Ernesto Laclau es, sin duda, uno de los pensadores políticos más influyentes a nivel internacional que ha dado la Argentina. Es bastante desconcertante, para quienes estamos familiarizados con su obra, leer sus declaraciones públicas a favor del gobierno y en contra de la oposición. Tanto Emilio de Ipola como Beatriz Sarlo se han referido a ello: hay un Laclau académico, cuyo estilo es sutil y riguroso, difícil por su nivel de abstracción, y un Laclau militante, sencillo y ramplón, que utiliza consignas simples y elementales. El primero es el Laclau de los libros; el segundo, el de las entrevistas mediáticas. Son dos Laclau distintos, irreconciliables, que convergen en una misma persona.
Lo anterior no quita que, entre la obra y las posiciones políticas de Laclau, haya convergencias muy evidentes. Esas convergencias fueron bien tratadas por Beatriz Sarlo, quien fue duramente maltratada por la verborragia militante de Laclau. Lo que de todas maneras queda por explicar, es por qué Laclau se mueve entre estos dos discursos irreconciliables, por qué pasa de uno al otro con tanta simpleza. ¿Es una contradicción? Creo que no lo es.
En realidad, Laclau está asumiendo dos papeles diferentes que, sin embargo, se habilitan uno al otro. Si uno lee los libros de Laclau, y está lo suficientemente entrenado como para entenderlos, se dará cuenta de que, en su opinión, la política no se hace con reflexiones académicas, sino con afirmaciones retóricas. El análisis académico puede servir para planificar una estrategia, para así prevalecer en el conflicto. Para eso sí hace falta refinamiento, sutileza y rigurosidad intelectual. Pero una vez diseñada la estrategia, la política se hace exaltando, estigmatizando y emocionando. Y ahí, claro está, el intelectual no tiene mucho que aportar; es el momento del militante.
Laclau adhiere a una idea del intelectual según la cual el mismo piensa y teoriza en función de un proyecto político. En ese sentido, todo intelectual es, en cierta medida, también un militante. Lo que ocurre es que las tareas del intelectual son diferentes, digamos, a las del militante de base. Pero, como a Laclau le gustan las dos cosas (ser un intelectual orgánico y un militante de base), se mueve entre ambas tareas: por un lado, escribe libros sofisticados sobre cuál es la mejor estrategia para la izquierda, y por el otro, profiere frases de barricada que, según él, constituyen efectivamente la mejor estrategia.
Lo que Laclau dice en los medios no tiene nada que ver con sus escritos académicos. Son frases de barricada, que podrían provenir de cualquier militante de base. Pero tales frases están respaldadas en una teoría según la cual ellas son la esencia de la política. Entonces, siguiendo la lógica argumental de Laclau, es comprensible que, en su opinión, para intervenir políticamente haya que realizar un salto cualitativo entre el intelectual orgánico y el militante de base.
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