domingo, 24 de marzo de 2013

Bancar a González

Buena columna de Wainfeld, que matiza mi comentario anterior. No concuerdo con Wainfeld respecto de la calidad del análisis de González, que para mí consiste más en divagues y anécdotas que en sostener una idea. Pero sí concuerdo en que González, a diferencia de su actitud respecto de Vargas Llosa en la feria del libro, mostró autonomía en cuestionar a Bergoglio más allá de la postura oficial. Tereschuk lo expresó en una breve fórmula: "para conducir está la conducción". O sea: los que apoyan sin conducir se expresan libremente, mientras que los que conducen, conducen.

Más allá mis dudas respecto de la calidad del análisis de González, vale reconocer junto a Wainfeld que es uno de los pocos que se han animado a proponer un debate. En general, lo que primó luego de la elección de Bergoglio fue un rápido alineamiento a favor o en contra. Se perdió así, como de costumbre, la oportunidad de pensar un poco más a fondo las implicancias políticas y culturales del episodio.

sábado, 23 de marzo de 2013

Subordinación intelectual

El episodio de Estela de Carlotto con Bergoglio me recuerda al de Horacio González con Vargas Llosa. En ambos casos, un referente intelectual opina, luego se dan cuenta de que su opinión es contraria a la actitud de Cristina, y en consecuencia se retracta. Cuando los referentes intelectuales del país prefieren la subordinación a la autonomía, es un síntoma de que debate público está empobrecido. Es imposible tomar en serio el punto de vista de alguien cuyo pensamiento depende de la aprobación de alguien más.

sábado, 9 de marzo de 2013

Soberanía popular

Acabo de leer con fascinación un comentario que, con total honestidad, aclara uno de los fundamentos de la ideología kirchnerista. Merece ser tenido en cuenta porque fue publicado en Artepolítica, el blog que, al ser ideológicamente coherente e independiente de las consideraciones estratégicas del gobierno, tiene la virtud de expresar con transparencia y claridad cuáles son las creencias estructurales del ideario kirchnerista (en contraste con las cosas que se dicen día a día para agradar y ganar posiciones). El comentario, sobre la condena a Menem, dice lo siguiente:

Y pienso que es por esto: creo, cada día más, en que una democracia se asienta basalmente en la soberanía popular expresada a través del voto libre mucho más que en las instituciones que regulan su ejercicio. Entre estas instituciones, por poner una, la Justicia. Y creo que lo que realmente cuenta son las políticas públicas que un gobierno lleva adelante, mucho más que si lo hace respetando o no las leyes vigentes. Sí, estoy diciendo que el respeto por las leyes es, en términos históricos y sociales, subalterno.

Más claro imposible: la soberanía popular, o sea el resultado electoral, es más legítimo que las leyes y (como consecuencia obvia) la justicia. Las implicancias de este razonamiento son enormes. En la medida en que el mismo refleje en efecto la forma de pensar del gobierno (hay suficientes indicios de que así es), la Argentina está atravesando en los hechos un cambio de régimen político, de una democracia republicana a una democracia plebiscitaria. Si esa transición avanza, la Argentina estará en vías de dejar de ser un Estado de derecho.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Chávez

América Latina se debate entre tres caminos: sometimiento al poder económico, políticas igualadoras, y desarrollo. Si tuviese que ordenar mis preferencias, sería: 1) Desarrollo; 2) Políticas igualadoras; 3) Sometimiento al poder económico. El orden de 1 y 2 es, en parte, lo que me separa de los populismos. Y sin embargo, algo comparto con ellos: 2 está antes que 3.

Venezuela tiene una economía débil que depende del inestable precio del petróleo. Eso no ha cambiado con Chávez. Lo que sí ha cambiado es la relación entre el Estado, los sectores menos favorecidos y los sectores económicamente poderosos. Chávez condujo esta transformación, cuya condición de posibilidad es el alto precio del petróleo. Lo hizo con ideales nobles pero con un entendimiento limitado de los desafíos del mundo moderno. Si la asistencia social no es acompañada por desarrollo económico, lo que queda a la larga es dependencia del Estado.

Para mí, Chávez fue antes que nada el Presidente que, sentado frente a una cámara de televisión, le dijo al odiado George W. Bush: "You are a donkey, Mr. Terror!". Conmovió con ello la frontera entre lo decible y lo indecible en la política de la región.

viernes, 1 de marzo de 2013

Democratizar la justicia

A pedido de uno de los pocos lectores de este blog, vuelvo a escribir.

La idea de "democratizar" la justicia tiene como objetivo que los jueces estén alineados con el gobierno elegido por el voto de la ciudadanía. El principio de legitimación es que la voluntad popular (reflejada en la mayoría o primera minoría electoral) es la última instancia decisoria en un país democrático. Según el gobierno, los jueces no son profesionales objetivos sino que tienen ideologías e intereses corporativos. Como estas ideologías e intereses van en contra de la voluntad popular, lo cual es contrario a los principios de la democracia, corresponde subsumir al poder judicial al voto y así respetar el orden natural de las cosas (en un país democrático, claro). Tenemos entonces que el poder judicial debe ser democrático, lo cual implica, por razones prácticas, subordinarlo al partido gobernante.

Si este principio prevalece, la Argentina dejará de ser una república (más allá del nombre) y pasará a ser (en términos institucionales) una democracia plena, o sea, una tiranía de la mayoría. Una de las funciones del poder judicial es controlar que la ley se aplique de manera neutral y pareja para todos. Si este poder es controlado por la voluntad de la mayoría, la minoría no tiene garantías institucionales de que este principio sea respetado. Así, por ejemplo, si el gobierno decide expropiar algún bien privado, podrá contar con jueces que interpreten la ley a su favor.

Las implicancias de pasar de una democracia republicana a una no republicana son diversas. Lo que hay que tener en cuenta es que la legitimidad democrática (o sea, la que proviene del voto ciudadano) no es absoluta, sino que depende de su reconocimiento por parte de las minorías. Suele pensarse en Argentina que el resultado electoral es legítimo en sí mismo, porque expresa la decisión libre del pueblo. El problema es que el "pueblo" no es uno, sino que está compuesto por diversos sectores, muchos de los cuales no comparten el resultado electoral. Si estos sectores pierden la convicción de que el sistema democrático los representa, el voto ciudadano carecerá de legitimidad ante ellos.