Una de las características más esenciales del actual gobierno es su vocación de llevar adelante una "batalla cultural". Esta idea ha sido repetidamente celebrada por sus intelectuales orgánicos (Forster, Rinessi, González). Sin embargo, lejos de ser un razgo novedoso de la política argentina desde el retorno de la democracia, se trata de una característica recurrente en los gobiernos que se vienen sucediendo desde 1983. Alfonsín y Menem, antes de Néstor y Cristina, aspiraron a transformar la mentalidad de los argentinos. Ello implico una cierta mirada de la historia, a partir de la cual surgieron sus respectivos diagnósticos sobre lo que había salido mal en el pasado, y consecuentemente, sobre lo que debía ser modificado de cara al futuro.
Alfonsín construyó un relato según el cual la ausencia de valores democráticos y republicanos había derivado en una recurrente violencia política. Era necesario, por lo tanto, convencer a los diferentes actores sobre las virtudes de los mecanismos institucionales, para así evitar nuevos enfretamientos violentos. Menem, por su parte, concibió la idea de que el problema estructural del país tenía que ver con una cultura estatista. La misma había dado lugar a un Estado sobredimensionado e ineficiente, que interfería con los mecanismos más racionales y productivos del libre mercado. Entonces, era necesario reducir el tamaño del Estado y disciplinar a los diferentes sectores sociales para adecuarse a dichos mecanismos.
Para los Kirchner, el problema de la Argentina ha sido la subordinación de la política, y por lo tanto del Estado, a ciertos poderes económicos particulares. De ese modo, el Estado se ha dedicado tradicionalmente a favorecer dichos intereses antes que a velar por el bien común. Es necesario, por lo tanto, recuperar la noción de bien común y disciplinar a los intereses particulares que buscan subordinar al Estado.
Esta batalla cultural no es ni más ni menos política que las anteriores. Tiene otros contenidos y otros horizontes. Hay quienes comparten el diagnóstico y las soluciones propuestas, y quienes no, como los hubo con los proyectos anteriores. Que este gobierno acentúe más este aspecto cultural que los anteriores, que sus intelectuales expliciten permanentemente su vocación de transformar culturalmente al país, no lo hace más "político" que los anteriores. Es equivocado, por lo tanto, el contraste según el cual mientras el gobierno de Menem buscó eliminar la política, los Kirchner intentan potenciarla. En la Argentina, la política, los proyectos refundacionales y las batallas culturales, son mucho menos originales de lo que muchos parecen creer.
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