoya más en argumentos ideológicos y culturales. Este grupo sostiene que la principal virtud del kirchnerismo ha sido transformar el imaginario social y dar una batalla cultural contra la hegemonía ideológica de ciertos grupos de poder.

El primer grupo (ejemplo acá) suele enfocarse en medidas como la Asignación Universal por Hijo, el aumento a los jubilados, las negociaciones salariales, etc. El segundo (por ejemplo, acá y acá), en los juicios por los crímenes de lesa humanidad, en la confrontación con los grandes medios de comunicación, y en los discursos de Néstor y Cristina. Esta distinción, claro está, no es absoluta; ambos grupos tienden a adherir a ambos argumentos. Pero creo ver una diferencia de énfasis lo suficientemente significativa como para establecer la distinción.

El primer grupo tiende a ser más analítico y concreto en sus argumentos. Suele ser más afín a los datos, al realismo político, y al conocimiento histórico y comparativo de la política. Ello lo hace algo más pacible de entrar en diálogo con quienes se definenen como opositores al gobierno, ya que sus afirmaciones tienen un cierto sustento lógico y empírico que puede ser comprendido por quienes piensan diferente.

El segundo grupo tiende a ser más emocional y retórico. Sus afirmaciones suelen estar basadas en consideraciones intelectuales o principios morales que, precisamente por ser tales, difícilmente se derivan de verdades fácticas o hechos empíricos. Para este grupo, las políticas concretas son eslavones de una batalla cultural más amplia contra la ideología dominante. Por lo tanto, el debate concreto es menos importante que las grandes definiciones y las certezas morales. Debido a ello, este grupo es poco propenso al diálogo con quienes piensan diferente, puesto que ellos suelen se considerados representantes de una ideología enemiga antes que portadores de argumentos sobre hechos concretos.

La diferenciación de ambos grupos tiende a aumentar el margen de maniobra del gobierno. Las debilidades en un aspecto pueden verse compensadas por la fortaleza en otro. Cuando la política concreta se debilita, se hace hincapié en la batalla cultural; cuando ésta no da réditos, se pone el énfasis en lo concreto. Así se hace más fácil eludir las críticas; aunque ello implique muchas veces no confrontarlas.

martes, 12 de octubre de 2010

A una exageración, otra

Con las cosas que se dicen en este país, tanto en el gobierno como en la oposición, me parece absurdo eso de pedir la renuncia de Boudou. Especialmente si ese pedido viene de la Coalición Cívica, cuyo máximo referente es una de las más fervorosas comparadoras con el nazismo de la política argentina. Si tanto le criticamos al gobierno su confrontatividad y crispación, mejor mostrar algo diferente.

lunes, 11 de octubre de 2010

Boudou y el nazismo

Me entero a través de este artículo (aunque el dato no es difícil de inferir) que la acusación de Boudou a dos periodistas de ser "como los que limpiaban las cámaras de gas durante el nazismo" no solo es tristemente exagerada, sino basada en el desconocimiento histórico, puesto que las cámaras de gas eran limpiadas por los propios judíos. Sí, ya sé, una boludés, como lo de Cristina en Frankfurt. Pero puede ser un síntoma preocupante que los funcionarios del gobierno sean tan sueltos para hablar de lo que no saben. En la política, suele ser importante ser conciente de las propias limitaciones, en especial porque a menudo es necesario saber ocultarlas.

sábado, 9 de octubre de 2010

Laclau

Ernesto Laclau es, sin duda, uno de los pensadores políticos más influyentes a nivel internacional que ha dado la Argentina. Es bastante desconcertante, para quienes estamos familiarizados con su obra, leer sus declaraciones públicas a favor del gobierno y en contra de la oposición. Tanto Emilio de Ipola como Beatriz Sarlo se han referido a ello: hay un Laclau académico, cuyo estilo es sutil y riguroso, difícil por su nivel de abstracción, y un Laclau militante, sencillo y ramplón, que utiliza consignas simples y elementales. El primero es el Laclau de los libros; el segundo, el de las entrevistas mediáticas. Son dos Laclau distintos, irreconciliables, que convergen en una misma persona.

Lo anterior no quita que, entre la obra y las posiciones políticas de Laclau, haya convergencias muy evidentes. Esas convergencias fueron bien tratadas por Beatriz Sarlo, quien fue duramente maltratada por la verborragia militante de Laclau. Lo que de todas maneras queda por explicar, es por qué Laclau se mueve entre estos dos discursos irreconciliables, por qué pasa de uno al otro con tanta simpleza. ¿Es una contradicción? Creo que no lo es.

En realidad, Laclau está asumiendo dos papeles diferentes que, sin embargo, se habilitan uno al otro. Si uno lee los libros de Laclau, y está lo suficientemente entrenado como para entenderlos, se dará cuenta de que, en su opinión, la política no se hace con reflexiones académicas, sino con afirmaciones retóricas. El análisis académico puede servir para planificar una estrategia, para así prevalecer en el conflicto. Para eso sí hace falta refinamiento, sutileza y rigurosidad intelectual. Pero una vez diseñada la estrategia, la política se hace exaltando, estigmatizando y emocionando. Y ahí, claro está, el intelectual no tiene mucho que aportar; es el momento del militante.

Laclau adhiere a una idea del intelectual según la cual el mismo piensa y teoriza en función de un proyecto político. En ese sentido, todo intelectual es, en cierta medida, también un militante. Lo que ocurre es que las tareas del intelectual son diferentes, digamos, a las del militante de base. Pero, como a Laclau le gustan las dos cosas (ser un intelectual orgánico y un militante de base), se mueve entre ambas tareas: por un lado, escribe libros sofisticados sobre cuál es la mejor estrategia para la izquierda, y por el otro, profiere frases de barricada que, según él, constituyen efectivamente la mejor estrategia.

