La política argentina suele manejarse en base a una idea que debería ser revisada. La idea es que si se destina más dinero a un área, este área producirá mejores resultados. Esta idea parecería ser de sentido común, en gran medida porque nuestra vida cotidiana nos expone repetidamente a la situación de querer cosas que no podemos tener por el solo motivo de que nos falta dinero. Pero más allá de los motivos, es evidente que en general los gobiernos pretender demostrar la mejoría de un área en términos de cantidad de inversión: "se destinaron tantos millones de pesos a educación", "se otorgaron tantas miles de becas de investigación", "se construyeron tantos hospitales", etc. La premisa es siempre que más es mejor.
Esta forma de razonar es bastante engañosa. Muchas veces los resultados de un área tienen que ver con su funcionamiento y no con sus recursos. Por ejemplo: si los maestros están mal capacitados, no van a mejorar porque se les aumente el salario; si el presupuesto de salud está mal distribuido para favorecer a ciertas áreas geográficas, un aumento del presupuesto total incidirá marginalmente en las áreas menos favorecidas. El punto es que si no se determinan los objetivos y se diagnostican los problemas, el aumento presupuestario puede servir para poco. Por eso, sería mejor demandar a los gobiernos resultados antes que presupuesto.
Claro que demandar resultados muchas veces es peligroso para quienes demandan más presupuesto: si yo soy un maestro mal calificado, seguramente voy a tener más interés en que aumento el presupuesto sin importar más nada, que en que alguien se ponga a averiguar por qué mis alumnos no salen bien en los exámenes. Por ese lado, el problema no está solo en los políticos sino también en la sociedad civil.
El blog de uno que se considera progre pero que se la pasa criticando los lugares comunes progres. Aunque a veces critica otras cosas.
jueves, 29 de marzo de 2012
jueves, 22 de marzo de 2012
Subsidios
El otro día hablaba con un amigo que investiga el tema de los subsidios. No quiero revelar identidades, pero créanme que sabe de lo que habla. Además, lo que me dijo no es demasiado sorprendente. Dos cosas principales:
1) Cada año, los subsidios son mayores. Lógica pura: los precios generales aumentan, pero los servicios y el transporte no. Ergo: el Estado pone más plata para mantener los precios bajos. Hay entonces una carrera entre la capacidad recaudadora del Estado y el incremento de los subsidios. Lo segundo va más rápido que lo primero, lo cual significa que en los próximos años pasa una de dos, o una combinación de ambas: a) se recortan los subsidios, como ha comenzado a hacerse tibiamente; b) se buscan nuevas fuentes de financiamiento.
2) El sistema de subsidios genera situaciones "perversas". Un claro ejemplo es el de los trenes: el Estado los financia pero no está a cargo de la gestión. Eso significa que quien los gestiona no tiene, más allá de su buena consciencia, ningún incentivo para mejorar el servicio. Desde el punto de vista económico, solo tiene incentivos para reducir costos. Lo "perverso" de esto es que el Estado es de hecho el responsable de mantener el servicio, pero formalmente el responsable es "la empresa". Las consecuencias están a la vista: cuando hay problemas, nadie asume la responsabilidad.
Es común en la historia argentina sostener el crecimiento acumulando distorsiones que, cuanto más se prolongan, más difícil se hace abandonarlas, tanto económica como políticamente. Lucas Llach llama a esto "populismo": crecer hoy a costa de problemas futuros. Los kirchneristas lo piensan de otro modo: los tiempos económicos deben ir de la mano de los tiempos políticos, y no subordinarse a los mismos. El problema es que "políticamente" siempre hay buenas razones para postergar los ajustes económicos, lo que hace que, a menudo, haya que hacer todo de golpe a último momento.
