Como viene pasando pasando con numerosos hechos políticos en los últimos años, pareciese que cada intervensión pública tuviese que posicionarse según la dicotomía "gobierno vs. grandes medios de comunicación". Lo mismo, como bien señala Gargarella, ocurre con el episodio de Zaffaroni. Estoy de acuerdo en que, en términos generales, se percibe un manejo político de la información, aunque con diversas magnitudes entre los diferentes medios. Claramente no es lo mismo el amarillista Perfil que La Nación. En ese sentido, me parece bien criticar cómo los principales medios tratan la noticia. Pero de ahí a ignorar el contenido de la misma, como si todo el problema pasase por el uso político que se hace de la noticia, es pasar al otro extremo; siguiendo con la lógica de que a un mal hay que contraponerle otro mal.
Que en varios departamentos puestos en alquiler por Zaffaroni funcionasen prostíbulos y negocios afines no lo desacredita como juez de la Corte Suprema. No hay motivos para pensar que él estaba al tanto de lo que sucedía, ni que tuviera relación directa con dichas actividades. La explicación de que los alquileres estaban en manos de una inmobiliaria, que es la que trataba con los inquilinos, es creíble.
Esto no significa, sin embargo, que el episodio sea en sí mismo insignificante. Cuando una persona ocupa un cargo de gran responsabilidad institucional, es esperable que esa persona sea particularmente cuidadosa con sus actividades y su entorno. Esto es así porque no solo esta en juego su vida privada, sino también su figura pública. Que en varios departamentos propiedad de un juez de la Suprema Corte funcionen prostíbulos no es solo un problema para Zaffaroni, sino para la propia imagen de la Suprema Corte. Aunque el episodio no sea tan grave como para ameritar una renuncia, sí es un episodio público que corresponde que sea aclarado. Por eso, no alcanza con enumerar los méritos académicos y judiciales de Zaffaroni, como si ellos por sí mismos despejasen toda crítica. En el mejor de los casos, Zaffaroni fue descuidado con sus negocios, y eso por sí mismo merece una cierta atención. Que en muchos casos los medios realicen un manejo político de la información no implica que la información en sí misma sea producto de una mala intención. La acusación respecto de la existencia de "una campaña mediática" parece ya un mecanismo genérico mediante el cual los partidarios del gobierno buscan sacarse cualquier problema de encima (Recordemos: ¿Schoklender se robó millones de pesos destinados a obras sociales? Campaña mediática contra Hebe).
En conclusión, es un error posicionarse ante el episodio de Zaffarani en términos "Zaffaroni vs. grandes medios". Se puede criticar el manejo que los grandes medios realizan de la información sin por ello dejar de lado la relevancia del hecho.
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