Lo que Laclau dice en los medios no tiene nada que ver con sus escritos académicos. Son frases de barricada, que podrían provenir de cualquier militante de base. Pero tales frases están respaldadas en una teoría según la cual ellas son la esencia de la política. Entonces, siguiendo la lógica argumental de Laclau, es comprensible que, en su opinión, para intervenir políticamente haya que realizar un salto cualitativo entre el intelectual orgánico y el militante de base.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cristina, mala intelectual

Un buen intelectual difícilmente sea un buen líder político. Un buen líder político difícilmente sea un buen intelectual. Tal vez esto indique que Cristina sea una buena líder política. Pero mejor no hacerse pasar por intelectual. Porque decir, acompañada de académicos alemanes en el marco de un convenio vinculado al pensamiento de la Escuela de Frankfurt, que la misma se creó después de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la Guerra Fría, es vergonzoso; mucho más si tan grueso error es seguido por teorizaciones sobre la importancia de la teoría crítica.

lunes, 4 de octubre de 2010

¿Qué será del anti-liberalismo?

Viendo el blog de Cristina, me doy cuenta de cuánto la Argentina se está distanciando de las formas propias de las democracias liberales republicanas. Un buen kirchnerista, claro está, aceptará esto con agrado. Los Kirchner son cada vez más sinceros respecto de su poco aprecio por las normas institucionales. En cualquier caso, si este proceso continúa, me da curiosidad cómo esta nueva modalidad anti-liberal y anti-republicana articulará los problemas políticos que vienen atravesando a occidente desde los inicios de la modernidad. Después de todo, el libertalismo y el republicanismo, si bien no han solucionado nada, son las tradiciones que vienen mostrando mayor capacidad de generar órdenes políticos relativamente estables y sostenibles. ¿Podrá la Argentina, o América Latina en general, inventar algo nuevo?

viernes, 1 de octubre de 2010

Defender a Hebe con arugmentos tramposos

Entre los medios oficialistas, y desde el blog de Aníbal Fernández, se defiende el derecho de Hebe de Bonafini a expresarse, y se equiparan sus dichos con los de Hugo Biolcati y Mariano Grondona durante la crisis del campo.

Defender el derecho de Hebe a expresarse es una falacia que devía el foco de la atención. Nadie está reclamando que se le prohíba a Hebe decir lo que piensa. Lo que se está manifestando es una preocupación por el hecho de que una persona cercana al gobierno, y en una manifestación de apoyo a una pedida impulsada por él, haya insultado a los jueces de la Corte, los haya acusado de corruptos, y haya insinuado la posibilidad de tomar el palacio de justicia por la fuerza. Se manifiesta, además, la preocupación por el hecho de que desde el gobierno se se tome distancia frente a esos dichos. Nada de ello implica una actitud contraria a la libertad de expresión; el intento por desviar la cuestión en esa dirección no hace más que confirmar dichas preocupaciones.

Tampoco violenta la libertad de expresión que alguien haya realizado una denuncia. Decir ciertas cosas es un delito y, en ese sentido, hay ciertos límites legalmente reconocidos a la libertad de expresión. Defender la libertad de expresión de alguien por sobre esos límites legales, no es otra cosa que cuestionar la autoridad de la ley. Pero si se considera que esos límites no fueron violentados, entonces no cabe más que esperar que la justicia desestime tal denuncia. Una denuncia por sí misma no violenta la libertad de expresión de nadie.

La comparación con los dichos de Biolcati y Grondona también es falaz. Biolcati y Grondona no llamaron sugirieron ninguna acción ilegal, ni acusaron a nadie de ningún delito. Sugerir que el gobierno puede terminar su mandato antes de tiempo de ese modo fue ciertamente repudiable desde el punto de vista del respeto a las instituciones, pero no es comparable con los dichos de Hebe.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Hebe es inobjetable

Los sectores duros de la coalición kirchnerista han salido a restarle importancia a los dichos de Hebe. Los funcionarios del gobierno no han tomado distancia. Barone recurre a un argumento frecuente: sea lo que sea que dijo Hebe, los enemigos del gobierno han dicho cosas igualmente malas, pero sin la legitimidad que posee Hebe a partir de su lucha contra la dictadura. La cuestión es que no importa lo que se dice, sino quién lo dice. A los enunciados se los lleva el viento, pero la nobleza espiritual es un poco más duradera.

martes, 28 de septiembre de 2010

¿Justicia al servicio del pueblo?

Dijo Estela de Carlotto en la manifestación frente a Tribunales: "tenemos que luchar contra los Magnetto que nos robaron a los nietos y nos quieren seguir robando. Tenemos que hablarle a los señores de la Justicia, quienes no están en otro planeta, son parte de este pueblo. Que se apuren, que actúen, que pongan en órbita leyes como ésta para poder informar y no desinformar". ¿Justicia lo más neutral e independiente posible o justicia a favor de los intereses populares? Si es lo segundo, propongo que eliminemos la independencia de poderes y subordinemos el poder judicial a las decisiones de los poderes elegidos democráticamente; preferentemente al ejecutivo, que representa a la mayoría o a la primera minoría.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El gobierno contra el Poder Judicial

Retomando el tema de la relación del gobierno con el poder judicial, los últimos comentarios en Twitter de Cristina y Timerman parecen confirmar una escalada de la confrontación con el Poder Judicial. La idea parece ser que la justicia argentina es funcional al Grupo Clarín ("el monopolio", como lo llaman). Particularmente llamativa es la sugerencia en el Twitter de Cristina de que, eventualmente, el gobierno podría recurrir a la justicia internacional. Dudo que el gobierno considere posible llevar a cabo una medida de tal radicalidad, pero su sola mención es significativa por sus implicancias ideológicas.

