jueves, 12 de agosto de 2010

Llorando por la pobre oposición

Los columnistas de La Nación (acá y acá) están desesperados por la fragmentación de la oposición. Tienen motivos para estarlo. Su diagnóstico, sin embargo, parece más orientado a mantener la esperanza que a describir la situación. Aguinis, por ejemplo, piensa que entre los dirigentes opositores prevalecen las coincidencias, pero que faltan criterios de comportamiento (más patrióticos y civilizados) que favorezcan la convivencia y la unidad. Grondona directamente habla de la "deserción" de Binner, dejando implícito que la posición de éste a favor de las retenciones lo convierte en un aliado del oficialismo.

La desesperación es legítima. Hace apenas un año, el gobierno era derrotado en las elecciones legislativas, y al día siguiente, los analistas políticos (incluso los afines a las políticas del gobierno), escribían sobre el indefectible final del kirchnerismo. Hoy, sin saber muy bien qué pasa en las encuestas, es claro que el kirchnerismo es, como mínimo, una fuerza política en marcha y, como máximo, una fuerza política imbatible. ¿Qué pasó de ese entonces hasta ahora? Creo que, principalmente, cuatro cosas. Primero, el gobierno afinó un poco su estrategia y consiguió nuevos adeptos que antes le eran más esquivos entre la clase media. Para ello, quitó visibilidad a D'Elía y desató una fuerte polarización con los medios de comunicación que, ha quedado en evidencia, contaban con el rencor de los sectores progresistas. Segundo, la economía ha seguido creciendo sostenidamente, desacreditando a los análisis de quienes pronosticaban una inminente caída. Tercero, el control sobre el Partido Justicialista se ha mostrado más sólido de lo que algunos creían. A pesar de la derrota electoral del año pasado, el control de los recursos del Estado le ha permitido al gobierno mantener su coalición de gobierno, sin afrontar el éxodo masivo de legisladores y gobernadores que algunos pronosticaban.

En cuarto lugar, pero posiblemente más importante, está el tema de la oposición. Esta cuestión no es solo relevante en términos de la coyuntura política, sino que tiene que ver con las perspectivas del país para reconstruir su sistema de partidos y potenciar el juego democrático. Hasta aquí, parece que la explosión partidaria que afecta a la Argentina desde 2001 amenaza con tener efectos de largo plazo. La fragmentación y proliferación de líderes políticos sin estructuras partidarias relativamente estables y consolidadas, ha derivado en la imposibilidad de conformar fuerzas políticas que vayan más allá de una figura personal y su entorno cercano. Como estos líderes son figuras individuales que no están atadas a las ideas o aspiraciones de una estructura partidaria, tienen pocos insentivos para buscar otra cosa que sus ambiciones personales. Para gran parte de los votantes opositores, derrotar a los Kirchner es más importante que la victoria de algún candidato en particular. Pero para estos candidatos, su propia victoria es mucho más importante que la derrota de los Kirchner en sí misma. De ese modo, los dirigentes opositores no tienen incentivos para cooperar, lo cual es un problema que amenaza con volverse estructural.

En cualquier caso, en este momento lo que se ha generado es un enorme fastidio por parte de sectores no kirchneristas hacia la oposición. La reiteración de peleas y acusaciones mutuas entre dirigentes que se alían y se separan sucesivamente, ha dado lugar a que muchos piensen que, aunque este gobierno no sea lo mejor posible, al menos es mucho mejor que lo que hay en frente; esa ha sido la postura difundida por muchos intelectuales progresistas, afines al gobierno.

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