Leo estas dos declaraciones
Hoy existe libertad, se nos enrostra desde el poder oficial como si se tratara de una concesión generosa del gobernante. Efectivamente: existe libertad, pero se castiga la opinión. ¿Pero quién tiene ganas de verse expuesto a las burlas, los insultos y las descalificaciones de aquellos que ostentan poder, o utilizan los medios del Estado para insultar o ridiculizar a los que piensan de manera diferente? La estrategia de la descalificación personal, el insulto, la burla, ha sido sumamente eficaz como censura, ya que al cancelar el debate plural se impide que se configure el espacio público de las opiniones, ese pacto verbal, fundamento de la democracia. Ser honesto, decir lo que se piensa, se ha convertido en un acto de coraje, lo que revela una sociedad amedrentada.
Norma Morandini, citada en esta nota de Perfil.
[El artículo de María Pía López] revela una encomiable voluntad de “apertura” y de pensamiento crítico dirigido no solo al adversario, sino como reflexión honesta sobre el propio lado, sin “limar la criticidad de lo que incluye”, para usar sus propias palabras, y de esa manera propone empezar a quebrar la inercia de un “sentido común” (concepto gramsciano si los hay), y ciertamente “hegemónico”, que pretende que la sociedad argentina de hoy está dividida en dos bloques nítidamente delimitados por la adhesión u oposición incondicionales e in toto a un gobierno.
Eduerdo Grüner, Página /12.
Hay un contraste que me hace pensar lo siguiente: en los círculos intelectuales más restringidos, el kirchnerismo muestra una módica capacidad de disenso y autocrítica, mientras que en los espacios más "populares" muestra uniformidad y vocación confrontativa (es algo absurdo sostener que el debate público no está polarizado sobre la basa de dos artículos de difícil lectura publicados en un diario de poca circulación). Quien habla para unos pocos puede disentir y mostrar autocrítica, pero para el gran público solo queda la consigna cerrada. En ello está mucha de la vocación del "intelectual militante", que resguarda sus espacios de debate y disenso pero prescinde de ellos cuando interviene en el debate público.
El debate público y el debate académico son, podría decirse, irreconciliablemente distintos. La pregunta, en este contexto, es: ¿qué efectos tiene la separación así planteada para la política argentina? Queda para otro comentario.
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