El otro día escuchaba hablar a Cristina sobre la inmigración. Sus palabras eran amenas al progresismo: los inmigrantes contribuyen al desarrollo del país, no quitan el trabajo porque hacen cosas que los argentinos no quieren hacer, y otras afirmaciones que no recuerdo. Son afirmaciones que, aunque imposibles de verificar, son simpáticas. Son, al menos, mucho más simpáticas para un progre como yo que las de Macri, igualmente inverificables, respecto de que hay una inmigración descontrolada. Sin ser los dichos de uno necesariamente más verdaderos que los del otro, los efectos inmediatos de hablar bien de los inmigrantes son más cercanos a mis preferencias ideológicas que los de criticarlos. En ese sentido, me gusta que la Presidenta elija ese camino, es decir, que busque generar aceptación hacia los inmigrantes, frente a la política oportunista siempre atenta a los prejuicios discriminatorios.
A pesar de ello, creo que cuando las afirmaciones ideológicas no buscan una cierta adecuación con los hechos de la realidad, se corre el peligro (casi inevitable) de que caigan en el vacío. Quiero decir: está bien que la Presidenta busque generar aceptación hacia los inmigrantes, pero lo cierto es que sus palabras no se sustentan en ningún análisis de la realidad, en ningún dato. La Presidenta parece hablar desde su sensibilidad, lo cual genera muchas veces identificación por parte de quien la compartimos; en este caso, una sensibilidad por una sociedad abierta y no discriminatoria. Pero tratándose de una Jefa de Estado, es de esperar que esa sensibilidad esté acompañada por un análisis concreto de la situación de la inmigración en la Argentina. Porque las opiniones generales, no importa cuán amigables sean en un contexto determinado, están siempre sujetas a climas de opinión inestables. Hoy se dice que los inmigrantes contribuyen al desarrollo del país, mañana se dice que contribuyen a su estancamiento; lo cierto es que, más allá de lo amigable o antipático de ambas consignas, ninguna tiene más sustento que la otra.
Entonces, está bien la ideología progre, la comparto, y es mejor en muchos sentidos que la ideología no progre. Hace falta más: pensar los temas con mayor profundidad y neutralidad (no "objetividad absoluta", que es otra cosa), analizar la situación, darle un cierto sustento fáctico a las ideas. Es la única forma en la que dichas ideas pueden pasar de ser opiniones coyunturales a verdades compartidas.
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