1) Cada año, los subsidios son mayores. Lógica pura: los precios generales aumentan, pero los servicios y el transporte no. Ergo: el Estado pone más plata para mantener los precios bajos. Hay entonces una carrera entre la capacidad recaudadora del Estado y el incremento de los subsidios. Lo segundo va más rápido que lo primero, lo cual significa que en los próximos años pasa una de dos, o una combinación de ambas: a) se recortan los subsidios, como ha comenzado a hacerse tibiamente; b) se buscan nuevas fuentes de financiamiento.
2) El sistema de subsidios genera situaciones "perversas". Un claro ejemplo es el de los trenes: el Estado los financia pero no está a cargo de la gestión. Eso significa que quien los gestiona no tiene, más allá de su buena consciencia, ningún incentivo para mejorar el servicio. Desde el punto de vista económico, solo tiene incentivos para reducir costos. Lo "perverso" de esto es que el Estado es de hecho el responsable de mantener el servicio, pero formalmente el responsable es "la empresa". Las consecuencias están a la vista: cuando hay problemas, nadie asume la responsabilidad.
Es común en la historia argentina sostener el crecimiento acumulando distorsiones que, cuanto más se prolongan, más difícil se hace abandonarlas, tanto económica como políticamente. Lucas Llach llama a esto "populismo": crecer hoy a costa de problemas futuros. Los kirchneristas lo piensan de otro modo: los tiempos económicos deben ir de la mano de los tiempos políticos, y no subordinarse a los mismos. El problema es que "políticamente" siempre hay buenas razones para postergar los ajustes económicos, lo que hace que, a menudo, haya que hacer todo de golpe a último momento.
miércoles, 7 de marzo de 2012
Más información y menos excusas
Voy con una sugerencia breve y concreta. Tiene que ver con una de esas áreas que al kirchnerismo, desde el más dogmático al más reflexivo, lo tiene sin cuidado: la comunicación y la transparencia de la gestión de gobierno.
Si luego de un accidente en el que mueren 51 personas Cristina explica lo difícil que es llevar a cabo reformas en el Estado (para mejorar los trenes, en este caso), ¿no sería preferible para la ciudadanía que, además de enumerar en cada discurso pública una seguidilla de logros, explicase los desafíos y problemas de cara al futuro? La postura actual me parece la del irresponsable: te repito una y mil veces que todo va bien, y cuando estalla algo que está mal te explico por qué no lo mejoré. Es como un mal empleado que, en vez de plantear los problemas de entrada, trata de ocultarlos y luego, cuando ya no puede, pone excusas.
No es un misterio que la gestión estatal es compleja y suele demandar tiempos más extensos que los deseables. Tampoco es un pecado imperdonable aceptar que hay problemas que todavía no se pudieron resolver. Sería saludable para la relación entre la ciudadanía y la política que haya más transparencia en estas cuestiones. Sería mejor que la política triunfalista que repite lo bueno, ignora lo malo y da explicaciones solo cuando las cosas estallan.
Si luego de un accidente en el que mueren 51 personas Cristina explica lo difícil que es llevar a cabo reformas en el Estado (para mejorar los trenes, en este caso), ¿no sería preferible para la ciudadanía que, además de enumerar en cada discurso pública una seguidilla de logros, explicase los desafíos y problemas de cara al futuro? La postura actual me parece la del irresponsable: te repito una y mil veces que todo va bien, y cuando estalla algo que está mal te explico por qué no lo mejoré. Es como un mal empleado que, en vez de plantear los problemas de entrada, trata de ocultarlos y luego, cuando ya no puede, pone excusas.
No es un misterio que la gestión estatal es compleja y suele demandar tiempos más extensos que los deseables. Tampoco es un pecado imperdonable aceptar que hay problemas que todavía no se pudieron resolver. Sería saludable para la relación entre la ciudadanía y la política que haya más transparencia en estas cuestiones. Sería mejor que la política triunfalista que repite lo bueno, ignora lo malo y da explicaciones solo cuando las cosas estallan.
domingo, 4 de marzo de 2012
¿Viento de cola o mérito del gobierno? ¡Sí, por favor!