Este conflicto está dejando ver la progresiva incapacidad del proyecto político de los Kirchner para convivir con el actual esquema de institucionalidad republicana, fundamentalmente basado en la división de poderes y el control mutuo entre ellos. Como señalé en un post anterior, la reforma de la Corte Suprema en su momento no fue más que una decisión coyuntural, que poco tuvo que ver con el proyecto político que terminó encarnando este gobierno. Si hoy en día nada menos que la Presidenta de la Nación habla de una justicia opuesta a la Constitución, se están generando las condiciones ideológicas para legitimar un desacatamiento de dicho poder, sino directamente una intervención.

El problema más serio se dará, si esto se incrementa, cuando el gobierno deba confrontar con la Corte Suprema. En ese caso, me animo a hacer un pronóstico: el gobierno utilizará un argumento similar al que utilizó con las reservas: "nosotros los pusimos, nosotros los podemos sacar". O, para ponerlo en términos más refinados: "nosotros los pusimos para que sean una justicia independiente, pero al final no lo son".

jueves, 23 de septiembre de 2010

Populismo, progresismo e instituciones

El kirchnerismo, como todo buen populismo, no se lleva bien con las instituciones. Con "no se lleva bien", quiero decir que, aunque no las violente o suprima, tampoco tiende a amoldar sus acciones a lo que ellas preveen o estipulan. Entre ajustarse a las leyes, o a las instituciones (que muchas veces es lo mismo), y hacer lo mínimo necesario para no cometer un delito, hay una gran diferencia. Por ejemplo, la ley no dice que un candidato no pueda presentarse a elecciones sabiendo que no asumirá el cargo, pero está claro que la elección como institución fue creada con la idea que así fuera. Hay otros ejemplos: superpoderes, consejo de la magistratura, Indec, Moreno. Ninguna de estas cosas viola estrictamente la ley, pero todas ellas involucran situaciones anormales desde el punto de vista del diseño institucional. Tal vez, más sencillo que esta explicación, sea remitirse a los intelectuales orgánicos del kirchnerismo, especialmente Laclau, quien explícitamente encomia el carácter anti-institucional del populismo.

Algunos pensamos (me incluyo explícitamente) que la generación de un orden institucional estable es esencial para el desarrollo del país. Sin duda, entre los que pensamos eso, hay desde terratenientes que apoyaron a la última dictadura hasta ex-militantes comunistas. Digo esto para prevenir las generalizaciones que esquivan el debate, como si todos los que se preocupan por las instituciones fuesen fanáticos golpistas o pobres lobotomizados por Clarín. Creo que la cuestión institucional es importante y es legítima, más allá de que algunos la defiendan de forma oportunista.

Los intelectuales orgánicos del gobierno sostienen una visión según la cual la política no se hace en las instituciones. Más aún, ella tiende a chocar con las mismas. Las instituciones se basan en la rutina y la previsibilidad, mientras que la política se basa en el cambio y en lo imprevisible. Siendo así, las instituciones son inherentemente conservadoras. Ellas tienden a solidificar las posiciones de poder, y a contener el potencial transformador de los grupos dominados u oprimidos. Más concretamente, en la Argentina, los sectores más institucionalistas han sido los más proclives a apoyar dictaduras e interrupciones institucionales, cuando sus propios intereses se vieron amenazados. Siendo así, los intelectuales kirchneristas deducen que el progresismo no debe dejarse intimidar por discursos republicanos que, en realidad, esconden una preocupación por sostener posiciones de poder. En la política argentina, sostienen ellos, la cuestión institucional es más un discurso conservador que un problema importante para la ciudadanía en general, y para los sectores socialmente más perjudicados en particular.

Una de las consecuencias de este razonamiento es que legitima lo que dice criticar. Si la idea es algo así como "nosotros no nos preocupamos por las instituciones porque, en realidad, nadie se preocupa verdaderamente por ellas", entonces se legitima que en el futuro, un gobierno con un proyecto político diferente utilice el mismo argumento. Y en ese caso, las leyes o instituciones perjudicadas pueden ser aquellas más afines a las ideas políticas que este gobierno dice defender. Desacreditar la importancia de las instituciones puede ser, entonces, un arma de doble filo o, como dice el dicho, "pan para hoy, hambre para mañana".

Otra consecuencia es que, una vez que la preocupación institucional es desacreditada, y lo único que queda es el mínimo apego a la ley, se inicia un proceso cuyas consecuencias pueden ser muy negativas en el mediano y largo plazo. Una vez que las instituciones dejan de ser un valor a sostener y se convierten en una limitación a la cual vale la pena hacer todo lo posible por esquivar, ellas tienden a perder credibilidad, al punto que, eventualmente, ya ni siquiera sea considerado importante respetarlas. La historia de la violencia política en la Argentina tiene mucho que ver con procesos de ese tipo.

Un proyecto progresista no debería perder de vista la importancia de tomarse en serio las instituciones. Ellas son, después de todo, las que sostienen una convivencia pacífica y otorgan a la acción política permanencia y estabilidad. Si los logros del proresismo se consiguen en desmedro de las instituciones, corren el riesgo desvanecerse en el futuro próximo, dejando además un panorama de mayor incertidumbre e inestabilidad que difícilmente beneficie a los sectores socialmente más débiles.

lunes, 20 de septiembre de 2010

A Macri sí, a Kirchner no

A ver si entiendo. Cuando grupos progresistas o de izquierda se movilizan en contra de políticas del gobierno nacional (minería, glaciares, presupuesto universitario), o no importa, o no entienden nada. Cuando los estudiantes porteños se movilizan contra el gobierno de la ciudad, es una saludable muestra de politización. ¿Por qué Aliverti se muestra tan entusiasmado por esto último, y no por lo anterior? ¿Acaso los edificios de la UBA están mucho mejor que los colegios de la Ciudad? ¿O es que ciertas politizaciones son mejores que otras?

