Hace un tiempo vengo identificando dos grupos diferenciados entre quienes apoyan al gobierno. Ambos grupos se diferencian por el tipo de argumento en el cual se sustenta el apoyo. El primer grupo es se apoya más en argumentos sociales y económicos, es decir, aquéllos que tienen que ver con políticas sociales. Este grupo piensa que lo que hace a este gobierno mejor que cualquier alternativa, es el hecho de que impliementa políticas progresistas claramente beneficiosas para los sectores económicamente más débiles. El segundo grupo se apoya más en argumentos ideológicos y culturales. Este grupo sostiene que la principal virtud del kirchnerismo ha sido transformar el imaginario social y dar una batalla cultural contra la hegemonía ideológica de ciertos grupos de poder.
El primer grupo (ejemplo acá) suele enfocarse en medidas como la Asignación Universal por Hijo, el aumento a los jubilados, las negociaciones salariales, etc. El segundo (por ejemplo, acá y acá), en los juicios por los crímenes de lesa humanidad, en la confrontación con los grandes medios de comunicación, y en los discursos de Néstor y Cristina. Esta distinción, claro está, no es absoluta; ambos grupos tienden a adherir a ambos argumentos. Pero creo ver una diferencia de énfasis lo suficientemente significativa como para establecer la distinción.
El primer grupo tiende a ser más analítico y concreto en sus argumentos. Suele ser más afín a los datos, al realismo político, y al conocimiento histórico y comparativo de la política. Ello lo hace algo más pacible de entrar en diálogo con quienes se definenen como opositores al gobierno, ya que sus afirmaciones tienen un cierto sustento lógico y empírico que puede ser comprendido por quienes piensan diferente.
El segundo grupo tiende a ser más emocional y retórico. Sus afirmaciones suelen estar basadas en consideraciones intelectuales o principios morales que, precisamente por ser tales, difícilmente se derivan de verdades fácticas o hechos empíricos. Para este grupo, las políticas concretas son eslavones de una batalla cultural más amplia contra la ideología dominante. Por lo tanto, el debate concreto es menos importante que las grandes definiciones y las certezas morales. Debido a ello, este grupo es poco propenso al diálogo con quienes piensan diferente, puesto que ellos suelen se considerados representantes de una ideología enemiga antes que portadores de argumentos sobre hechos concretos.
La diferenciación de ambos grupos tiende a aumentar el margen de maniobra del gobierno. Las debilidades en un aspecto pueden verse compensadas por la fortaleza en otro. Cuando la política concreta se debilita, se hace hincapié en la batalla cultural; cuando ésta no da réditos, se pone el énfasis en lo concreto. Así se hace más fácil eludir las críticas; aunque ello implique muchas veces no confrontarlas.
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