Leo acá en Artepolítica que "a esta altura hablar de viento de cola es ingenuidad o mala fe". Como suele pasar, reducir ciertas cuestiones a la dicotomía kirchnerismo/anti-kirchnerismo esconde su sustancia, sus complejidades y sus matices. Tanto la afirmación "la Argentina crece debido a circunstancias económicas favorables que no tienen nada que ver con la política del gobierno", como "la Argentina crece debido a las políticas del gobierno más allá de las circunstancias favorables", son inconducentes. Por un lado, es obvio que la Argentina viene atravesando una coyuntura económica estructuralmente favorable hace varios años; coyuntura que no fue creada por los Kirchner. Una clara evidencia de ello es la situación de América Latina en su conjunto, de la situación económica de cada país más allá de sus políticas concretas. Por otro lado, es igualmente obvio que una situación económica favorable puede ser acompañada o perjudicada por decisiones políticas. En un país particularmente imprevisible e inestable como la Argentina, no es evidente que tal situación favorable conduzca automáticamente a un período de crecimiento prolongado.
La metáfora "viento de cola" me parece entonces bastante acertada. Digamos que si uno vuela en avión y hay viento de cola, se avanza más rápido, lo cual no implica que el piloto no tenga que hacer bien su trabajo, que no haya turbulencias, y demás. Desde mi punto de vista, el debate tiene que partir de la base de que este viento de cola existe y centrarse en qué se está haciendo con él, cuánto se lo está aprovechando para generar un crecimiento sustentable, en qué medidas las políticas del gobierno lo potencian o lo socavan, qué transformaciones sociales se están generando, y demás. Los debates son productivos cuando se sustentan en datos de la realidad, y estos datos demuestran tanto que hay viento de cola como que el viento de cola no alcanza para crecer estable y prolongadamente.
La metáfora "viento de cola" me parece entonces bastante acertada. Digamos que si uno vuela en avión y hay viento de cola, se avanza más rápido, lo cual no implica que el piloto no tenga que hacer bien su trabajo, que no haya turbulencias, y demás. Desde mi punto de vista, el debate tiene que partir de la base de que este viento de cola existe y centrarse en qué se está haciendo con él, cuánto se lo está aprovechando para generar un crecimiento sustentable, en qué medidas las políticas del gobierno lo potencian o lo socavan, qué transformaciones sociales se están generando, y demás. Los debates son productivos cuando se sustentan en datos de la realidad, y estos datos demuestran tanto que hay viento de cola como que el viento de cola no alcanza para crecer estable y prolongadamente.
miércoles, 29 de febrero de 2012
Sabiduría popular (anti-kirchnerista)
¿Qué respondería un kirchnerista a esta pieza de sabiduría popular tomada de Facebook?
Cristina Fernandez de Kirchner... sos lo peor que me pasó en la vida! Cerras las importaciones y acá no haces nada... no creas industria!
Cristina Fernandez de Kirchner... sos lo peor que me pasó en la vida! Cerras las importaciones y acá no haces nada... no creas industria!
Sin embargo vos te vestís con ropa importada y yo no puedo tener mi iphone!
CARETA! VESTITE CON ROPA GENERICA HECHA EN ALGUN TALLER DE ARGENTINA!
SE CONSECUENTE CON LO QUE DECIS!
sábado, 25 de febrero de 2012
¿Y ahora?