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Gobierno vs. Corte Suprema?

Me estuve informando un poco sobre el caso Sosa, que amenaza con dar lugar a la primera gran pelea entre el gobierno y la Corte Suprema. Parece que la Corte ordena al gobierno de Santa Cruz reitegrar a un funcionario que fue despedido violando criterios constitucionales, según la Corte. No voy a referirme a los motivos por los cuales el gobierno nacional se resiste, por ahora, a hacer cumplir el fallo (me parece interesante la hipótesis de Gargarella). Quiero discutir, en cambio, con la visión de Marcelo Alegre, quien sostiene que, más allá de los elementos jurídicos, al gobierno no le conviene políticamente confrontar con la Corte en este caso. Alegre se basa en dos elementos. Primero, al gobierno no le conviene que se exhiban las prácticas anti-republicanas que caracterizan al gobierno de Santa Cruz. Segundo, al confrontar con la Corte, el gobierno dilapidaría el crédito que se ha ganado al contribuir a su conformación, dado el respeto con el que cuenta la Corte actual.

Los réditos o perjuicios políticos de una acción política particular no pueden ser evaluados sin tener en cuenta el proyecto y la estrategia específica de un actor (en este caso, el gobierno). Hace tiempo que el elemento "republicano" no forma parte del proyecto de este gobierno, ni siquiera desde el punto de vista discursivo, y es dudoso que entre los apoyos con los que cuenta, la preocupación por ese elemento sea significativa. Por el contrario, los intelectuales afines al gobierno rara vez enfatizan las virtudes del mismo en el aspecto institucional. Por lo general, ellos se dedican a desacreditar cualquier cuestionamiento en ese sentido argumentando que quienes lo realizan son los mismos que, en otras circunstancias, no se han privado de recurrir a prácticas anti-republicanas. Este argumento, claro está, no refleja ninguna preocupación por las instituciones republicanas, sino que, por el contrario, desacredita la preocupación misma.

El reconocimiento con el que el gobierno cuenta por la respetabilidad de la actual Corte no es, hoy en día, un elemento central de su estrategia política. Dicha Corte se conformó en un contexto sumamente diferente al que reina hoy en día, cuando el gobierno enfrentaba problemas diferentes e imaginaba alianzas con actores distintos. Recuperar cierta credibilidad institucional puede haber sido redituable en un contexto de incertidumbre y debilidad, cuando el descrédito de la política y la movilización de la clase media eran amenazas visibles. Hoy en día, con una oposición desarticulada y una confrontación creciente con los principales medios de comunicación, la credibilidad republicana poco ofrece a un gobierno cuyos objetivos poco tienen que ver con garantizar el normal funcionamiento de las instituciones. Más aún, como pasó con gobiernos anteriores, cada vez más las pretenciones refundacionales tienden a chocar con las limitaciones institucionales.

El gobierno no suele recurrir a argumentos legales para fundamentar sus acciones. Por lo general, suele hacer hincapié en elementos específicamente políticos. Por ejemplo, durante la confrontación con Redrado por el pago de la deuda con reservas del Banco Central, el gobierno puso énfasis en el hecho de que era su mérito haber acumulado las reservas y que, por lo tanto, era su derecho disponer de ellas. Argumento que, claro está, nada tiene que ver con la constitucionalidad o inconstitucionalidad del acto mismo. Algo similar podría ocurrir con la Corte. Ante una decisión muy adversa (por ejemplo, frente a la Ley de Medios), el gobierno podría argumentar que la Corte está actuando bajo presión de los grandes medios. Entonces, ella no estaría actuando con la independencia por la cual el gobierno la constituyó en primer lugar. Siendo así, el mismo gobierno que constituyó a la Corte tendría derecho, según este razonamiento, a resistir sus medidas.

Esto puede darse así o no. En cualquier caso, el hecho es que el discurso del gobierno opera de forma tal que los elementos republicanos tienden a estar subordinados a los elementos políticos. La confrontación con los medios ha cobrado tal envergadura que la misma tiende a desplazar cuestionamientos que, anteriormente, dañaban la imagen del gobierno (muchos de ellos vinculados al problema "institucional": Indec, Moreno, Santa Cruz, etc). Por lo tanto, conviene ser muy realista respecto de las posibilidades de que el gobierno integre la preocupación republicana a su estrategia política. Seguramente, una violación demasiado fehaciente de la ley por parte del gobierno podría dañar su imagen entre sectores progresistas. Pero en la medida en que logre, como hasta ahora, subordinar la débil preocupación institucional de estos sectores a su proclamada necesidad de terminar con la "hegemonía" de los grandes medios, es probable que dicha preocupación lo tenga sin cuidado. Los sectores seriamente preocupados por el funcionamiento institucional ya son, de todos modos, una causa perdida.

martes, 14 de septiembre de 2010

La política y el sentido de las palabras

Estuve releyendo secciones de La razón populista, uno de los últimos libros de Ernesto Laclau, quien es uno de los intelectuales más influyentes en el actual gobierno. Es difícil saber cuánto los Kirchner realmente lo tienen en cuenta, pero no es difícil encontrar en su forma de actuar políticamente muchos puntos de contacto con las concepciones políticas de Laclau. En cualquier caso, me llamó la atención el sigiente fragmento:

Una discusión sobre si una sociedad justa será llevada a cabo por un order fascista o por un orden socialista no precede como una deducción lógica a partir de un concepto de "justicia" compartido por ambas partes, sino de un investimiento radical cuyos pasos discursivos no son conecciones lógico-conceptuales sino atributivo-performativas. Si me refiero a una serie de malestares sociales, a una injusticia extendida, y atribuyo su causa a la "oligarquía", por ejemplo, estoy realizando dos operaciones interrelacionada: por un lado, estoy constituyendo al "pueblo" al encontrar la identidad común de una variedad de reclamos sociales en su oposición común a la oligarquía; por el otro, el enemigo deja de ser puramente circunstancial y adquiere dimensiones globales.

