No me suelen gustar mucho los debates sobre si algo es progresista o no; por lo general me parecen inconducentes. Pero hay una cosa de este gobierno que me recuerda mucho al menemismo y que me parece cualquier cosa menos progresista. Me refiero al clima de fiesta. Desde los festejos del Bicentenario que el gobierno terminó definitivamente con su idea de que el país todavía no había terminado de "salir del infierno", y empezó con la idea de que el país está muy bien y de que hay que celebrar.
A mí no me parece mal contrarrestar la crítica eterna e histérica de muchos periodistas y de gran parte de la clase media, con un discurso más positivo e, incluso, más realista. Después de todo, los países tienen problemas, es imposible solucionarlos todos, y es importante aprender a convivir hasta cierta medida con ellos sin hacer de eso un drama existencial o la razón de interminables acusaciones sumarias. Pero de ahí a presentar a este país, con los problemas sociales estructurales que tiene, con los niveles de probreza y de desigualdad que lo aquejan, como una fiesta, me parece más propio de una estrategia de gobierno reaccionaria; algo así como el "opio de los pueblos". Me acuerdo cuando desde 678 decían que a América Latina le iba bien en el mundial porque estábamos mejor que Europa, que en la Argentina se vive mejor que en Suiza, Gran Bretaña y Francia. ¿Eso es progresismo? ¿Utilizar resultados futbolísticos como indicadores de nivel de vida, más allá de los índices sociales? ¿No se parece más a la demagogia de la derecha?
No hace falta, creo yo, irse a un extremo o al otro. No es que estamos en el infierno, o el país es una fiesta. Se puede contrarrestar el discurso del "todo está mal" con un optimismo realista. Se puede afirmar que la Argentina vive un momento de prosperidad. Se puede recordar que esa prosperidad genera beneficios para los más pobres, que hay menos desocupación, que hay Asignación Universal por Hijo, que hay aumentos salariales. Sería más progresista no usar esos elementos para tapar los problemas de educación y vivienda, de empleo en negro y subempleo, de inseguridad. Me parecería más progresista difundir que vivimos un momento positivo junto con un recordatorio de todo lo que hay que trabajar para que la Argentina sea no una fiesta (ningún país lo es, ni tiene por qué serlo), sino un país con niveles de desigualdad y pobreza cercanos a los estándares internacionales que deseamos alcanzar. Para cumplir con esos ambiciosos objetivos no conviene, pienso yo, decretar nuevos feriados, sino instalar la idea de que hay mucho trabajo por delante.
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