Como siempre, reacciones diversas por parte del kirchnerismo. Por un lado, los que son capaces de pensamiento independiente (acá y acá), reconocen lo evidente: el gobierno tiene responsabilidad en lo ocurrido, y corresponde que se haga cargo. Por el otro, los que ven en todo una confirmación de que el kirchnerismo es perfecto. Guillermo Levy, por ejemplo, culpa a Menem y a los medios de comunicación y empresarios que apoyaron las privatizaciones por lo que pasó, y afirma sin mayores aclaraciones que solo luego de esta tragedia es el momento de que el gobierno actúe en el tema de los trenes. Mi duda es si la visión de la propia Cristina se acerca más a la primera perspectiva o a la segunda, aunque sospecho que este último es el caso. Pedirle a Cristina que asuma la responsabilidad desde un kirchnerismo crítico es sin duda razonable, pero ignora que dicho reconocimiento implicaría un quiebre con la matriz ideológica del gobierno. Pues asumir que algo no se hizo bien y que el gobierno no estuvo a la altura de las circunstancias implicaría menoscabar la confianza absoluta que el gobierno reclama por parte de la ciudadanía, como condición para desarrollar políticas sin controles ni rendimiento de cuentas. En otras palabras, el problema con asumir falencias es la posible conclusión de que no es bueno que el gobierno tenga poder absoluto para obrar a discreción en cada área del Estado. Por eso, pienso que el gobierno seguirá un curso de acción más afín al kirchnerismo ortodoxo, buscando desligar su responsabilidad y señalando culpables. De ese modo, se intentará instalar la idea de que el accidente no se produjo porque el gobierno no controlase lo suficiente las condiciones del servicio de trenes, sino, por el contrario, porque no tenía poder de control suficiente para evitar que empresarios inescrupulosos lucraran poniendo en riesgo la vida de la gente. La conclusión inevitable será que el gobierno necesita más poder de control, porque solo el control absoluto permite una gestión eficaz. Si esta es, efectivamente, la línea que se adopta desde el gobierno (de lo que ya hubo un indicio al presentarse el Estado como querellante), la pregunta será hasta qué punto la sociedad aceptará un relato que tiende a neutralizar y revertir toda crítica en favor de mayor tolerancia, confianza y crédito para con él.
miércoles, 15 de febrero de 2012
La causa Malvinas
Hace varios días que vengo siguiendo el tema Malvinas, buscando tomar una posición favorable o contraria a la nueva estrategia del gobierno sobre el tema.
Me pongo en el lugar de quienes acuerdan con la estrategia del gobierno. Digamos que el objetivo de obtener la soberanía de Malvinas es una política de Estado que es bueno sostener. Sobre esa base, podemos pensar que la estrategia del gobierno es la mejor posible. Puesto que los británicos se niegan a negociar, la Argentina puede presionar haciendo su relación con las islas lo más difícil y costosa posible. A su vez, la Argentina busca aliados entre los países latinoamericanos, en un contexto de relativa fortaleza, para perjudicar la posición internacional del Reino Unido. A la larga, esto podría llevar a que el Reino Unido revalúe su política de no negociación. Pero aunque no lo haga, la Argentina afirma su posición y sale bien parada. Un elemento importante en este sentido es la afirmación permanente de la voluntad de encarar el tema pacíficamente, para que todo elemento bélico quede del lado británico.
Ahora bien, pensemos un poco más afondo esta cuestión de la "causa Malvinas". Efectivamente se trata de una "causa" antes que de una "política" porque lo que está en juego no es eminentemente un interés, sino una cuestión simbólica. A la Argentina las Malvinas le son casi indiferentes desde un punto de vista material, pero tienen un peso simbólico muy importante. Es decir que lo que está en juego en la causa es más que nada una cuestión de identidad e ideología nacional. Los argentinos consideramos que la islas nos fueron arrebatadas injustamente, y vemos en la reparación de esa injusticia una afirmación de nuestra identidad.
Esto tiene consecuencias muy importantes. Si las Malvinas son una causa antes que una política, entonces los gobiernos tienen menos incentivos para implementar políticas que efectivamente tiendan a obtener la soberanía de las islas, que para demostrar y poner en escena esta afirmación del orgullo nacional. Algunos dicen, por ejemplo, que la política más efectiva respecto de Malvinas sería tratar de integrarlas, construyendo vínculos con sus habitantes. Sea esto cierto o no, la cuestión es que en términos ideológicos esa política no sería consecuente con la causa, que, de nuevo, no busca un objetivo material sino una afirmación simbólica. O sea: lo importante no es obtener la soberanía por el medio que sea, sino denunciar la injusticia cometida y reclamar su reparación.
