El kirchnerismo invierte en diversos activos políticos. Invierte en alianzas, en consignas, en estados de ánimo, y demás bienes de los que eventualmente puede disponer. Parte de la estrategia consiste en diversificar y ampliar: todo recurso político sirve, si no hoy, tal vez mañana. Y si nunca sirven, sirve el solo hecho de tenerlos, para mostrar poder, para intimidar. Lo importante es no rechazar nada, para no dar ventaja.
Claro que, como es bien sabido, tanto en economía como en política, uno no siempre será capaz de controlar las propias inversiones. La multiplicación del capital (económico y político) sigue una cierta lógica, la cual no puede hacerse y deshacerse a voluntad. Invertir en Moyano implica darle un lugar que, tal vez, prepare el camino a una futura "traición" (como sería torpemente denominada). Invertir en planes sociales implica generar ciertas expectativas que, cuando haya menos recursos, tal vez no puedan ser satisfechas. Invertir en odio y violencia implica, tal vez, que algún día habrá quienes no pidan autorización para ponerlos en práctica (¿no le ocurrió esto a Perón?).
El kirchnerismo vive la alegría del presente imaginando que mañana será como hoy, que siempre podrá poner lo malo al servicio de lo bueno. Así, se puede minimizar que una agrupación kirchnerista lleve a niños a escupir carteles con la imagen de Mirtha Legrand y demás, imaginando que nada grave está pasando, que la violencia está bajo control, que se trata de grupos marginales un poco fanatizados. No hace falta desactivar esta violencia; no hace falta que 678 la condene, que los blogs kirchneristas escriban algo, y ni hablar de un mensaje explícito de Cristina. ¿Para qué? Si esto crearía divisiones internas y mostraría debilidad ante Clarín. Mejor, entonces, dejar la violencia donde está, donde al menos sirve para atemorizar a algunos. Total, mientras Cristina no escupa a nadie, ni mande a escupir a nadie, no se podrá decir que el gobierno fomenta la violencia y el odio. Al contrario: los mantienen controlados en el patio de casa (eso sí: a la vista de todos).
No vaya a ser que pase como en los 70 y, de repente, las cosas cambien y la violencia decida seguir su propio camino.
(El ejemplo más patético de esto es el de los propios medios, que foguearon el odio e incluso la violencia explícita contra los políticos, y terminaron siendo víctimas de aquéllo que se creían capaces de controlar).
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