O sea: la política no se basa en operaciones lógico-deductivas, es decir, aquellas tendientes a convencer al otro mediante mecanismos racionales dados de antemano y, en principio, compartidos por todos, sino en operaciones atributivo-performativas, es decir, quellas basadas en aplicar palabras a casos concretos para significarlos. Entonces, por ejemplo, la palabra "oligarquía" no significa nada es sí misma, ni hay posibilidad de ponerse de acuerdo en un significado. Pero a medida que se la utiliza para denominar negativamente los responsables de una serie de malestares sociales, constituimos la identidad de la oligarquía como tal. Así, siguiendo con el ejemplo, yo puedo calificar como oligarcas a los empresarios, a quienes apoyaron a la ultima dictadura militar, y a los políticos corruptos. Todos ellos son responsabilizados por el malestar de diversos grupos: trabajadores con bajos salarios, organismos de derechos humanos, desocupados. Al denominar a todos aquellos grupos "oligarquía", los constituyo como una identidad común y, a su vez, constituyo a quienes se le oponen como "el pueblo", es decir, como otra identidad común.

Si la política es esto (y, en la obra de Laclau, no hay ningún indicio de que la lógica, la deducción y la argumentación tengan ningún lugar en la política), entonces la utilización política de una palabra se basa en la posibilidad de liberarla de restricciones lógicas o argumentativas. En política, el significado de una palabra está dado por su aplicación a casos concretos, y no a significados dados de antemano. Más aún: la política resignifica las palabras a partir de su aplicación a objetos concretos, más allá de la correspondencia lógica entre uno y otro.

Un ejemplo muy evidente y actual. Funcionarios y medios afines al gobierno no dejan de calificar al Grupo Clarín como "monopolio". Como es bastante evidente, el Grupo Clarín no es un monopolio, según el significado común de la palabra monopolio. Sin embargo, al denominar como monopolio a una serie de características que, en principio, no son monopólicas (por ejemplo, poseer varios medios en diferentes ámbitos y concentrar una parte importante del mercado), la propia connotación negativa de la palabra termina reforzando la idea de que el Grupo Clarín se opone al interés general, tal como ocurre con "oligarquía". Según Laclau, en esto consiste la política: en apropiarse de las palabras y resignificarlas según las necesidades de la contienda. De ese modo, los significados se vuelven antes que nada una cuestión estratégica.

El problema con todo esto es que la política, en el mundo moderno, ha mostrado tener más capacidad de destruir el sentido de las palabras de lo que hubiese sido imaginable en épocas anteriores. Y el sentido de las palabras, como nos enseña Hannah Arendt, es parte del mundo común sobre el cual se constituye el espacio público. Sin significados compartidos, no hay nada que nos una, nada que nos permita constituir un espacio público y, por lo tanto, nada que nos permita interactuar políticamente. Esto sucede cuando las palabras dejan de ser medios de comunicación y se conviertes en herramientas para la estigmatización: sin comunicación, claro está, no hay mundo común posible. Como en una guerra, la única comunicación viable se da al interior de los bandos, pero no entre ellos. Sin embargo, aún al interior de cada bando, el hecho de que las palabras cambien su significado de un momento a otro, torna más inestable e inseguro el mundo de significados compartidos que une a las personas y les permite relacionarse unas con otras. Si ayer "monopolio" significaba una cosa, y hoy significa otra, ¿quién me asegura que el sentido de cualquier palabra será el mismo que hoy?

La lucha por el sentido es parte de la política. Pero cuando esa lucha amenaza con destruir el sentido mismo, con ponerlo al servicio de la estrategia política, peligra el mundo común sobre el cual se constituye el espacio público. Entonces, luchemos por el sentido, pero sin por ello dejar de llamar a las cosas por su nombre.

lunes, 13 de septiembre de 2010

¿De quién habla?

Escribe Eduardo Aliverti:

En la materia toma de colegios, por cierto, podría argüirse que sí hay una violentación contra la propiedad pública o el derecho de los demás. ¿Es eso lo que inquieta a los bienpensantes alarmados? No, y no ni por asomo: los enardece que los pibes estén en la calle o movilizados, porque les altera la idea del orden básico que es custodio de sus intereses de clase. O de sus complejos de pequebús patéticos, que no encuentran la manera de que esa sangre juvenil bullente no les devuelva el espejo de su fracaso en la vida; o en su razonamiento sobre la educación.


¿De quién habla Aliverti? ¿Quiénes son estos que tienen ideas del orden básico custodiando sus intereses de clase? ¿Quiénes son estos fracasados resentidos por la movilización estudiantil? ¿Se trata de personas concretas, o de representaciones construidas por Aliverti sobre quienes se oponen a las movilizaciones? ¿La descripción surge de algún elemento de la realidad, de la deducción especulativa, de una mezcla de ambas, o de otro lado?

sábado, 11 de septiembre de 2010

Un tiempo para pensar lo menos posible

Cada vez hay menos margen para pensar en la Argentina. Me refiero a pensar en el sentido fuerte de la palabra, es decir, en el sentido de cuestionar las propias ideas y los propios presupuestos, de entender otros puntos de vista, de estar abiertos a la posibilidad de estar equivocados, de buscar refinar los argumentos. Todos estos elementos están desapareciendo del espacio público, socavados por la creciente necesidad de prevalecer por sobre el contrincante.