Si la política argentina respecto de Malvinas es, entonces, una puesta en escena ideológica antes que una gestión, lo que está en juego es menos una cuestión de política exterior que de movilización interior. Las gestiones externas se desarrollan con el fin de afirmar una identidad interna. Por eso fue tan bien recibido el bloqueo a los barcos con bandera británica por parte de otros países latinoamericanos; contribuya eso o no al objetivo final, lo principal es que constituye una victoria simbólica sobre el Reino Unido. Para el gobierno, lo importante es afirmar una posición, y por eso evalúa sus éxitos en términos de batallas simbólicas, cuya conexión con objetivos concretos son difíciles de ver.
La siguiente pregunta sería: ¿es positiva esta política de afirmación nacional? Creo que no, por varios motivos. El primero es pragmático: en el caso de Malvinas, donde toda solución por la fuerza es imposible para la Argentina, la "causa" muchas veces contradice el objetivo concreto de obtener la soberanía de las islas. No siempre lo más efectivo en términos de afirmación identitaria es lo más efectivos en términos de política exterior, y en este caso creo que cuanto más confrontativa se muestra la Argentina, más contribuye a endurecer la posición de Gran Bretaña y de los isleños. Por este motivo, cuanto más se agita la cuestión Malvinas interiormente, menos efectiva tiende a ser la política exterior al respecto.
Ahora bien, supongamos que todos aceptamos que recuperar las islas no nos interesa y que lo único que importa es la cuestión identitaria. ¿Es entonces positiva la estrategia del gobierno? Sigo pensando que no. Primero que nada, porque la afirmación identitaria construida sobre pasados míticos (y, sea cual sea la realidad, para casi la totalidad de los argentinos la idea que se tiene un derecho sobre las islas se basa en mitos) es negativa y peligrosa. Negativa porque tiende a afirmar estereotipos ("los argentinos somos pacíficos", "los ingleses son militaristas") y a apuntalar prejuicios ("la Argentina tiene derechos geográficos e históricos sobre las islas"). Peligrosa porque, siendo que lo que para el gobierno es un estrategia de movilización es para la población una verdad, se cultiva una idea cuyas consecuencias son impredecibles. Para el gobierno puede ser obvio que las Malvinas no importan más que para afirmar la identidad nacional, pero para mucha gente esta distinción no es tan clara y, a la larga, puede dar lugar a la idea de que "hay que recuperar las islas por cualquier medio". Este camino es en parte el que abrió la puerta a la aventura de 1982.
La estrategia del gobierno sobre Malvinas recae en todos los lugares comunes de una auto-celebración identitaria. Las palabras de Cristina exculpando a los argentinos por su abierto y decidido apoyo a la ocupación de 1982 son ilustrativas en ese sentido. Se combinan con la exaltación de los medios pacíficos, como si ello fuese una cuestión de superioridad moral y no de diferencias de poder militar. Lo que queda es la pureza identitaria: "los argentinos afirmamos nuestros derechos mediante la paz, mientras los británicos utilizan la fuerza". Estos lugares comunes auto-celebratorios fomentan una cierta estupidización, que consiste reproducir una noción reconfortante de nosotros mismos antes que desafiarnos a repensar y cuestionar nuestra posición. Me pregunto: ¿sería perjudicial abrir un debate histórico y jurídico sobre la legitimidad de nuestro reclamo sobre Malvinas? ¿Es la pureza de la causa más beneficiosa que una auto-reflexión sobre nuestra propia posición?
Vale la pena destacar la instrumentalidad política que la causa Malvinas presente cada nuevo gobierno, y que éste parece dispuesto a aprovechar como nunca desde 1982. El discurso de Cristina, convocando a todos los sectores sociales a escucharla, fue una puesta en escena de unidad nacional. Lo cual no sería en sí mismo negativo, si no fuese porque esta unidad se presenta en términos jerárquicos, con la líder representando a la nación y todos los actores mostrando silenciosamente su consenso. Se evita así la posibilidad de pensar la unidad nacional en términos de convergencias plurales, por ejemplo mediante una invocación a consensuar una política de Estado que vaya más allá de una estrategia coyuntural. Con la invocación al consenso silencioso, el gobierno plantea un escenario donde las alternativas son la adhesión a su estrategia o la traición a la causa. De nuevo: la pureza de la causa se traduce en la escenificación de la pureza identitaria.
En definitiva, pienso que todo este revivir de la cuestión Malvinas, con sus éxitos simbólicos, reproducen imaginarios retrógrados. Estos imaginarios son redituables políticamente y nos brindan una cierta satisfacción comunitaria. Pero poco nos sirven para avanzar en la gestión sobre Malvinas (si tal cosa existe) y, lo que es más grave, reafirman lugares comunes sobre nosotros mismos que difícilmente sean beneficiosos de cara al futuro.
Me pongo en el lugar de quienes acuerdan con la estrategia del gobierno. Digamos que el objetivo de obtener la soberanía de Malvinas es una política de Estado que es bueno sostener. Sobre esa base, podemos pensar que la estrategia del gobierno es la mejor posible. Puesto que los británicos se niegan a negociar, la Argentina puede presionar haciendo su relación con las islas lo más difícil y costosa posible. A su vez, la Argentina busca aliados entre los países latinoamericanos, en un contexto de relativa fortaleza, para perjudicar la posición internacional del Reino Unido. A la larga, esto podría llevar a que el Reino Unido revalúe su política de no negociación. Pero aunque no lo haga, la Argentina afirma su posición y sale bien parada. Un elemento importante en este sentido es la afirmación permanente de la voluntad de encarar el tema pacíficamente, para que todo elemento bélico quede del lado británico.
Ahora bien, pensemos un poco más afondo esta cuestión de la "causa Malvinas". Efectivamente se trata de una "causa" antes que de una "política" porque lo que está en juego no es eminentemente un interés, sino una cuestión simbólica. A la Argentina las Malvinas le son casi indiferentes desde un punto de vista material, pero tienen un peso simbólico muy importante. Es decir que lo que está en juego en la causa es más que nada una cuestión de identidad e ideología nacional. Los argentinos consideramos que la islas nos fueron arrebatadas injustamente, y vemos en la reparación de esa injusticia una afirmación de nuestra identidad.
Esto tiene consecuencias muy importantes. Si las Malvinas son una causa antes que una política, entonces los gobiernos tienen menos incentivos para implementar políticas que efectivamente tiendan a obtener la soberanía de las islas, que para demostrar y poner en escena esta afirmación del orgullo nacional. Algunos dicen, por ejemplo, que la política más efectiva respecto de Malvinas sería tratar de integrarlas, construyendo vínculos con sus habitantes. Sea esto cierto o no, la cuestión es que en términos ideológicos esa política no sería consecuente con la causa, que, de nuevo, no busca un objetivo material sino una afirmación simbólica. O sea: lo importante no es obtener la soberanía por el medio que sea, sino denunciar la injusticia cometida y reclamar su reparación.
Si la política argentina respecto de Malvinas es, entonces, una puesta en escena ideológica antes que una gestión, lo que está en juego es menos una cuestión de política exterior que de movilización interior. Las gestiones externas se desarrollan con el fin de afirmar una identidad interna. Por eso fue tan bien recibido el bloqueo a los barcos con bandera británica por parte de otros países latinoamericanos; contribuya eso o no al objetivo final, lo principal es que constituye una victoria simbólica sobre el Reino Unido. Para el gobierno, lo importante es afirmar una posición, y por eso evalúa sus éxitos en términos de batallas simbólicas, cuya conexión con objetivos concretos son difíciles de ver.