Ocurre que, cada vez más, la política argentina se parece a una guerra ideológica o, como suelen decir los intelectuales afines al gobierno, a una "batalla cultural". Algunos de ellos, como Ernesto Laclau, iría tan lejos como para afirmar que la política es precisamente eso. Pero, dejando ese tema de lado, lo cierto es que no hay nada menos útil y más perjudicial en una guerra que pensar. La inteligencia y la reflexividad nunca han sido valores a destacar en un buen soldado. Más aún, un soldado que piensa demasiado es un mal soldado. En una guerra, no hay margen para repensar los motivos de la contienda, la identidad de los participantes, la justicia o injusticia de las propias acciones. Una vez en guerra, lo único que importa es ganar.

Esto no es solo aplicable a las guerras que se llevan a cabo con bombas y ametralladoras. También es el caso de las guerras que se pelean con ideas. Si lo que me interesa es que mi idea prevalezca por sobre otra, no hay nada más contraproducente que reflexionar sobre la misma, buscando refinarla o complejizarla. Todo lo contrario: lo mejor es simplificarla y potenciarla. Después de todo, solo en ciertos círculos bastante reducidos el refinamiento y la sutileza son buenos mecanismos de persuación. En el espacio público, donde cuestiones sumamente complejas son puestas en la consideración de masas de gente sin ninguna especialización en las mismas, la simplificación y la repitición tienden a dar mejores resultados.

El que duda, el que pone matices, el que arroja luz sobre la complejidad, no puede menos que interferir en los objetivos de la batalla ideológica. Refinar las ideas puede ser un objetivo loable para el que piensa, pero es motivo de desprecio para quien está en la lucha. Eso explica, en gran medida, el desdén de los militantes políticos, y de los intelectuales militantes, por quienes "no toman posición". En medio de una guerra, no hay nada más deshonroso que mantenerse al margen mientras los demás pelean. Cuando uno está totalmente entregado a una causa, que otro busque mantenerse neutral ante la misma resulta tanto o más ofensivo que defender la causa opuesta. Cuando la guerra es total, nada parece más abyecto que no participar de la misma.

En la Argentina, cada vez más el clima de guerra cercena la posibilidad de pensar. Los medios públicos contra los medios privados, la CGT contra la UIA, el gobierno contra la SRA, Madres de Plaza de Mayo contra Herrera de Noble. Unos dicen "fascistas", "auritarios", "ladrones"; los otros dicen "neoliberales", "torturadores", "monopolios". Para unos y para otros, nada más inútil que pensar sobre el mejor mecanismo para garantizar la pluralidad y libertad de medios, para articular desarrollo con equidad, para mejorar los mecanismos de recaudación y distribución, para comprender el drama de la última dictadura, y demás. Nada más importante que convencer a la mayor cantidad de gente posible de que uno tiene razón, y los otros no; de que uno defiende intereses nobles, y los otros espurios.

"Hay un tiempo para todo", dice la biblia. Este no parece ser el momento para pensar.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Los que critican al gobierno son machistas

Muchos parecen convencidos (como en este programa de telvisión) de que entre quienes se oponen al gobierno existe una cierta intolerancia ante el hecho de que la Presidenta sea mujer. Cristina misma ha repetido este argumento. ¿Hay alguna evidencia de esto? Yo, hasta ahora, lo he escuchado como una suerte de presupuesto de sentido común. Pero salvo que alguien tenga algún elemento para respaldar esa afirmación, voy a pensar que se trata de un intento de victimizar al gobierno, y de presentar a quienes se le oponen como machistas e intolerantes. Parece una herramienta para evitar al debate, como diciendo: "no es que critican al gobierno por no estar de acuerdo con él, puesto que las críticas en realidad esconden la intolerancia machista de quienes las realizan". Me parece tanto o más vago que quienes critican medidas progresistas, como la asignación universal por hijo, como actos de demagogia.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Desarrollo sin pagar el precio

Aldo Ferrer es muy optimista respecto de la posibilidad de los países de América Latina para emular el camino al desarrollo seguido por los países asiáticos. Yo no soy experto en el tema, pero hasta donde tengo entendido, el desarrollo asiático tiene mucho que ver con el bajo costo de la mano de obra: la gente trabaja mucho por poca plata. En América Latina y en la Argentina, ese no parece ser el camino elegido por los gobiernos de izquierda, los cuales hacen hincapié en la redistribución del ingreso y el aumento de salarios. Me parece un elemento importante que la comparación deja de lado, dando a entender que el desarrollo va de la mano de una sociedad más igualitaria.

Desconfío de estas miradas idílicas del desarrollo. Me suena a lo que Slavoj Zizek denominó "desarrollo sin pagar el precio". O sea: mientras los demás países lograron la industrialización afrontando costos sociales altísimos, nosotros vamos a seguir un camino donde desarrollo y mejora social van de la mano. Me parece bien el optimismo, siempre y cuando reconozcamos las dificultades que atraviesan a ciertos proyectos sociales y económicos, en vez de imaginar caminos que traerán solo felicidad.

Llamado a la desafección política

Leer los comentarios que los lectores dejan al final de cada nota de Perfil.com o LaNacion.com, así como los que están a continuación de cada post en los blogs kirchneristas, me hacen desear que la nuestra fuese una sociedad menos interesada en la política. Si por participación política entendemos proferir insultos y descalificaciones impropios hasta en una cancha de fútbol, me declaro partidario del poco involucramiento de la ciudadanía en la política. Siéntanse libres de insultarme.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Batallas culturales

Una de las características más esenciales del actual gobierno es su vocación de llevar adelante una "batalla cultural". Esta idea ha sido repetidamente celebrada por sus intelectuales orgánicos (Forster, Rinessi, González). Sin embargo, lejos de ser un razgo novedoso de la política argentina desde el retorno de la democracia, se trata de una característica recurrente en los gobiernos que se vienen sucediendo desde 1983. Alfonsín y Menem, antes de Néstor y Cristina, aspiraron a transformar la mentalidad de los argentinos. Ello implico una cierta mirada de la historia, a partir de la cual surgieron sus respectivos diagnósticos sobre lo que había salido mal en el pasado, y consecuentemente, sobre lo que debía ser modificado de cara al futuro.