La siguiente pregunta sería: ¿es positiva esta política de afirmación nacional? Creo que no, por varios motivos. El primero es pragmático: en el caso de Malvinas, donde toda solución por la fuerza es imposible para la Argentina, la "causa" muchas veces contradice el objetivo concreto de obtener la soberanía de las islas. No siempre lo más efectivo en términos de afirmación identitaria es lo más efectivos en términos de política exterior, y en este caso creo que cuanto más confrontativa se muestra la Argentina, más contribuye a endurecer la posición de Gran Bretaña y de los isleños. Por este motivo, cuanto más se agita la cuestión Malvinas interiormente, menos efectiva tiende a ser la política exterior al respecto.
Ahora bien, supongamos que todos aceptamos que recuperar las islas no nos interesa y que lo único que importa es la cuestión identitaria. ¿Es entonces positiva la estrategia del gobierno? Sigo pensando que no. Primero que nada, porque la afirmación identitaria construida sobre pasados míticos (y, sea cual sea la realidad, para casi la totalidad de los argentinos la idea que se tiene un derecho sobre las islas se basa en mitos) es negativa y peligrosa. Negativa porque tiende a afirmar estereotipos ("los argentinos somos pacíficos", "los ingleses son militaristas") y a apuntalar prejuicios ("la Argentina tiene derechos geográficos e históricos sobre las islas"). Peligrosa porque, siendo que lo que para el gobierno es un estrategia de movilización es para la población una verdad, se cultiva una idea cuyas consecuencias son impredecibles. Para el gobierno puede ser obvio que las Malvinas no importan más que para afirmar la identidad nacional, pero para mucha gente esta distinción no es tan clara y, a la larga, puede dar lugar a la idea de que "hay que recuperar las islas por cualquier medio". Este camino es en parte el que abrió la puerta a la aventura de 1982.
La estrategia del gobierno sobre Malvinas recae en todos los lugares comunes de una auto-celebración identitaria. Las palabras de Cristina exculpando a los argentinos por su abierto y decidido apoyo a la ocupación de 1982 son ilustrativas en ese sentido. Se combinan con la exaltación de los medios pacíficos, como si ello fuese una cuestión de superioridad moral y no de diferencias de poder militar. Lo que queda es la pureza identitaria: "los argentinos afirmamos nuestros derechos mediante la paz, mientras los británicos utilizan la fuerza". Estos lugares comunes auto-celebratorios fomentan una cierta estupidización, que consiste reproducir una noción reconfortante de nosotros mismos antes que desafiarnos a repensar y cuestionar nuestra posición. Me pregunto: ¿sería perjudicial abrir un debate histórico y jurídico sobre la legitimidad de nuestro reclamo sobre Malvinas? ¿Es la pureza de la causa más beneficiosa que una auto-reflexión sobre nuestra propia posición?
Vale la pena destacar la instrumentalidad política que la causa Malvinas presente cada nuevo gobierno, y que éste parece dispuesto a aprovechar como nunca desde 1982. El discurso de Cristina, convocando a todos los sectores sociales a escucharla, fue una puesta en escena de unidad nacional. Lo cual no sería en sí mismo negativo, si no fuese porque esta unidad se presenta en términos jerárquicos, con la líder representando a la nación y todos los actores mostrando silenciosamente su consenso. Se evita así la posibilidad de pensar la unidad nacional en términos de convergencias plurales, por ejemplo mediante una invocación a consensuar una política de Estado que vaya más allá de una estrategia coyuntural. Con la invocación al consenso silencioso, el gobierno plantea un escenario donde las alternativas son la adhesión a su estrategia o la traición a la causa. De nuevo: la pureza de la causa se traduce en la escenificación de la pureza identitaria.
En definitiva, pienso que todo este revivir de la cuestión Malvinas, con sus éxitos simbólicos, reproducen imaginarios retrógrados. Estos imaginarios son redituables políticamente y nos brindan una cierta satisfacción comunitaria. Pero poco nos sirven para avanzar en la gestión sobre Malvinas (si tal cosa existe) y, lo que es más grave, reafirman lugares comunes sobre nosotros mismos que difícilmente sean beneficiosos de cara al futuro.
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