Alfonsín construyó un relato según el cual la ausencia de valores democráticos y republicanos había derivado en una recurrente violencia política. Era necesario, por lo tanto, convencer a los diferentes actores sobre las virtudes de los mecanismos institucionales, para así evitar nuevos enfretamientos violentos. Menem, por su parte, concibió la idea de que el problema estructural del país tenía que ver con una cultura estatista. La misma había dado lugar a un Estado sobredimensionado e ineficiente, que interfería con los mecanismos más racionales y productivos del libre mercado. Entonces, era necesario reducir el tamaño del Estado y disciplinar a los diferentes sectores sociales para adecuarse a dichos mecanismos.

Para los Kirchner, el problema de la Argentina ha sido la subordinación de la política, y por lo tanto del Estado, a ciertos poderes económicos particulares. De ese modo, el Estado se ha dedicado tradicionalmente a favorecer dichos intereses antes que a velar por el bien común. Es necesario, por lo tanto, recuperar la noción de bien común y disciplinar a los intereses particulares que buscan subordinar al Estado.

Esta batalla cultural no es ni más ni menos política que las anteriores. Tiene otros contenidos y otros horizontes. Hay quienes comparten el diagnóstico y las soluciones propuestas, y quienes no, como los hubo con los proyectos anteriores. Que este gobierno acentúe más este aspecto cultural que los anteriores, que sus intelectuales expliciten permanentemente su vocación de transformar culturalmente al país, no lo hace más "político" que los anteriores. Es equivocado, por lo tanto, el contraste según el cual mientras el gobierno de Menem buscó eliminar la política, los Kirchner intentan potenciarla. En la Argentina, la política, los proyectos refundacionales y las batallas culturales, son mucho menos originales de lo que muchos parecen creer.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Política y muerte

El actual gobierno no es fascista. Algunos de quienes lo apoyan sí lo son o, al menos, comparten con el fascismo una clara aversión por el pluralismo y una visión absoluta y total de la confrontación política.

Las siguientes palabras fueron publicadas el 2 de septiembre en el blog de Orlando Barone:

El ataúd aquel de Herminio Iglesias ha sido abolido por el curso del tiempo. Metafóricamente fue sustituido por nuevos ataúdes donde van siendo enterradas viejas políticas antipopulares y en los cuales se colocarán los nuevos muertos que merecidamente va a ir dejando la Ley de Medios y la nueva etapa de Papel Prensa.

lunes, 30 de agosto de 2010

Anexo al post anterior

Esccribe Eduardo Aliverti:

Si se trata de información pura, los datos de las dos partes son tan enfrentados que, aun cuando el cotejo sea en extremo riguroso, no parece haber garantía de emerger sin dejar duda alguna. Lo solvente de la impresionante pieza oratoria desplegada por la Presidenta, en su alocución del martes pasado, fue contrastable con el testimonio de parte de la familia Graiver que Clarín y La Nación reprodujeron el miércoles. Pero esto fue refutado a su vez con la nota publicada el jueves por Tiempo Argentino, y en la que se reproduce lo que Isidoro Graiver, con pedido de confidencialidad, había confesado el 11 de junio de este mismo año: “Clarín y La Nación nos humillaron, fue un afano”, decía entonces, según se corroboró con la difusión televisiva del audio, quien menos de tres meses después señala exactamente lo contrario. La fortaleza de las pruebas documentales sólo podrá ser discernida por la Justicia. Fechas, procesos judiciales, investigaciones, tiempo transcurrido, redundan en una disección muy difícil aun para el ciudadano común interesado en el tema; siendo que, encima y al contrario de la cotidianidad de lo que ocurrirá con un servidor de red, con alrededor de un millón de usuarios, Papel Prensa no figuraba en la agenda social. Es más: podría apostarse con seguridad a que la mayoría no tiene o tenía mayor idea en torno de este conflicto, ni de en qué consiste esa empresa, excepto por registrarlo como otra escalada en la guerra entre el Gobierno y Clarín. Pero habrá que dejar para dentro de unas líneas qué se interpreta –la mayoría y uno mismo– sobre esa contienda.

sábado, 28 de agosto de 2010

Papel Prensa: la confusión por sobre el debate

Desde el discurso de Cristina sobre Papel Prensa, que encontré sumamente inspirador y estimulante, me propuse seguir el caso. Las palabras fueron tan claras y contundentes, que imaginé que el gobierno tenía un caso sólido. Sabía que los medios afectados tratarían de ponerlo en duda. Pero los medios no pueden inventar noticias y, considerándome un lector relativamente atento, supuse que podría ir siguiendo la trama. No pasaron muchos días, y ya comencé a perder mis esperanzas. Ya hay demasiadas complicaciones: personas que dicen una cosa y antes dijeron otras, diferentes personas que dicen cosas que se cotradicen, personas que hablan de segunda o tercera mano, y que no se entiende muy bien qué relación tienen con la causa. Cada diario menciona fuentes que van en un sentido o en el otro, sin explicar con demasiado detalle quién dice lo que dice. Entonces me puse a pensar: si yo, que estoy interesado en la política, tengo estudios universitarios en el tema, conozco algo de historia, leo frecuentemente los diarios, y me propuse especialmente seguir este tema, tengo tantos problemas para entender quién tiene razón en esta pelea, ¿qué se puede esperar de tanta otra gente? Y si, como estoy asumiendo, nadie puede comprender con claridad lo que está pasando, porque en realidad la causa es más complicada que lo que Cristina quiso dar a entender, ¿qué sentido tiene la pelea misma?

El gobierno ha encarado el tema de Papel Prensa como lo ha hecho con tantos otros: como parte de una batalla cultural. Ello significa que no está buscando avanzar sobre la empresa meramente por vías legales o a través de acuerdos políticos, sino que está tratando de generar consenso en la opinión pública a su favor. En otras palabras, el gobierno quiere que la mayor parte posible de la opinión pública odie a Clarín y La Nación y apoye su ofensiva. Esto queda claro por la forma en la que se presentó el tema, con un discurso de más de una hora por cadena nacional. Luego, Cristina tuvo la sensatez de enviar el tema a la justicia, pero habiendo presentado la causa ante la sociedad como si las conclusiones fuesen evidentes. Así las cosas, en términos de batalla ante la opinión pública, el resultado judicial será lo menos importante: lo importante es que la gente simpatice con un lado o con el otro. La justicia es un terreno de conflicto más, pero evidentemente no es el único ni el principal.

El problema es que, desde mi punto de vista, una batalla cultural librada en términos de una causa judicial sobre un hecho ocurrido hace 34 años difícilmente deje algo positivo. Si el gobierno dice claramente la verdad y Clarín y La Nación mienten, entonces no solo la causa debería resolverse sin ambigüedades a favor del gobierno, sino que la evidencia pública al respecto también debería ser abrumadora. Si las cosas, como parece hasta el momento, no son tan claras, y hay una serie de declaraciones e interpretaciones contrapuestas, agrabadas por el hecho de que el tema estuvo en suspenso durante 34 años, solo expertos en la materia podrán ir desentrañando el caso, mientras que la opinión pública en general no podrá más que elegir entre un bando y el otro según sus preferencias dadas de antemano. Me pregunto, entonces, ¿qué sentido tiene una batalla cultural librada en esos términos? ¿Puede realmente surgir de ella un cambio "cultural"?

Yo creo que una batalla cultural no puede librarse en términos de verdades históricas que requerirían un grupo de investigadores expertos para desentrañar cómo se dieron las cosas. De ser así, lo único que podrá definir la contienda es la autoridad de los expertos: los jueces, en este caso, y los académicos interesados en seguir el caso. Habría entonces que dejar la contienda librada a su rigor profesional, si confiamos en él. Pero más allá de eso, no hay mucho margen para que la ciudadanía tome posición o conozca los hechos, ya que la misma quedará expuesta a innumerables informaciones contrapuestas y evidencias cruzadas. La opinión pública escuchará una y mil veces al gobierno y los medios afines repitiendo consignas y mostrando evidencias de su lado, y otras una y mil veces lo mismo del lado de los medios opositores. Finalmente, la verdad será lo menos importante: quedará mejor parado el que tenga mayor y mejor capacidad de propaganda, mayores recursos para instalar la idea de que la verdad está de su lado.

Lo que se pierde con todo esto es la posibilidad de instalar un debate sustancial sobre la producción de papel para los diarios. Ese debate no pasa por cómo se dio la actual configuración accionaria de Papel Prensa, sino por un principio general pero, a la vez, bastante concreto: la única empresa nacional productora de papel prensa no debería estar en manos de los dos principales diarios del país. Eso, más allá de cuáles sean esos dos diarios, de su historia, posición ideológica, y demás, facilita las prácticas oligopólicas, y pone en riesgo la pluralidad de medios. Y siendo que la pluralidad y diversidad de medios es un bien vinculado a la calidad de la democracia, es necesario que el Estado intervenga para evitar prácticas oligopólicas. No se trata de un argumento demasiado complicado, ni requiere muchos tecnicismos. Por eso, me parece que el gobierno debería hacer hincapié en el proyecto de ley para declarar Papel Prensa como una empresa de interés público, con el fin de modificar su configuración propietaria. Esa sí sería una auténtica batalla cultural, centrada en convencer a la opinión pública de el Estado debe prevenir mecanismos oligopólicos entre los medios de comunicación, en vez de someter a la misma a consignas y evidencias cruzadas sobre el negro pasado de Clarín y La Nación.

La estrategia adoptada, sin embargo, responde a una forma de hacer política que caracteriza al actual gobierno prácticamente desde sus inicios. Al contrario de lo que suele decirse, los Kirchner le huyen constantemente al debate. Los hacen planteando todos los temas en términos de consignas y estigmatizaciones que poco tienen que ver con la sustancia de lo que está en juego. Cuando los ruralistas cortaban rutas, dijeron que tenían peones en negro. Cuando sonaron las cacerolas, dijeron que era por la política de derechos humanos. Cuando Clarín y La Nación los critican, dicen que fueron cómplices de la dictadura. No es que estos elementos no importen, pero, librados a sí mismos, solo conducen a guerras de estigmatizaciones, donde las descalificaciones reemplazan a los argumentos. Y, por supuesto, nada constructivo sale de esto. A lo sumo, un bando prevalece por sobre el otro porque instala la idea de que los otros son personas muy malvadas que merece que se le haga cualquier cosa. Y así el bando victorioso obtiene la capacidad de hacer cualquier cosa. Pero nada se avanza en generar conciencia sobre la calidad de los medios, sobre su pluralidad, la necesidad de evitar oligopolios, y demás. Hoy en día, ese no es el eje del debate. El eje está en los testimonios cruzados que, día a día, nos dejan preguntándonos qué habrá pasado hace 34 años.